El 2013 esta marcado como otro año electoral. El próximo 7 de julio se realizarán elecciones en 14 entidades, Oaxaca incluida, en donde se renovarán a 451 diputados locales, mil 348 autoridades municipales y una gubernatura (Baja California).
En este año, el mayor margen de maniobra lo dispone el PRI, desde la presidencia de la República. Algunos opinan que esta recomposición significa un regreso al pasado autoritario; también hay quienes opinan que las cosas serán distintas puesto que se trata de un “nuevo PRI”, y otros más, con cierto escepticismo, pueden considerar que la situación es novedosa, que ha emergido un mayor pluralismo, no solo en los partidos políticos sino en la sociedad civil.
Sin embargo, por las características del sistema político mexicano, como un sistema presidencialista, el regreso del PRI marca la ruta de las próximas elecciones y además, de las consecuentes relaciones intergubernamentales entre el gobierno federal, los gobiernos estatales y los gobiernos municipales.
Es importante no perder de vista que la lógica de los agentes con poder es embarnecerse más, “que el poder no se comparte”, y asumir que en esta ocasión el PRI irá por todo y se colará a través de los flancos débiles o vacíos de los gobiernos de alternancia y de los partidos que los llevaron al poder.
En la reorganización del tricolor observamos lo que ya se veía venir: los acomodos no solo están ocurriendo en la directivas nacional y estatales del partido, sino en donde existe presupuesto para la operación política, en las delegaciones de las diversas dependencias federales, en donde los perfiles técnicos de los nuevos funcionarios, no importan, solo su afinidad con los grupos de poder del propio partido y sus habilidades para el trabajo clientelar.
Los nuevos nombramientos en Oaxaca no son más que un ejemplo de lo que esta ocurriendo en todo el país. Esto no significa ninguna novedad pero tampoco el regreso al pasado, porque sería tanto como admitir que ese pasado de prácticas antidemocráticas fue rebasado en algún momento. Eso nunca ocurrió.
Puede parecer que en estos momentos las corrientes del tricolor se encuentren en pugna, pero formados en la escuela de la verticalidad, no tardaran en alinearse para recibir la línea desde arriba que concilie a las diversas facciones y nuevamente, a la disciplina. Los nuevos jefes no se pueden dar el lujo de mantener la división de sus militantes por muy fuertes que sean los rencores entre ellos, no porque importen las amistades, sino porque les interesa aún más el acceso al presupuesto.
Es un hecho que cuando al PRI le fue peor, simple y sencillamente se infiltró en los gobiernos estatales y municipales de alternancia, como observamos en Oaxaca.
Varios operadores del antiguo partido se disfrazaron de opositores y simularon la transición, pero ahora pueden regresar tranquilamente al partido que los formó y si no tienen cabida, engrosar por otra etapa más las filas de cualquier otro partido. Su regreso al PRI puede esperar.
El partido de Estado (al parecer nunca dejó de serlo) ha sido un referente para alinear a sus afines o para organizar a sus opositores, a favor o en contra de él, puesto que los otros partidos deben saber que sin alianzas partidistas la derrota es segura y que quienes decidan ir por cuenta propia solamente realizaran el papel de comparsa, bajo la suspicacia de que existen arreglos de antemano con los dirigentes del tricolor.
En la jugada de la alternancia queda a la mitad del camino un gobierno estatal pasmado, sin rumbo ni identidad, deteriorado por las rencillas internas de sus funcionarios, que día tras día ha ido truncando las expectativas de cambio de los muchos ciudadanos que creyeron en él; que en su campaña proselitista vendió la idea del cambio con justicia, pero que en su operación resultó la continuidad del grupo gobernante que desplazó.
En las campañas que están en puerta, los priístas seguramente hablarán de los errores cometidos por este gobierno, de lo que no ha hecho o ha hecho peor, que es mucho y salta a la vista, pero tampoco les conviene invocar a la memoria de los ciudadanos en un plazo más largo; sería tanto como recordar un pasado de corrupción y demás vicios del poder acumulados durante décadas.
Con todo, los ánimos se debaten entre el escepticismo, el descontento y la indignación; por una parte se dice que hemos transitado a la democracia, pero por otra, los ciudadanos creen menos en los partidos políticos y en los resultados de sus gobiernos, pues las alternancias se muestran más como continuidades que como cambios. En este escenario, una nota favorable puede ser que los ciudadanos observan y exigen cada vez más, y creen menos en las frases hechas y las promesas de campaña.
Si bien, como ciudadanos podemos jactarnos que a través de los procedimientos electorales propiciamos alternancias entre partidos, el problema estriba en que a través de las elecciones y las alternancias, no se ha podido incidir en las decisiones de los grandes grupos de poder transnacional que subordinan a los gobernantes de todos los colores y que marcan la verdadera correlación de fuerzas.
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