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Jaquelina Rodríguez

Fin y comienzo

Luciérnaga Vespertina

“Una mañana, al despertar de sueños intranquilos, Gregor Samsa se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho”. (Kafka) Excelente forma de dar fin a la rutina endemoniada de la vida. En este relato, el personaje con nombre y apellido, es decir con absoluta identidad, recapitula sobre su existencia. Gregor Samsa es un joven acosado, como muchos lo son ahora, por las circunstancias sociales, familiares e históricas de un sistema que prohíbe, persigue, alinea y conduce a los extremos avatares de la condición humana.

Este es un relato con ingredientes fantásticos y absurdos pero verosímiles, dado que como dijo alguna vez Aristóteles, las artes son imitación y específicamente la literatura es imitación de la conducta humana. La metamorfosis es una historia situada en la contradicción de vivir, en la eterna búsqueda de la felicidad y la satisfacción.

El ser humano habita el mundo sumido en una invencible necesidad de ser funcional y exitoso dentro de un sistema que le determina sus quehaceres en la sociedad, y la gran desazón que la derrota implica cuando no se percibe así mismo exitoso porque la alienación y el sometimiento a las condiciones del sistema así lo dice. Así la vida conlleva una existencia tortuosa donde el individuo no es capaz de ejercer su libertad porque debe sumarse al orden establecido de los otros.

Así muchos hoy en día, quejumbrosos deletrean el tedio y aburrimiento en el que viven inmersos sin ser capaces de lograr su propia transformación (metamorfosis) necesaria para la satisfacción.

Se nos hace creer que nuestra felicidad e interés por la vida depende del otro y no de uno mismo, así en la familia como en la escuela o el trabajo y la sociedad entera es deber del otro motivar e incentivar a la vida, al aprendizaje, al éxito. Los altos niveles en las jerarquías monopolizan el poder, donde nunca son ellos los causantes de la derrota.

Así la historia, después de 23 meses de confinamiento al que fuimos obligados por la pandemia del siglo XXI, he de preparar el retorno a mis labores de manera presencial. El despertador sonará puntual, saldremos aún en la oscuridad matinal, en una mano el bolso de las herramientas de trabajo en la otra el almuerzo, el transporte nunca ha dejado de transitar bajo el suelo, sobre el suelo y en los aires; llegaremos al centro de trabajo, traspasaremos las grandes puertas de vigilancia y bastará sonreír levemente ante la cámara, tu número de nómina aparecerá y una voz falsa te dará la bienvenida y la señal de que has ingresado exitosamente.

Una semana después añoraremos los días de home office. Definitivamente durante los momentos más álgidos de esta pandemia, los afortunados pudimos continuar con nuestras actividades cotidianas que nos permitieron los ingresos económicos necesarios para subsistir día a día. Otros ante la necesidad del sustento diario se vieron obligados a desertar del encierro obligado e improductivo. Otros más ante la idea de la inmunidad de rebaño o bien de la inexistencia de tal virus, caminaron errantes propagando en silencio el contagio. Desde la propia conciencia creamos el mundo ideal refugio de nuestra inconsciencia.

La pregunta obligada será ¿qué hicimos durante este tiempo? El ser humano insatisfecho con su devenir camina siempre en busca de tranquilidad, satisfacción y bienestar, nunca lo encuentra. Actuar por sí mismo resulta ser el primer obstáculo para trascender, vivir y morir. Es difícil darnos el tiempo para meditar y ordenar la propia vida. Delegamos la gran oportunidad de hacerlo en el otro.

Algo singular expuesto en la comunidad de jóvenes, adultos y adultos mayores fue el tedio, no saber qué hacer con tanto tiempo disponible para actividades propias. Es decir que la circunstancia histórica nos proporcionó la oportunidad de romper momentáneamente con la rutina y a muchos los absorbió el sueño, los juegos y las series de televisión; a otros la violencia doméstica y a otros tal vez la productividad.

Gregor Samsa cumplió su destino… entonces sus padres y hermana “… salieron de la casa -algo que no habían hecho en seis meses- y fueron con el tranvía a las afueras. En el vagón en el que viajaban solos se filtraba el cálido sol. Apoyados en sus respaldos, hablaban cómodamente de sus planes de futuro y encontraron que, al fin y al cabo, no eran nada malos, pues los tres tenían un puesto de trabajo bastante aceptable, algo de lo que no habían hablado entre ellos, y con buenas perspectivas.” (Kafka)

Jaquelina Rodríguez Ibarra

Estudié literatura porque en los libros he aprendido a vivir. Por las mañanas dedico el tiempo impartiendo clases de literatura en la Prepa Vizcaínas y editando la revista Jardín de Letras que cada verano presenta los textos escritos por los jóvenes que gustan de las letras. Por las tardes edito la publicación digital Terciopelo Negro; también leo, escribo y sueño.

Colaboradora desde el 6 de agosto de 2021.

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