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Roberto Fuentes Vivar Portada Ok

Debanhi: feminicidios y neoliberalismo

Diario Ejecutivo

La desaparición y posterior muerte de Debanhi Escobar ha causado indignación en la sociedad de todo el país y, como siempre cuando hay un caso mediático de feminicidio, la exigencia de castigo a los culpables en una demanda generalizada de la población.

Lamentablemente, creo que el feminicidio, como lo conocemos ahora, es una consecuencia del neoliberalismo que en su vertiente más salvaje convirtió al ser humano en una mercancía y a la mujer en un objeto sexual que puede ser comprado, vendido o robado, por las buenas o por las malas.

La afirmación anterior es demasiado fuerte para escribirla sin explicaciones. Por eso, me permito hacer una breve reflexión de la historia de las relaciones sexuales en México en el transcurso de un siglo.

Hace 100 años, todavía influidos por el porfirismo y en una sociedad en su mayoría rural, seguía vigente en muchos lugares de la República el derecho de pernada (la pérdida de la virginidad de una mujer era reservada para el patrón) y la colección de esposas, e hijos, por parte del varón y sobre todo si era barón.

Tras la guerra revolucionaria y la transición de una sociedad rural a una urbana, permaneció en muchos lugares el derecho de pernada, mientras que las sociedades citadinas no veían mal que el hombre tuviera “casa grande”, “casa chica” y tantas familias como pudiera mantener, mientras el papel de la mujer era “sacrificarse por la familia”, ante una lógica machista dominada por dichos como “a la mujer ni todo el amor ni todo el amor ni todo el dinero, pero sí muy duro por el agujero”, “la mujer como la escopeta, cargada y detrás de la puerta” o “mujer que sabe latín, ni se casa ni tiene buen fin”. En esa época decenas de miles de mujeres jóvenes fueron violadas o acosadas, pero las historias permanecieron como “secretos de familia”.

En la segunda mitad del siglo pasado, gracias la gran revolución del 68, la sociedad evolucionó y la mujer comenzó a tener consciencia de su existencia y de su poder. Esa gran revolución, que fue origen de muchos movimientos feministas contemporáneos, también promovió el “amor libre”, es decir el sexo fuera del matrimonio, como una de las prerrogativas feministas. Sin embargo, los medios (básicamente el cine y la televisión, principales forjadores de consciencias en esa época) desvirtuaron el papel del sexo y en vez de tratarlo como una actividad necesaria para hombres y mujeres, lo exacerbaron como símbolo de poder y (aunado a la globalización y a los inicios del neoliberalismo) fomentaron la imagen de la mujer como “símbolo sexual”.

En los años ochenta, ya con el neoliberalismo en México (que retomó muchas de las prácticas del porfirismo), se gestaron al menos tres pensamientos, cuya vigencia no se ha erradicado: “el dinero es más importante que el ser humano”, “el ser individual (no precisamente el ser humano sino el “yo”) está por encima de la comunidad” y “tener muchas amantes es símbolo de éxito”. De hecho se presentan casos en que algunas mujeres aceptan ocupar el lugar de “amantes” si con eso mantienen su libertad y tienen satisfechas (bastante bien) sus necesidades elementales como un departamento, sustento comida y hasta dinero para recreación.

Esa época coincidió con los primeros casos de feminicidio moderno en Ciudad Juárez, en donde las maquiladoras marcaron el comienzo del neoliberalismo. Las maquiladoras emplearon sobre todo a mujeres (madres solteras, muchas de ellas porque se unieron a la revolución sexual del 68, otras porque habían sido víctimas de abusos y algunas casadas pero que necesitaban el ingreso para satisfacer las necesidades familiares, al no alcanzar el salario masculino para cubrirlas. En ese entorno nacieron los femicidios en el país. Incluso Ciudad Juárez quizá fue el primer destino de turismo sexual, al ofrecerse ilegalmente a paseantes sexo con mujeres trabajadoras que se prostituían para ganar unos pesos más. También a partir de entonces se incrementó (no solo en México sino en el mundo) el delito de tráfico de personas específico para prostitución.

Desde entonces, los feminicidios han ido en aumento, pues se han exacerbado (en algunas de las microsociedades de que está compuesta la sociedad mexicana) ideas como que “someter a la mujer es símbolo de éxito”, “eres para mí o no eres para nadie”, “si está vulnerable es una mujer fácil”, “la violación no es un delito, es un deleite (esta frase la dijo un juez hace algunos años)”, “con dinero todo se puede” y muchas más que conforman un entramado de ideas que ha hecho crecer las agresiones hacia las mujeres, sobre todo jóvenes, hasta llegar al feminicidio ocurrido con Debanhi, un caso en el cual las versiones de las autoridades estatales son francamente inverosímiles.

¿Ayuda la política punitiva?

Creo que en los párrafos anteriores explico algunas de las causas estructurales que tienen que ver con el fenómeno del crecimiento de los feminicidios en México, en donde, en la época neoliberal y aún actualmente se ha intentado frenar el delito con una política punitiva, como lo exige buena parte de la población.

Entiendo y apoyo totalmente la actitud del padre de Debanhi en este sentido, pero creo que una política de estado al respecto, debe atender también las causas estructurales, porque de nada sirven los castigos si se mantiene la impunidad y si no se corrigen de fondo algunos de los males que llevan a delinquir a quienes así lo hacen.

Lucía Núñez Rebolledo, del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México (CIEG-UNAM), en su estudio “El giro punitivo, neoliberalismo, feminismos y violencia de género” señala la necesidad de analizar también las causas estructurales y hace un resumen de cómo no han servido las acciones punitivas.

“En el sexenio de Carlos Salinas, con Ignacio Morales Lechuga de procurador de la Ciudad de México, en enero de 1989 se aprobó un aumento en la penalidad (entre ocho y catorce años), pero ya no era el mismo argumento sino el del combate directo al delito por la vía de una pena mayor que supuestamente prevendría a los potenciales violadores. Además, en esa misma ocasión, la violación se amplió al uso forzado de cualquier instrumento por vía vaginal o anal, con lo cual se rompió con la vieja idea de que la violación sólo era cometida con el miembro viril, lo cual dejaba muchas agresiones sin reconocimiento y en la impunidad”. Esa iniciativa de reforma al Código Penal, argumentaba que era una respuesta al “clamor ciudadano por penas más severas”, dice el estudio.

Añade: “el 30 de diciembre de 1997 se publicó otra reforma al Código Penal. El principal cambio fue la inclusión, de manera expresa, de la violación conyugal. Además, se dice explícitamente que la introducción anal o vaginal de un objeto o instrumento por medio del uso de la fuerza es violación. Hay que recordar que, aunque en la reforma de 1989, iniciada por Salinas, ya se contemplaba, no era expresa, pues se interpretaba como variante del delito de violación con pena menor. Con esta reforma la pena fue igualada. Por último, con la reforma del delito de violación (artículos 265 y 266), publicada el 14 de junio de 2012, nuevamente se aumentó la pena, de ocho a 20 años, y se definió como responsable de violación al que sin violencia realice cópula con persona menor de 15 años en cuyo caso se aumenta más la pena, de ocho a 30 años de prisión”.

“Finalmente, otro fenómeno que se debe analizar es el surgimiento de la víctima como sujeto político propio del neoliberalismo, con lo que se ha identificado a la mujer, haciéndonos, más que sujetas de derechos, objetos de los mismos. Si bien nombrar las agresiones que sufrimos fue y es un avance en la desnaturalización de la desigualdad y la opresión de las mujeres, creo que ya es ineludible discutir los límites y paradojas de asumir el discurso jurídico penal, así como las consecuencias inesperadas de su utilización”, explica la investigación e indica que incluso en este gobierno “las políticas punitivas no son exclusivas de los proyectos neoliberales, sino que aquellas también se ejecutan en programas políticos posneoliberales”.

De hecho expone que las acciones punitivas por parte del gobierno no han hecho decrecer el feminicidio sino lo han incrementado, pues (según otras fuentes) el número de defunciones femeninas con presunción de homicidio pasó de mil 460 casos en 1985 a tres mil 752 en el último año de Enrique Peña Nieto y a tres mil 746 en 2021, (1,004 feminicidios y dos mil 742 homicidios dolosos contra mujeres). Estas cifras comprueban que el aumento de castigo no frena los delitos contra las mujeres.

Sin embargo, uno de los graves problemas por los que continúa la ola de feminicidios es la impunidad, porque no existen estadísticas nacionales de las investigaciones y detenciones de los responsables, salvo en algunas entidades como la ciudad de México, en donde de enero a marzo ocurrieron 14 feminicidios y se aprehendieron 12 posibles atacantes como responsables.

En fin, el caso de Debanhi vino a reafimar o a sospechar varias tesis:

  1. La vulnerabilidad de las mujeres.
  2. La incapacidad de las autoridades estatales para atender casos de feminicidios.
  3. Que la experiencia y especialización de nada sirven para prevenir este tipo de delitos (las conclusiones absurdas de un secretario de seguridad que tiene casi una década en el cargo así lo demuestran).
  4. La posible colusión de autoridades con grupos delincuenciales.
  5. La impunidad que existe en la materia.
  6. La necesidad de analizar causas estructurales para realmente prevenir los feminicidios.

Dice el filósofo del metro: la mujer es fuente de vida, nunca de muerte.

Roberto Fuentes Vivar

Columnista y periodista fundador del UnoMásUno y la Jornada. Estudió Periodismo en la reconocida escuela Carlos Septién García y cursó la Licenciatura en Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente es periodista independiente, conocido como “El Filósofo del Metro”.

Colaborador desde el 6 de marzo de 2022.

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