Al pie de una foto
A esas mujeres que siembran geranios, perfumadas con aromas de humo.
He dado un largo rodeo antes de sentarme a escribir, primero salí a regar los rosales de castilla que mis abuelos y padres han cuidado con tanto cariño, también platiqué unos momentos con una añosa buganvilia de color carmín y que por acá llaman Camelinas, luego me senté en el corredor a examinar los insectos que en esta época se acumulan en pequeñas nubes zumbadoras alrededor del foco; diligentes hormigas aladas, rondones trepidantes, mayates tornasoles, cigarras chachareras, polillas de exquisita tesitura, gorgojos discretos en su elegante levita, palomillas transparentes, avispas acinturadas, mariposas y mariposillas nocturnas, tenaces moscas verdosas, mosquitos juguetones, etc.. (ahora mismo sobre el teclado hay una palomilla con alas delicadísimas alargadas en forma de uñas femeninas de tonos nacarados, estaba pataleando panza arriba y con un soplido la he regresado a la vertical).
Me senté frente a la computadora, pero entonces vi una enorme tarántula de terciopelo azabache paseando sobre la estufa como una modelo de color en pasarela, así que la recogí con mucho cuidado en un vaso transparente y la deposité suavemente entre las matas de Ruda del huerto, no sin antes disculparme por el atrevimiento. Y es que tenemos un pacto sagrado de respeto mutuo y no agresión con los arácnidos en esta casa que es de su propiedad, no los maltratamos y ellos reservan sus dolorosas mordidas para los insolentes.
Regresando del huerto Ojos bonitos me recordó que seguía esperando un bocadillo pues tenía (Me lo dijo en una mirada) un huequito en el estómago, así que entré por una pieza de pan dulce y un tamal que serví en su propia hoja de totomoxtle veteado, ella hecha un ovillo sobre el empedrado, agradecida movió el rabo sin levantarse y devoró su merienda. Volví a la mesa de trabajo que es la de la cocina y cuando me sentaba una enorme avispa muy gorda con rallas negras y naranja me embistió dándome un tope tremendo en la frente, rebotó y estuvo a un tris de caer en mi jarro de agua serenada, así que me levanté a buscar en la alacena un colador para proteger mi bebida.
Entonces me vino una urgente nostalgia y salí presto al descampado a regar los surcos de la milpa como cuando niño, esto con la sana intención de ahorrar una descarga de agua del inodoro en esta época de estiaje, además de marcar el territorio como advertencia a los terribles depredadores de 2 patas. Dibujo con el siseante chorro una especie de mándala mientras disfruto atento el cielo estrellado y su concierto de medianoche; ladridos molto vivace de perros manaderos, rebuznos bucólicos de rucios, algunas hojas que se agitaban como manos saludando al viento, mugidos ocasionales del ganado, disparos muy lejanos y…, aguzo el oído, mi ave favorita interpreta una aria que me ha embelesado desde siempre. Es el Cocorrín en la espesura de los encinos y oyameles dando lo mejor de su canto; – coco,coco,riiiiiin, coco, coco, riiiin- que belleza de tecolotito onomatopéyico tan solitario y al borde de la extinción.
Bien, regreso de puntitas con la intención de no pisar alguno de los bichos que por docenas cubren el piso del pasillo, entro a la casa y cierro la puerta con llave, no saldré más en esta jornada. Enciendo la portátil, a manera de concertista deposito los dedos sobre el teclado, cierro los ojos con la mente en blanco, respiro profundo y una poderosa ventisca tira los vasos vacíos que quedaron afuera en el pretil del corredor, la tormenta de viento brama bajando por las cañadas del cerro como si fuera una avalancha acompañada de los gritos silbantes de las ramas de las casuarinas y ocotes.
Logro arrancar mis dedos que caminan sobre las letras como patas de araña, las líneas de letras se suceden limpiamente, sin embargo, un ruido muy extraño (que no es el viento) me obliga a levantarme de un salto, voy por una lámpara y alumbro el exterior desde la ventana, reviso con detalle el auto estacionado en el porche y ausculto el negrisimo horizonte ensimismado e indiferente en su profundidad. Caigo en cuenta que el mismo ruido estruendoso que me despertó en la pasada madrugada, así que precavido voy a la recámara y tomo del buro el revólver y la caja de balas, ella duerme placida tocada apenas en el rostro por una caricia nívea del cenit, me viene a la mente el poemario Mirándola dormir del vate Homero Aridjis, oriundo de estas tierras.
Hay de ti que duermes navegando. Como el pájaro que duerme con los ojos abiertos. Con la imperfecta serenidad de la que irradia perfectamente trastornada.
Tomo mi lugar en la mesa. Mientras se enciende la pantalla, giro el tambor de la Smith & Wesson (en algunos detalles sigo siendo un conservador) revisando que esté la carga completa por si acaso, mirando de soslayo la dejo a un costado al alcance de mi mano, hace unos meses asesinaron al presidente municipal los mafiosos que pelean las rutas del trasiego de droga. La avispa atigrada sigue embistiendo taurinamente los cacharros de la cocina, va rebotando incansable como bala zumbadora, al parecer en busca de atención, pero la ignoro, me concentro y por fin localizo en el archivo de imágenes la fotografía recientemente seleccionada y la edito con algunos ajustes mínimos. Es una foto que tomé la tarde de ayer, el ocaso se aproximaba colorido y me gustó el carácter rítmico de las frutas como si fueran una multitud de labios rojos pronunciando – ¡oooooo! – Sí estaba frente a un hecho irrefutable, estaba ante un árbol de besos.
En el encuadre, una espléndida rama que sostiene ciruelas coloradas, la primera cosecha en la temporada de un antiguo árbol que con más de 50 años sobrevive orgulloso como último testigo de un magnífico huerto que existió al pie del cerro de Altamirano, la Montaña de las mariposas diría Homero Aridjis. La ciruela es el símbolo de la juventud femenina, su grácil flor de cinco pétalos brota antes que las hojas y representa para la antigua cultura china a los dioses de la suerte. Claro que soy afortunado, los seres más viejos son los que dan los frutos más dulces, las jugosas, agridulces esferas de grana y miel como bocas circulares de muchachas lo comprueban.
Tersura de mejilla pecosa, térreo bermejo encarnado en el perfecto rondó de la melancolía, los redondos besos de mi árbol vienen desde el corazón calcáreo de mis ancestros en la madre tierra, afloran a través de la savia, van subiendo por la raíz, tronco, ramas y hojas hasta florecer en todos los latidos y tonos de la sangre que ahora corre por mis venas, esta planta es también mi otro yo vegetal, cartero de la naturaleza, emisario de las voces dormidas en lo profundo de manantiales y oquedades de musgo.
Bastó una poda el invierno pasado, abrazos, caricias y una mínima humedad que condensa el amanecer para que el ciruelo de los rotundos ósculos renaciera fulgurante de aromas, texturas, sabores, susurros de sus hojas y el canto de las aves que se posan en sus follajes aromáticos para beber y cantar sus mantras. Este árbol atemporal, como sus hermanos ha querido ser exterminado, por el ganado, los brutos leñadores y la indiferencia de quienes cegados por una sociedad de consumo desmedido han perdido el rumbo del espíritu para llenarse de nada. El vacío en el alma de los humanos hoy es el todo, ese vacío es la necedad narcisista de borrar en lo posible nuestra conciencia total, nuestra sensibilidad ética y el aprecio por el resto de los seres del mundo. Centrados en nuestro propio ombligo, sometidos a un hedonismo masificado y adictivo, hemos roto con pactos ancestrales y los ritos colectivos de respeto y amor a la madre tierra y los seres que la habitan, hemos cazado, perseguido y saqueado hasta las más elementales fuentes de la vida. Es necesario reconsiderar al otro como un igual, como una fuente de conocimiento, amor y enigmas sorprendentes, misterios que son umbrales de pensamiento, saber y evolución.
Ahora todo se escucha en el silencio, es el silbato del tren de carga atravesando las tierras comunales. rompiendo con su queja el panorama acústico, sé que atraviesa las tierras del ejido porque he trabajado en mi infancia con el abuelo en esos lares y nos gustaba detener el trabajo recargados en las palas y azadones para poder admirar el largo convoy del ferrocarril deslizándose sobre su andamio de hierro y madera entre cascabeleos metálicos.
Ojalá y pudiéramos instaurar los tiempos de paz, la era del conocimiento. El árbol de besos y su continuo renacer me llena de optimismo, afuera empieza a llover y me alegro aún más pues el bosque está seco al borde de las llamas, talado hasta sus raíces, herido mortalmente, lastimosamente devastado, en el olvido. Se han atrevido hasta a secuestrar las criaturas de la floresta para venderlas por unos pesos, los sonidos del silencio poco a poco van cediendo también a la estridencia de bocinas cada vez más grandes, más portables, más ruidosas, plagadas de retórica de fanatismo religioso, violencia y ambición. Debemos aprender a tomar únicamente lo necesario de los recursos naturales, a respetar estos entes que están vivos y son sujetos del derecho, la tierra, los mares, el viento, el magma del subsuelo del planeta.
Mis abuelas, mi madre, mi compañera, mi hermana son la naturaleza viva, montañas, selvas, cañadas y planicies mojándose con esta fresca lluvia de primavera, agua para las verdes matas, oxígeno para el canto y el azul del cielo. Que la inconciencia acaso cobardía no nos impidan acudir al llamado de auxilio, es necesario encontrarnos en las diferencias del otro y las contradicciones propias para vivir soñando y soñar viviendo. El cerro de Altamirano en Michoacán suplica por su vida.
Recostada y soñando con la fauna al cuello, con pretensiones de ola sin memoria, con tu más hermoso sentimiento remojado, casi en el ahogamiento, en las clemencias deleznables. Sumergida con dios a la mitad de la sombra y con el diablo a la mitad de la luz, como si se cohabitara largamente con el arcaísmo. “Mirandola Dormir” de Homero Aridjis
Fernando García Álvarez
Nací enamorado de la luz y desde muy joven decidí ser artesano de sus reflejos. He sido aprendiz y alumno de generosos mentores que me llevaron al mundo de las artes y la comunicación. Así he publicado mis fotografías y letras en diversos foros y medios nacionales e internacionales desde hace varias décadas. El compromiso adquirido a través de la conciencia social me ha llevado a la docencia.
Colaborador desde el 10 de diciembre de 2021.