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La vida secreta de “El arte de mentir”, el nuevo libro de Eusebio Ruvalcaba

OAXACA, OAX., febrero 26.− En alguna plática cantinera, el escritor Eusebio Ruvalcaba (Guadalajara, 1951) recomienda escribir los textos periodísticos como si se estuviera conformando un libro, ejercicio que, de alguna manera, es el caso de su publicación “El arte de mentir” (Almadía), que circula ya en esta capital y fue presentado en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería de la ciudad de México.

Porque, aunque él no se catalogue como periodista, es claro que practica tal ejercicio: andar escribiendo textos por las calles de la vida para luego conjuntarlos y proponer un libro integral.

Con ideas propias y nunca con una recopilación de las de otros, “El arte de mentir” conjunta “aforismos, ensayos, apuntes, reflexiones” sobre “la amistad, las bondades y deslealtades del amor, la dureza de los recuerdos, el ego de los escritores, la cocina del taller literario, el cinismo, el ensimismamiento, la frivolidad, el recato, los perros, la soledad, la mentira, el conocimiento, la tristeza” y demás.

Son 356 páginas de infinidad de textos que, obvio, Eusebio Ruvalcaba escribió andando por la vida de la ciudad de México, Tlalpan –donde reside−, Guadalajara, Oaxaca, tierra en la que, ha dicho más de una vez, quiere ser “sepultado, con música de Brahms de fondo”.

Alguna otra ocasión, saliendo del metro Barranca del Muerto, allá en Mixcoac, Distrito Federal, Eusebio Ruvalcaba señala el sitio donde, en ocasiones, se mete −metía− a escribir los domingos, unos de esos “modernos” cafés restaurantes de primera generación ya en extinción, que para él es el refugio ante el insoportable trajín hogareño femenino del aseo de ese día.

Al mismo tiempo que se despide, muestra la íntima confección de un cuaderno profesional que bien pudiera verse como arte objeto –calificativo que, seguramente, no le agrade−, en el que registra sus letras, sus aforismos, sus ensayos, sus apuntes y reflexiones:

“Conforme se cuece, aquella carne [cruda] desprende el olor que inevitablemente despierta el apetito; de algún modo, se está a punto de comerse algo que fue un ser vivo; exactamente igual, conforme el escritor avanza, su trabajo desprende el olor de lo prohibido, que inevitablemente invita a leerlo. Porque el escritor se devora a sí mismo cuando escribe”.

La cantina La Jalisciense del centro de Tlalpan, famosa por sus salsas, la esmerada atención de sus propietarios y porque en el inmueble otrora residiera el insigne Renato Leduc, es otro ámbito donde, martini en mano, Eusebio Ruvalcaba ofrece otra consigna: “no acostumbro ir siempre a la misma cantina, porque siento que me estaría perdiendo de muchos otros lugares”.

Así su libro “El arte de mentir”, que va de allá para acá: de “Una burbuja bajo el dictado del viento” a “La música cristaliza el silencio”, pasando por infinidad de temáticas más, entre ellas, desde luego, la del texto que da pie al título de su libro.

Antes, el Eusebio que predominaba y más gustaba era el irreverente, el iconoclasta, aquel de “Memorias de un liguero”, “Las cuarentonas” o, en el plano del texto periodístico, “Chavos: fajen, no estudien”, que tanto revuelo causó: en la Facultad de Letras de la UNAM, como manifiesto; entre las esposas de los empresarios suscritos a “El Financiero”, como blasfemo panfleto.

Ahora prevalece el Eusebio aforístico con el que se podrá coincidir o no, pero que, en todo caso, busca provocar la reflexión:

“Quienes se niegan a practicar el ocio, no lo aceptan ni en las condiciones hechas para tal ejercicio. Al contrario, se molestan porque el ocio les indica el camino. Como al momento de paladear el postre, o bien de permitir que el sudor se desparrame en el cuerpo exhausto. Cuando no hay nadie a la vista, más que la diosa soledad.”

Otros refugios de Eusebio Ruvalcaba, indispensables para confeccionar su literario “arte de mentir”, son La Flor de Valencia, “donde el ambiente es lúgubre, pero la comida es buena” –como de forma extraña bien se apunta en uno de esos tan esnobs sitios de Internet.

También la confortable cantinita de barrio bajo La Perla, enclavada en “La Carrasco”, como es conocida esa parte de la colonia Isidro Fabela de la delegación Tlalpan, una comunidad que, narra Eusebio, a la una de la madrugada es una romería: “ahí está la vida”.

Y desde luego, la cantina El 20 o La Muralla, la del Centro Histórico de Oaxaca. Donde Eusebio, “ah, sí –cuenta Alex, el responsable de ese tan tradicional espacio−, llega, toma, pasa horas, duerme”: duerme, él sí, el sueño de los justos, y también practica el ensimismamiento, aquel donde “el hombre habla consigo mismo a través de la soledad”.

 

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