+ “Cada día se mueren, en el mundo —en este mundo— 25 mil personas por causas relacionadas con el hambre”, señala el escritor argentino Martín Caparrós en su libro El Hambre (Anagrama). El también periodista, habla del hambre que mata lentamente…
Pásenle, siéntense, deben tener hambre, nos dice Rosalinda. Nos sirve un plato con dos cucharas de arroz y una de frijoles, con tortillas de trigo, hechas por ella. Al nieto de 2 años, le ofrece una tacita con leche (una cuchara de polvo diluido con agua) y un pan. “Come bien este chamaco y cuando hay, le encanta el pollito y más si es rostizado. Es capaz de comerse la mitad de uno”, dice.
Conoce la sensación de hambre. Ese dolorcito en el estómago es común y lo sabe distinguir cuando lo sienten sus hijos. Sin embargo, carecen de recursos suficientes para saciarla. Viven en una población rural y siembran los granos básicos en una tierra prestada. Y entre cuidar hijos, preparar la comida, lavar la ropa, cuidar a una suegra centenaria e ir al campo para recolectar una parte de la cosecha para el dueño, otra parte para vender y un poco para ellos, no le alcanza para sembrar más y tener más alimento.
Ella y su familia, comen menos de lo que requieren. A veces comen mejor y a veces no. Entonces ocurre lo que el escritor argentino Martín Caparrós escribió en su libro El Hambre (Anagrama), que millones de personas en el mundo viven en condiciones similares y pueden morir a causa del hambre, es decir, cualquier infección les afecta porque carecen de defensas porque no están bien alimentados.
En su libro publicado en 2014, el también periodista, habla del hambre que mata lentamente, esa que los afectados no llegan a identificar como peligrosa. Esa desnutrición que los coloca en situación de desventaja y los deja susceptibles de enfermarse de todo y morir de cualquier padecimiento. Y eso es algo que no se ve, porque sí comen, a veces bien y no parece catastrófico ni sale en los medios de comunicación.
“Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, más presente en nuestras vidas que el hambre —y, al mismo tiempo, para la mayoría de nosotros, nada más lejos que el hambre verdadera”.
“Cada día se mueren, en el mundo —en este mundo— 25 mil personas por causas relacionadas con el hambre. Si usted, lector, lectora, se toma el trabajo de leer este libro, si usted se entusiasma y lo lee en —digamos— ocho horas, en ese lapso se habrán muerto de hambre unas 8 mil personas: son muchas 8 mil personas”, señala Martín Caparrós en su libro.
Y, sin embargo, el hambre le sigue sucediendo a otros. Los otros pueden seguir diciendo “me muero de hambre” cuando no comen a tiempo. O seguir desperdiciando la comida o darse verdaderos festines en algunas celebraciones, cuando los restaurantes ofrecen una cantidad tal de alimentos que es imposible comer en unas cuantas horas y sin embargo, se paga, se come algo y se desperdicia la mayor parte.
¿Y cuál es la solución?
En entrevistas, el cronista argentino Martín Caparrós ha mencionado como prioridad el dejar de ver para otro lado, porque el hecho de que tanta gente no coma suficiente también es nuestro problema, “no es solo problema de ellos, es nuestro y por lo tanto deberíamos empezar a exigir de la misma forma que exigimos que nos limpien la atmósfera”.
“El problema principal de este mundo es la desigualdad espantosa de la que, muchas veces, ni nos damos cuenta. Los que realmente tienen hambre están tan jodidos que bueno, no consiguen imaginarse un horizonte que no sea el de comer mañana y pasado y el problema siempre es del otro, no nuestro”.
“Sabemos bien quiénes son. A veces, generalmente, tienen otro color de piel, hablan un idioma que no entendemos. Entonces no conseguimos pensar que ese sea nuestro problema. Y es cierto, requiere un salto de inteligencia un poco mayor pensar que es nuestro problema porque requiere suponer que nos da mucha vergüenza vivir en un mundo que podría alimentar a todos y sin embargo deja a mil millones de personas sin comer lo que necesitan”.
“Eran tres mujeres: una abuela, una madre, una tía. Yo llevaba tiempo mirándolas moverse alrededor de ese catre de hospital mientras juntaban, lentas, sus dos platos de plástico, sus tres cucharas, su ollita tiznada, su balde verde, y se los daban a la abuela. Y las seguí mirando cuando la madre y la tía recogieron su manta, sus dos o tres camisetitas, sus trapos en un petate que ataron para que la tía se lo pusiera en la cabeza. Pero me quebré cuando vi que la tía se inclinaba sobre el catre, levantaba al chiquito, lo sostenía en el aire, lo miraba con una cara rara, como extrañada, como incrédula, lo apoyaba en la espalda de su madre como se apoyan los chiquitos en África en las espaldas de sus madres —con las piernas y los brazos abiertos, el pecho del chico contra la espalda de la madre, la cara hacia uno de los lados— y su madre lo ató con una tela, como se atan los chiquitos en África al cuerpo de sus madres. El chiquito quedó en su lugar, listo para irse a casa, igual que siempre, muerto “. ( El Hambre).
Ernestina Gaitán Cruz
Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Reportera, articulista y free lance en La Jornada, Notimex, El Nacional, El Día Latinoamericano, Revistas FEM y Mira; Noticias de Oaxaca y Tiempo de Oaxaca. También llegó a colaborar en los Gobiernos de Guerrero y de Oaxaca.