Tras señalar que el español nunca ha sido un idioma científico, el doctor Ruy Pérez Tamayo, profesor emérito de la UNAM y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, de la que también es director adjunto, aseguró que en la actualidad éste no tiene ninguna representación en la literatura científica, a diferencia de la fuerza que posee en el terreno de la literatura y las humanidades.
Con motivo de su participación en el ciclo “La Academia Mexicana de la Lengua ante los centenarios”, con la ponencia “La lengua española en la ciencia”, Pérez Tamayo observó que desde la revolución científica que se dio en el siglo XVII, quien produce el conocimiento tiene la prerrogativa de establecer su lengua como medio para su divulgación.
Recordó que en ese momento histórico, la lengua científica internacional era el latín; posteriormente, con la reforma protestante en Alemania, se comenzaron a utilizar los idiomas regionales y algunos científicos de ese país comenzaron a publicar en alemán vernáculo; en tanto que algunos franceses e ingleses hicieron lo propio en el siglo XVIII, de tal suerte que las lenguas científicas que se usaron fueron precisamente las de los países que producían el conocimiento.
Como parte de su experiencia personal, el prestigiado médico cirujano, comentó que cuando estudió medicina tuvo que aprender francés, ya que los libros de texto se publicaban en ese idioma; en tanto que las ciencias duras, sobre todo física y química, lo hacían en alemán; en el caso del español lo que se hacía era traducir las obras de otros idiomas, pero nunca textos originales.
“Así han seguido las cosas, sólo que al final de la Segunda Guerra Mundial el país que ha marcado el rumbo científico y tecnológico en el mundo es Estados Unidos, por tanto el idioma oficial de la ciencia es el inglés. Y creo que esta situación prevalecerá en buena parte del siglo XXI, mientras China consolida su poderío; por ello, recomiendo a mis alumnos aprender ese idioma, pues el avance de esa nación muestra una velocidad impresionante”, destacó.
El científico, nacido en Tampico, Tamaulipas, en 1924, observó que ante lo anterior, el papel de la Academia es fundamental en términos del estudio de la forma en que funciona el idioma y también su evolución como mecanismo de comunicación en la sociedad en general, en cumplimiento de su función para la conservación, purificación, estudio y promoción para el desarrollo de la lengua en sus distintas variedades y regionalismos.
En ese sentido, explicó que la presencia de algunos científicos en la estructura de la Academia, tiene el propósito de vigilar el uso del lenguaje técnico y científico, pues el dialecto que en ellas se usa, no es del dominio común, lo que le obliga a llevar un registro de las nuevas voces, los neologismos -muchos de los cuales lo enriquecen, aunque otros lo contaminan-, pero que deben registrarse, “porque el hombre es el dueño del lenguaje, nosotros decidimos que quieren decir las palabras y no siempre, todos decidimos lo mismo”.
Luego de establecer que la Academia no legisla sino registra, pues una voz de uso común debe estar en los diccionarios, Pérez Tamayo refirió que en el caso de la ciencia y la tecnología, el manejo de siglas y vocablos debe conciliarse con las reglas establecidas por las sociedades internacionales de nomenclatura que en muchas disciplinas obligan a utilizar anglicismos.
A manera de ejemplo, comentó que en el caso de la medicina para referirse al acido desoxirribonucleico, sin importar en qué idioma se escriba un texto, la regla exige utilizar las siglas DNA y RNA, con el fin de facilitar la comunicación.
Dijo que otra razón para utilizar anglicismos, radica en que idiomas como el español, son menos elásticos o flexibles que el inglés, que permite inventar palabras para las que nosotros no tenemos equivalente y la única opción posible es adoptar la palaba en inglés; como ejemplos claros de ello, aludió a los términos hardware y software en el medio de la informática; y en otro terreno, la palabra estrés que ya incluso fue castellanizada e incluida en el Diccionario de la Real Academia.
Por otra parte, Ruy Pérez Tamayo señaló que el desarrollo de la ciencia en México, como en otros aspectos, ha sido muy débil, pues comenzamos a darnos cuenta de su valor con tres siglos de retraso, ya que todavía en el siglo XX no estábamos preparados para establecer una tradición científica.
Si bien reconoció que tenemos una historia científica, aclaró que existe diferencia entre historia y tradición. En ese sentido destacó que hemos tenido grandes figuras científicas desde la Colonia, pero han sido figuras aisladas; no ha habido grupos establecidos, profesionales, que hayan desarrollado ideas propias, autónomas, independientes del desarrollo científico internacional.
Puntualizó que empezamos a adquirir autonomía científica, a hacer ciencia como se debe hasta 1952, cuando se puso la primera piedra de Ciudad Universitaria y se reunió a las escuelas y facultades que estaban desperdigadas en el Centro Histórico y en otras partes, para reunirlas en el campus universitario. Eso permitió establecer contactos y se empezó a trabajar desde una perspectiva multidisciplinaria, acorde con las tendencias científicas contemporáneas.