Existen los que me llaman antipatriota por criticar una y otra vez el despilfarro de recursos económicos en los festejos del Bicentenario; otros más me llaman apátrida y los menos anticalderonista.
Desde luego que no pretendo generar un falso debate en torno a ellos, pero sí voy a fijar mi postura en torno a esta fiesta, sus ventajas y desventajas.
El gasto en términos económicos supera los 230 millones de dólares, de los cuales 45 millones se gastaron en tan sólo ocho horas, entre el desfile y los festejos del Zócalo de la Ciudad de México.
La razón de peso por parte de los organizadores es la de tener festejos de altura mundial en los aspectos cultural, artístico, cívico y patriota, ya que no siempre se cumplen 200 años de Independencia y 100 de la Revolución.
El responsable de los festejos, Alonso Lujambio, quien entrara al relevo de Patricia Flores no ha podido justificar el desorden e impunidad en torno a las obras programadas, me refiero a la “Estela de Luz”, el monumento conmemorativo que no estará listo sino hasta finales del 2011, y su presupuesto se ha duplicado.
El monumento, una torre de más 100 metros de altura se construye frente al bosque de Chapultepec, y el gobierno actual lo ofreció como el principal legado a las generaciones futuras.
La primera ocasión que justificó el retraso de la obra con el argumento de que se trataba de condiciones climatológicas; hoy la justificación se da en torno a un estudio de riesgo sobre la construcción realizado en Canadá, en el que se descubre que la estructura tiene que ser más firme de lo calculado para poder soportar los flujos de vientos y la actividad sísmica; de ahí que justifiquen también el incremento en el costo hasta llegar a los 50 millones de dólares.
Y qué se puede decir de la canción oficial “El futuro es centenario”, que más tardó en salir que en recibir un huracán grado cuatro de críticas, lo que la llevó a estar en el más bajo perfil durante la celebración.
De los 45 millones de dólares gastados en ocho horas, la mayor parte fueron a parar a los bolsillos de las televisoras y demás medios de comunicación, con el único objetivo de mostrarnos “como una Nación fuerte, unida y progresista”.
Pero nunca, ni de broma se llamó a la reflexión del país que realmente somos, ese que no respeta a las minorías por sus preferencias sexuales, donde el Estado laico es un mito, y lo mismo mueren niños por negligencia de autoridades sin que nadie les castigue.
¿Por qué no mostrar a los mexicanos lo que realmente somos, y decidir qué país queremos ser?
El espejo de la realidad se vio distorsionado por las luces y las voces que gritaban lo contrario, se silenciaron momentáneamente por la pirotecnia y el sonido estridente de los conciertos populares.
Pero ha pasado la euforia, hemos vuelto a la realidad lacerante, y hoy más de uno nos volvemos a preguntar ¿qué hubiera pasado si ese dinero se hubiera utilizado para construir más de diez mil aulas para niños en las comunidades indígenas a lo largo y ancho del país?, ¿acaso no sería una mejor herencia a las generaciones futuras?, ¿o equipar los hospitales públicos?, sanear arroyos y ríos que una estela de luz y pólvora en infiernitos.
En el Centenario de la Independencia y a pesar de todas las críticas que puedan existir, el presidente Porfirio Díaz construyó Bellas Artes, Correos, El Ángel de la Independencia y el Paseo de la Reforma, por mencionar algunas obras, y desde donde hoy los festejos del Bicentenario sólo son una muestra de corrupción y desprecio por las necesidades de los mexicanos.
Monumentos que no se sabe si son una copia de Fox mezclado con Pancho Villa, todo un monumento “ni-ni”, un gasto innecesario para retroceder al pasado donde se dieron cita personajes macabros de la talla de Carlos Salinas de Gortari, con un sólo fin: dar una imagen que no corresponde a un país cuya economía se encuentra en crisis.
(*) Médico anestesiólogo, ex presidente municipal constitucional de Santa Cruz Xoxocotlán y ex candidato a diputado estatal.