Primera parte
SIN DERECHO A FIANZA.- Frente a la tumba de Napoleón Bonaparte, la que visitó en su exilió en París, el general Porfirio Díaz pudo haber pensado que el pueblo mexicano no le haría un tributo de tal magnitud, como él creía que merecía.
Su anfitrión, el general Niox, lo escoltó y puso en sus manos la espada que el Gran Corso blandió en Austerlitz. “Soy indigno de ella” –señaló don Porfirio: Nadie sabrá si lo dijo en serio… tantas veces había mentido.
A Benito Juárez, quien sería su maestro, protector y amigo, y a quien luego querría derrocar, le debió Díaz su primer grado. En 1856, el entonces gobernador Juárez lo nombró capitán de infantería.
Al estallar la Guerra de Reforma, Juárez lo nombra jefe político de Tehuantepec, donde, aparte de las pugnas entre liberales y conservadores, Porfirio tuvo que lidiar con las constantes disputas entre tehuanos y juchitecos. La situación era extraordinariamente difícil, recuerda Porfirio en sus memorias.
Señala Mariana Anzorena: “Ahí, el futuro presidente de México comenzó a entender de política. Primero intentó imponer el orden con la amenaza de ejecutar a todo prisionero, después aprendió la que sería una de sus estrategias favoritas: ‘Divide y vencerás’. Entre los tehuanos soltó el rumor de que había dado armas a los juchitecos, y cuando las hostilidades estallaron en la noche de Año Nuevo, el entonces Capitán Díaz aprovechó para atacar a los tehuanos reclutando a más de dos mil juchitecos”.
DIGRESIÓN NECESARIA
Ahí también conoció a Juana Cata, supuestamente su amante, de cuya relación corren leyendas en la zona. Dice Enrique Krauze: “Díaz logró que la empresa del ferrocarril transístmico desviara la ruta para hacerla pasar a dos metros del chalet estilo francés construido para Juana. ‘Cuando mi abuelo la visitaba –recuerda Lila, la nieta de Díaz– el maquinista reducía la velocidad y silbaba una clave; Juana Cata entreabría su puerta y Porfirio saltaba sin que el tren se detuviera, ya que el primer escalón (…) coincidía con el estribo del tren […] En Tehuantepec el pasado precolombino parecía más vivo que el presente. Mientras la Compañía Luisianesa construía un ferrocarril transístmico, los zapotecas […].”
Ese alarde romántico lo mencionan también muchos otros, historiadores o no. Pero es inexacto (y si desvió la vía, ¿por dónde pasaría?).
El puente de Tehuantepec (a unos 100 metros de la casa de Juana Cata) se construyó en la parte más angosta del río; cualquiera con sentido común lo puede apreciar. De hacerlo en otra parte sería una insensatez; como construir el famoso canal que se hizo en Panamá, de Tamaulipas a Sinaloa, por ejemplo.
Y no fue ninguna “Compañía Luisanesa” la que construyó el ferrocarril, como afirma Krauze. Al parecer de él lo copió Heraclio Zepeda para su libro “Tocar el fuego” (pág. 111), donde éste habla de la relación entre Porfirio y Juana. (También Heraclio anda perdido: su obra se ubica durante la intervención francesa, cuando ninguna vía férrea pasaba por Tehuantepec).
Hubo una Compañía Luisanesa (en el marco del tratado McLane–Ocampo), de la que habla Charles de Brasseur en su famoso libro sobre Tehuantepec, empresa que en 1857 obtuvo el privilegio de abrir una comunicación interoceánica en el Istmo (se viajaba en barcos de vapor de Coatzacoalcos a Minatitlán, de ahí a Xúchil y luego en diligencias hasta La Ventosa-Salina Cruz), la cual hizo malas gestiones, por lo que fueron suspendidos los trabajos y el gobierno decretó la requisición de los bienes de la compañía.
El Ferrocarril Nacional de Tehuantepec comienza a construirse en 1888, cuando se autorizó a C. S. Stanhope, J. H. Hampson y E. L. Corthell el contrato. La empresa obtiene malos resultados, por lo que en 1889 se le encarga su terminación a la Pearson and Son Ltd, que la concluye en 1894. El palacete de Juana Cata aún no existía. Y de existir, a esa edad, dudo mucho que Porfirio saltara los cuatro metros que lo separaban del tren a la puerta de Juana, como dice la nieta de Díaz entrevistada por Krauze. Disculpas por apartarme un poco del tema.
HÉROE DE LA INTERVENCIÓN
A la caída del Segundo Imperio, Porfirio Díaz terminó como uno de los héroes importantes, pero ansiaba más poder que los reconocimientos militares.
Por ello participa en la contienda a la Presidencia de la República contra Juárez en agosto de 1867: la pierde. El Indio de Guelatao lo derrota nuevamente en 1871.
Pero al héroe de La Carbonera no le gustaba perder. Por eso en 1871, con el Plan de La Noria, se levanta en armas contra su mentor Juárez; a mediados de 1872, a punto de entrar a la Ciudad de México, es derrotado por el general Sóstenes Rocha.
Al morir Juárez, Lerdo de Tejada asume la Presidencia y concede amnistía a Porfirio, quien compite contra Lerdo en 1872: nueva derrota del oaxaqueño. Díaz insiste. Repite en las urnas contra Lerdo en 1876 y vuelta a morder el polvo.
Entre otras acciones de Lerdo contra el clero fue la de elevar a orden constitucional las Leyes de Reforma en 1873, expulsar a las órdenes religiosas y elevar los impuestos. Por eso la Iglesia (de nuevo) apoya a Porfirio para lanzar el Plan de Tuxtepec con la consigna de la No Reelección.
(No sería la única vez que el liberal que había apoyado a Juárez contra la Iglesia tendría tratos clericales. En 1880, el excomulgado por jurar la Constitución de 1857, le solicita a uno de los jerarcas que pidieron la llegada de Maximiliano: Pelagio Antonio Labastida, que lo case con Delfina, su sobrina, quien se halla grave por su último parto. El padre lo obliga a renunciar a aplicar la Constitución susodicha. Así sería.
Más tarde, como lo consigna Luis González, ante la flagrante violación a la ley de Cultos, Porfirio permanecería en silencio, más aún, con motivo del tercer jubileo de Pelagio Labastida, “el jefe del liberalismo mexicano, el presidente Díaz, en busca del favor del jefe más conspicuo de los conservadores, le mandó un regalito […] un báculo de carey y plata dorada”).
Por fin triunfa con el Plan de Tuxtepec y comienza la historia del dictador más célebre de México. Ya que la Constitución indica que no puede ser presidente por dos periodos consecutivos, deja a su compadre, el golpeador de mujeres, Manuel González, en 1880, y después de hacer enmiendas a la carta Magna, quien llegó enarbolando la bandera de la No Reelección, se reelige en 1884, 1888, 1892, 1896, 1900, 1904 y lo intenta en 1910 por séptima ocasión, pero ya no puede.
ORDEN Y PROGRESO
Para 1878 Porfirio había logrado pacificar prácticamente a todo el país y toma una de las mejores decisiones: Nombra a José Yves Limantour como secretario de Hacienda. A este inteligente hombre se le deberá que México crezca económicamente.
México tuvo un crecimiento económico nunca visto antes, es cierto, pero ese desarrollo favoreció a unas cuantas familias mexicanas y a muchos extranjeros. Fue la época en que se formaron enormes latifundios. Se calculó que en su gobierno el país era propiedad de 800 familias.
Sus primeras acciones fueron ganarse la confianza de Estados Unidos, pagando puntualmente la deuda y atrayendo inversión; puso orden en las finanzas públicas; subvencionó barcos que llegaran a puertos mexicanos, principalmente norteamericanos, para impulsar el comercio exterior. Atendió la minería, construyó caminos y fue una gran obra la continuación de las vías férreas.
Y en lo político, la estrategia que Porfirio usó en el Istmo de Tehuantepec le funcionó como Presidente. A sus generales les entregó prebendas, los hizo regresar a su tierra y les dio cargos públicos. Los mantuvo separados y cuando convenía los incitaba a pelear entre ellos. Porfirio no era de los que ponía y quitaba, principalmente a los gobernadores, dice Luis González: “Por regla general, los gobernadores virreyes dejaban sus gubernaturas hasta que entregaban la vida”.
Dividió al Ejército en pequeñas unidades que dispersó por todo el país, pero sin confiar en ellas. Con tantas guerras como sufrió México en ese fatídico siglo, había una plaga de bandoleros; la solución fue crear a los famosísimos “Rurales”, reclutados entre los mismos bandidos y pistoleros de las ciudades, que tenía la facultad de disparar a discreción sin rendir cuentas a nadie. Lo demuestra la letra de un corrido que cantaba el “Piporro”.
Arnulfo estaba sentado
y en eso pasó un Rural.
Le dijo: oiga qué me ve.
La vista es muy natural.
El Rural, muy ofendido,
en la cara le pegó.
Con su pistola en la mano
con la muerte lo amagó.