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Desaseo y desorden en Oaxaca

En una entrevista radiofónica realizada el viernes 9 de diciembre, poco antes del inicio de su audiencia pública, el gobernador Gabino Cué sintetizó el estado de la administración que recibió bajo los términos “desaseo y desorden”.

Seguramente esta era la misma percepción de una mayoría de ciudadanos respecto al gobierno pasado y por esa razón votaron por el cambio en las elecciones del 2010.

La valoración del gobierno pasado impide pensar si se trató de un gobierno de izquierda o de derecha, ni hacia dónde se orientaron sus políticas sociales y económicas (aunque una reflexión en esos términos sería demasiado elegante), sino que simplemente se trató de un gobierno que dejó como herencia un lastre administrativo y financiero, abusos de poder y un blindaje que ha garantizado que los principales beneficiarios de la corrupción sigan gozando de impunidad en la etapa del cambio.

Si el año pasado el voto de los ciudadanos en favor de la alternancia fue para acabar con esa tendencia de gobiernos abusivos y patrimonialistas que convirtieron el bien público en un botín, de ese juicio ciudadano no se salvan quienes venían de gobiernos atrás, quienes aprovecharon la debacle del último gobierno priista para regresar “limpios” en otras corrientes del PRI, o distribuidos en los otros partidos.

Ahora, vestidos con el discurso de la “transición democrática”, los viejos grupos de poder se alistan para la contienda del 2012 desde diferentes trincheras.

Ya representan al “cambio”, ya “son otros”; son críticos de los excesos del ulisismo y suponen que eso los exime de las omisiones y abusos en que incurrieron en su momento.

Seguramente consideran que el hecho de tomar distancia del pasado gobierno, de formar parte de “corrientes renovadoras dentro del PRI”, de vestirse de azul, amarillo o de cualquier otro color, así como de emprender alianzas prematuras con liderazgos que vienen de abajo les ayuda para lavar la memoria de los ciudadanos.

Sin duda un año es muy poco tiempo para asear y ordenar lo que dejó el pasado gobierno, como dijo el gobernador Cué, pero como bien agregó en la entrevista referida “el gobierno se evalúa todos los días”.

Además, habría que añadir, el tiempo se reduce y las condiciones políticas se modifican si consideramos que en la antesala de las elecciones del 2012 es previsible que la coalición gobernante se descomponga y se polarice en fracciones.

Destacan por lo menos dos: por un lado quienes se sumarán a la propuesta de la “república del amor” de AMLO y, por el otro, quienes aspiran a la continuidad de la “república del rencor”, de Felipe Calderón.

La redefinición de posturas que se perfila responde desde luego a la propia composición y naturaleza del actual grupo gobernante, el cual no podrá permanecer al margen de las elecciones del 2012.

Con esta condición, si ha resultado difícil atender “el desaseo y el desorden” heredado por los priistas, más complejo será enderezar el timón y saber hacia dónde se va.

La claridad del rumbo es una responsabilidad inmediata de los partidos y del gobierno para reencontrar sus propios compromisos y definir sus prioridades, en un momento como el que se vive, en que aumenta la desconfianza de los ciudadanos hacia la política dominante.

De lo contrario, el riesgo es que los partidos identificados con el cambio progresista sigan ganando posiciones de gobierno y legislativas, pero queden atrapados entre la maraña de intereses facciosos y personalistas, lo que abonaría aún más al desencanto de los ciudadanos respecto a los partidos, los gobiernos y los legisladores.

Si nos limitamos al nivel de los relevos de grupos gobernantes, en donde salen unos y entran otros, nos encontraremos que independientemente de los partidos, prevalecen los intereses minoritarios de los grupos de poder y que se ratifica la máxima de Robert Michels, “la ley de hierro de las oligarquías”, escrita hace más de 80 años.

Esta ley realiza una crítica a los luchadores sociales que se convierten después en gobernantes, que pasan de revolucionarios a conservadores, que reproducen las prácticas de los grupos que desplazaron para mantener el control, o también el caso de los grupos de la élite que independientemente de las alternancias, nunca se fueron.

Si nos quedamos con esta perspectiva, podríamos señalar que uno de los primeros productos de esta alternancia y las primeras señales de la anhelada transición no sería un cambio de relaciones entre gobernantes y ciudadanos, sino una extraña mezcla de los partidos de todos los colores en donde no existen diferencias entre un partido y otro, puesto que siguen haciendo lo mismo.

Con estas consideraciones resulta importante dar contenido al debate sobre democracia y participación ciudadana; no sólo nos referirnos a la bondad de modelos abstractos de democracia repitiendo slogans del IFE, tampoco limitarnos a los diseños institucionales con programas y nuevos organismos que usen como nombre o apellido los términos de “democracia” o “participación ciudadana”, para cumplir con la norma y que después se queden como meros cascarones.

Sin duda, el contenido de la democracia será más claro si se insiste no solamente en los reacomodos al interior del grupo gobernante, en las dirigencias de los partidos, en el reparto de candidaturas, sino que se comprenda lo que ocurre en la sociedad, en las relaciones entre los ciudadanos que ocurren todos los días, no sólo en las coyunturas electorales, en las formas de organización y participación en la base social, en la cultura política y en la construcción de confianza respecto a las autoridades, si es que acaso está ocurriendo.

Al parecer no.

(*) Investigador del IISUABJO.

sociologouam@yahoo.com.mx

 

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