RETRAZOS.- Hará quince años tuvimos una primera conversación bajo la luz alcoholaria. Él, entonces estudiante de psicología, me hablaba con frenesí sobre literatura, se encaramaba en un festín descriptivo de la novela “Tarás Bulba”, de Gógol. Se ponía de pie, iba a su librero, extraía un volumen de cuentos, dos, tres novelas de las cuales elaboraba una rauda exégesis. Nos hermanó ese vicio bibliófilo.
Después ingresamos a cavernas de intrincadas estalactitas donde habitaban poetas e intelectuales como Jorge Pech y Azael Rodríguez; músicos como Víctor Martínez y cantineros como Quique Gallina.
Víctor Hugo fue creciendo como descifrador ávido de narrativa universal y de la obra lacaniana. De la lectura brincó a la escritura, en tanto la academia ha sido bastión de sobrevivencia y ejercicio intelectual. A la fecha ya es doblemente máster: en literatura y psicoanálisis.
En Oaxaca, su generación –nacida a finales de la década de 1970– es prolífica en inquietudes literarias, aguerrida en fincar iconoclasias, en improvisar movimientos poéticos, pero sin una producción suficiente que avale su ánimo incendiario. Víctor Hugo, en cambio, desde la discreción y la voracidad lectora ha venido hilvanando una obra, cuyo primer resultado es su libro “Imaginario”, editado este año por la Seculta en la colección “Parajes”.
Hablo de un compendio de historias enmarcadas en la estructura del cuento clásico, cuya calidad escritural lo posiciona como una de las voces jóvenes más lúcidas y originales de nuestro contexto literario. Más allá de las cualidades de este libro, el autor entrevera el psicoanálisis como raíz temática de sus cuentos, donde lo real, lo imaginario y lo simbólico no son sólo nociones conceptuales enraizadas en lo puramente teórico, sino que forman parte del artificio por medio del cual vislumbramos el deseo y los fantasmas de los personajes, como el acto de mirarse en el espejo del otro para saber verdaderamente quiénes somos.
Si la literatura en su momento fue fundamental para la creación de preceptos que nutren la teoría psicoanalítica, ahora el psicoanálisis sirve de arquetipo para dar vida a estas narraciones no desprovistas de sorpresas y hallazgos. Lacan afirma que el sujeto es hablado por el Otro. En el caso de este libro de Cruz Vargas, la colectividad en su marejada de deseo y significantes, es narrada por otro, que es él, que es el espejo de lo cotidiano, que es nosotros.
Se abre así una nueva ventana en la pequeña casa de nuestras letras. Hay que celebrarlo.