Para mi hermano Ladrillo Muerto
RETRAZOS.- Hubo un tiempo, alrededor de 1995, en que el centro de la ciudad amanecía estupefacto ante lo que se propagaba impunemente en las fachadas de sus casonas. Algo como una plaga nocturna, una reyerta grafiterahecha de poemínimos sangrantes de dolor amoroso y metafísica irreverente.
Amanecían esas frases colgadas de las paredes, escritas con spray veloz y fúrico. Entonces caminar esta ciudad canteril se convirtió en experiencia lectora, donde de tramo en tramo un verso te acribillaba la cara.
Ese acucioso fenómeno madruguero causó natural exasperación en los habitantes del centro citadino: sus paredes balaceadas con verborrea poética. Era peculiar ver en esas frases un punto final sangrante, donde el bardo había exprimido hasta el último hálito el aerosol.
Las frases permanecían ahí meses enteros, manoseadas por el sol y la lluvia, dándose a manos llenas a los ojos delos transeúntes: instrumentos palabreros que nos vituperaban con su ácido erótico y mordaz, que nos extraían del ensimismamiento habitual y nos metían a patadas a una hoguera de quemantes significados.
Empezaron las especulaciones, las rabias, las acusaciones. ¡¿Quién será ese parásito de las banquetas anochecidas?! En los periódicos se desató una polémica de altos vuelos.
Unos defendieron con furor al poeta mural; hubo quienes denostaron la ortografía y la flojedad de sus versos. Otros juraron quemarlo en leña verde de sorprenderlo in fraganti. Alguien lo bautizó como el poeta “inmural”. Una mañana apareció una frase vampírica: “Siempre viajo de noche porque de día la luz evapora mi alma.”
Se intensificaron los rondines de la policía. Se escribieron historias sobre él. Era el Robin Hood noctívago que ofrendaba un peculio de imágenes poéticas a un pueblo misérrimo en lecturas. Hubo mujeres que juraron amarlo por su sola simiente verbal y misteriosa. Surgieron imitadores de escasa prosapia.
Pero después de un tiempo, el fenómeno se apagó y las fachadas del centro recuperaron su candor. Se habló de la muerte del poeta, de su reclusión en las Islas Marías o en un manicomio; de sudesdén y abandono de la poesía a la manera de un Rimbaud ensordecido por el fastidio.
Pero sigue vivo. Siempre supe que era él. Y lo volví a ver de frente hace unos días, mediando una brújula mezcalera. Me confesó que la técnica era ir bien vestido. ¿Qué policía te creería grafitero si vas de casimir? Se acompañaba siempre de un halcón vigía que le echaba aguas en las esquinas.
Dijo que su retirada de años es solamente táctica. Nuevas cicatrices le masacran el alma y el cuerpo; ha envejecido. Pero, como MacArthur, asegura que volverá. Ya hay cámaras en el centro de la ciudad, le digo. Siempre habrá maneras, me dice rumiando perversidad.