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Oaxaca, tres años después

Los resultados electorales del 2010, el inicio del primer gobierno estatal de alternancia, la composición plural del congreso y el triunfo de partidos opositores al PRI en la municipios más importantes de la entidad, marcaron un momento político importante que merece repensarse para identificar los avances, las dificultades, lo que no se ha hecho y hace falta por hacer en el plano de lo social.

Entre los avances podemos observar una cultura política más participativa. Queda claro que los actores del cambio político no son los burócratas que se benefician con las alternancias, del partido que se trate, sino que son esos ciudadanos anónimos que emergen en los periodos de crisis de las instancias representativas y de los diversos ámbitos de gobiernos.

Los actores del cambio son los miles de ciudadanos que desde diferentes trincheras, niveles y sectores presionan para lograr cambios institucionales y sociales de fondo.

Las formas de presión o de promoción del cambio son diferenciadas, desde las más visibles que son la protesta y la movilización, hasta las invisibles pero no menos importantes, como son las formas distintas de gestión, las iniciativas que se emprenden en diferentes niveles, la creatividad y el empeño por mejorar en el trabajo, las propuestas vinculadas a compromisos sociales y el ingenio al interior de las instituciones y fuera de ellas.

En un Foro de Pueblos Indígenas realizado en noviembre del 2006, se suscribió una Declaración en donde se expresó un acuerdo colectivo para convertir el conflicto político en una oportunidad, “para apostar a todo lo que articule, todo lo que construya desde abajo”. Se apuntaba, “Oaxaca ya cambió. No puede volver a la situación anterior”.

Y efectivamente, el saldo observado en el transcurso de los siguientes años fue el incremento del activismo social, el fortalecimiento de organizaciones de defensa de los derechos humanos, una mayor visibilidad de organizaciones ambientalistas y de organizaciones promotoras de la equidad de género y el surgimiento de colectivos de jóvenes y autonomistas.

También ha sido una etapa de mayor visibilidad del trabajo de pueblos y comunidades indígenas en defensa de territorios y recursos naturales, de la generación de propuestas a favor de la educación y la comunicación intercultural, del desarrollo de radios comunitarias y el impulso de diversas iniciativas ciudadanas.

Sin todo ese trabajo de activismo social y político, desplegado por el movimiento social como proceso colectivo, como la confluencia de distintas agendas públicas, no como un asunto de personajes en particular, la misma alternancia partidista del 2010 no hubiera ocurrido.

La conflictividad, pero sobre todo las expectativas de su solución y la aspiración compartida por muchísima gente de construir un Oaxaca mejor generaron las condiciones para la estrategia de alianza entre partidos.

El gobierno actual es deudor de ese proceso complejo de acumulación de fuerzas, de multiplicación de distintas formas de organización, y sobre todo de articulación de voluntades. Si el gobierno ha estado a la altura de las expectativas de la gente, es ya otra cosa.

La gran contradicción de las experiencias de alternancia a nivel nacional y en los ámbitos locales, que no es exclusiva de Oaxaca, es que en el momento en que los ciudadanos se dan cuenta que su voto si vale para cambiar a un partido por otro, resulta que todos los gobiernos se parecen entre sí.

Gobiernos identificados por agendas progresistas en otras partes de México, América Latina y el mundo, siguen siendo deudores de las altas expectativas de sus pueblos, de promesas no cumplidas. Aunque esto no es consuelo ni justificación para que el gobierno estatal deje de hacer lo que le corresponde.

El incumplimiento gubernamental no es motivo para la desazón colectiva, sino una señal clara para comprender que los cambios más importantes no provienen desde arriba, desde inteligencias iluminadas o de una gran racionalidad en la planeación estatal. La consecuencia de verlo así podría ser la frustración constante ante los arreglos facciosos entre grupos políticos y la subordinación de las estructuras burocráticas al poder económico.

Los cambios más importantes están ocurriendo en la multiplicación de microprocesos de organización y gestión que se emprenden abajo, invisibles pero existentes. En las formas diferenciadas de organización de mundos de vida de mucha gente, de ampliación de agendas, del trazo de metas en plazos distintos y en la continua renovación de esperanzas.

Como bien apunta Michel Wieviorka, “en vez de ser un elemento de debilidad, la diversidad insólita constituye un elemento de fuerza”.

Investigador del IISUABJO. Integrante del Sistema Nacional de Investigadores
sociologouam@yahoo.com.mx

 

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