Los actores del cambio democrático no son quienes protagonizan las alternancias de un partido a otro. Ninguno de los dirigentes políticos, ni Enrique Peña, ni Andrés Manuel López Obrador, ni Miguel Mancera, ni Gabino Cué, ni ningún otro encarnan por sí mismos la solución a los grandes problemas políticos, económicos y sociales. Pensarlo de esa manera sería apostar a la frustración.
En nuestra experiencia de alternancia particular, queda la idea de que cuando al fin los ciudadanos nos damos cuenta que el voto si vale para cambiar a un partido por otro, aunque sea a través de una coalición y en un momento tardío como el 2010, resulta que todos los partidos se parecen entre sí y que los gobernantes mantienen continuidad de prácticas.
Para evitar futuras frustraciones es importante considerar que los actores del cambio son los miles de ciudadanos que presionan para lograr cambios institucionales de fondo, de quienes exigen el cumplimiento de derechos. El tiempo de los ciudadanos no es el tiempo de las elecciones. La estrategia de los cambios no son las campañas partidistas sino el trabajo de todos los días y a todas horas.
La concepción de la democracia reducida a su expresión electoral y partidista se encuentra totalmente rebasada. Es importante considerar la participación de los ciudadanos anónimos que surgen ante la crisis de credibilidad de los partidos políticos, de los congresos y de los diversos ámbitos de gobiernos en las condiciones reales en que se mueven, como el contexto de desigualdad socioeconómica.
La cuestión es compleja; las dificultades están dadas por la subordinación de los políticos a los grupos de poder económico y por la incidencia de los intereses privados en las agendas públicas. Las posibilidades de cambio, en el trabajo microscópico y casi invisible de los ciudadanos en organizaciones de base y en diferentes trincheras.
Además, por la participación de los ciudadanos en momentos críticos. Así podemos entender que los resultados de las elecciones locales del 2010 no se pueden explicar sin el movimiento oaxaqueño del 2006, que marcó la crisis del dominio priísta establecido durante varias décadas.
En este sentido, es importante leer una y otra vez nuestras experiencias en los conflictos, en los movimientos, sin adjetivos ni maniqueísmos simplistas de los buenos contra los malos, del temor al desorden o de presuntos manipuladores de multitudes. El mejor método para comprender es ampliar horizontes y observar lo que ocurre en otras regiones del planeta.
Así, podemos observar la participación de los jóvenes en el ascenso de movimientos de protesta que han derrocado gobiernos y han abierto procesos de democratización en diferentes partes del mundo. Pienso en los jóvenes como motor de cambio porque son quienes realizan usos extraordinarios de las redes de información, con mayores habilidades que la población adulta, así como su creatividad y diversificación en las formas de protesta.
En las nuevas manifestaciones se está insistiendo en la visibilización de viejos reclamos, particularmente de injusticia social y exclusión que han generado tensiones latentes con gobiernos de distinto tipo y elites económicas. Los movimientos se han desencadenado por causas distintas, desde inmolaciones de protesta radical o como respuestas espontáneas a acciones represivas muy puntuales, que sumaron solidaridades en la primavera árabe.
También observamos la toma de conciencia respecto al deterioro de las condiciones socioeconómicas de los jóvenes indignados españoles e islandeses, o bien el movimiento Ocupa Wall Street. En América Latina las condiciones de deterioro social, del abuso de los dueños del dinero y sus subordinados gobiernos neoliberales son semejantes o peores. De la protesta no se salvan ni los gobiernos progresistas, de Brasil en el foco mediático ante la Copa Mundial, de los jóvenes de Chile o Argentina en rechazo a la privatización de la educación, o de quienes participan al interior de movimientos indígenas como en Bolivia o Ecuador, en donde se suman reivindicaciones muy específicas.
El caldo de cultivo es semejante y tiene que ver con la multiplicación de los descontentos ante una economía rapaz que no ofrece alternativas de empleo, educación o servicios dignos para todos, y mucho menos para los jóvenes, así como también por el aumento de la desconfianza hacia las autoridades, debido a su prepotencia y corrupción, y a la falta de políticas públicas hacia el sector.
La conflictividad está a la orden del día y México no está al margen de las tendencias que polarizan en términos sociales, económicos y políticos, en donde además, se suma el ingrediente de la violencia. Desde la campaña presidencial y la emergencia del movimiento #132, en diversos lugares del país se recrudecieron los síntomas de desconfianza hacia la clase política, hacia los gobiernos y los partidos. Este movimiento abrió una agenda de temas emergentes que aún continúa inconclusa para cambiar el estado actual de las cosas.
La persistencia de condiciones de desigualdad y la falta de oportunidades para los jóvenes, se han acentuado en regiones empobrecidas, como Oaxaca, Guerrero, Michoacán y Chiapas. Los detonantes de la movilización y de la organización en cada entidad, en cada región y localidad no se pueden anticipar, generalizar ni desdeñar. Por ello, la importancia de estudiar nuestra propia historia, no la historia de los héroes y de los mitos gloriosos, sino la historia de la gente.
Va mi reconocimiento y abrazo fraterno a los amigos del equipo de Educa, Asociación Civil, por sus primeros 20 años de trabajo social intenso en Oaxaca.
Investigador del IISUABJO. Integrante del Sistema Nacional de Investigadores Conacyt