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Contra las violencias

¿Qué tanto hemos perdido la capacidad de asombro y de indignación ante las expresiones de violencia que observamos todos los días? ¿Qué tanto nos hemos acostumbrado a esas expresiones de violencia al grado que pueden ser consideradas como “normales”? ¿Acaso suponemos que las violencias han estado allí, desde siempre, y que son parte de la condición humana?

Hay diferentes tipos de violencia, la que sufren los migrantes centroamericanos que se transportan en el “lomo de la bestia”, denominación común del ferrocarril en su paso por nuestro país, particularmente en la región sureste. La violencia de la sordera institucional y la impunidad ante las vidas perdidas, los ultrajes y los robos que denuncian los sobrevivientes en las fronteras norte, sur y en el interior del país.

La violencia de los conflictos comunitarios, de los desplazados, generalmente mujeres y niños, ante la persistencia de intereses personalistas y partidistas que dividen a familias y pueblos enteros; pues en vez de resolverse, los problemas se estiran hasta que revientan varias veces. En nuestro entorno inmediato hay varios ejemplos en la zona triqui y en los pueblos de las sierras oaxaqueñas, aunque la violencia también es desatada por los vacíos de mecanismos de conciliación gubernamental o por la presencia de una legalidad selectiva y arbitraria.

La violencia política que se nutre de ideologías autoritarias al desconocer a los otros, al no escucharlos, no consultarlos, no observarlos, ningunearlos, porque se tiene la idea de que esos otros, menospreciados, “no saben lo que les conviene”. Este tipo de violencia explota en una diversidad de conflictos locales en donde se disputan territorios, recursos naturales y futuros colectivos. Los ejemplos se multiplican a lo largo y ancho de nuestra extensa e intrincada geografía, en donde la violencia también es despojar de voz a los otros.

La violencia también se ejerce contra las mujeres empobrecidas como consecuencia de la falta de políticas públicas con perspectivas integrales, con expresiones en problemas de salud sexual y reproductiva, como la mortalidad materna y el incremento del número de embarazos entre niñas y adolescentes; desafortunadamente Oaxaca es un estado que registra los índices más altos en estos rubros.

En las penumbras de lo no dicho persiste la violencia sexual, en donde no existen suficientes datos debido a la falta de denuncias por vergüenza o por temor ante las amenazas que los agresores ejercen. Aunado a lo anterior está la falta de personal capacitado y sensibilizado para brindar atención y acompañamiento adecuado a las mujeres o infantes víctimas de violencia sexual lo que propicia revictimizaciones en lugar de justicia.

La violencia es no nombrar lo que es, como los feminicidios, una de las expresiones más duras de la violencia, porque ocurre, aún cuando se oculta o se niega. Los feminicidios inciden en medio de deficiencias institucionales como la carencia de estadísticas oficiales reales, ya que la mayoría de los casos se documentan a través del trabajo que realizan organismos no gubernamentales, observatorios y los medios de comunicación.

Si la violencia se ha “normalizado”, es urgente desandarla para recuperar la indignación ante sus expresiones y reeducarnos en la defensa de los derechos humanos, como imperativo ético. Ello es necesario en momentos como los que vivimos, en donde la convulsión se expresa en el escalamiento de las violencias en diversos ámbitos, en los entrecruzamientos que van desde los espacios domésticos, comunitarios, escolares, laborales, hasta los institucionales.

Es difícil separar los múltiples encadenamientos de las violencias y las formas en que se “naturalizan”; las violencias por hambre y escasez, por desigualdad, por exclusión, por racismo y discriminación bajo la lógica fatalista de “así ha sido siempre”, pero que particularmente se ensaña sobre la población más empobrecida, recae en mujeres, indígenas, niñas y niños.

Otras violencias se desatan en las deficiencias en la prestación de diversos servicios públicos, en las limitaciones en la procuración de justicia y en la aplicación deficiente de la ley, por los abusos de poder, imposiciones y corrupción, crecen en la impunidad y el olvido de todos los agravios que se han acumulado, y en la sociedad a través de una desconfianza hacia las autoridades, gobiernos y partidos, que se multiplica todos los días.

En términos institucionales se observa fragilidad y debilidades puestas en omisiones y negligencias, por ignorancia, por el predominio de intereses particulares o por falta de sensibilidad de los servidores públicos. El problema remite a limitaciones de las políticas públicas de género, interculturales o hacia la niñez con perspectiva de derechos.

Las violencias andan sobre los caminos accidentados de los vacíos institucionales, en la proliferación de la pobreza que crece por todos lados como hierba mala y en el ensañamiento progresivo de violencias de genero, de todos quienes se ven en la necesidad de migrar, de quienes sufren desigualdad social y económica y se nutre de las constantes violaciones a los derechos de la infancia.

Investigador Nacional Conacyt/ IISUABJO

sociologouam@yahoo.com.mx

 

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