LIBROS DE AYER Y HOY.- Como muchos ciudadanos interesados en las campañas electorales, yo fui al mitin más cercano de mi casa, el de Bernardo Bátiz, candidato de Morena a una diputación federal.
No fue una concentración masiva la del parque Alfonso Esparza Oteo (Pensilvania), pero sí muy entusiasta. Bátiz, procurador de justicia del D.F. en tiempos de AMLO, es un hombre maduro sin el carisma que explotan otros candidatos en campaña. Pero se sabe que es honesto y capaz, cosas de que muy pocos pueden presumir.
Su suplente, Julián Castruita, es un joven de 25 años que complementa el dúo en los extremos: la experiencia y la juventud. Una cosa que llamó la atención es el símil que usó Batiz aprovechando el domingo de resurrección.
El país necesita resucitar y salir del hundimiento en que se encuentra en el que lo han sumido las políticas oficiales y los malos políticos. Buena parte de su discurso giró en torno a esa metáfora que ofrece y pide un nuevo Congreso, una nueva Suprema Corte y, desde luego, nuevos gobernantes, emergidos, con nuevos ciudadanos, de la debacle en la que se encuentra México.
Me pasaron por la mente las ideas de León Tosltói en su obra Resurrección, quien a partir de la resurrección de un personaje hace el parangón con su tierra, Rusia, en las postrimerías de un feudalismo devastador e inhumano. Y por ello plantea que para resurgir, tiene que darse antes una gran conmoción.
Y esa gran conmoción ya se está dando en México y todos la estamos viviendo. Algunos ya hablan de revolución, de guerra de guerrillas, cuando no de renuncias inmediatas y del cierre del círculo en las altas esferas, poniendo como ejemplo menor a David Korenfeld, titular de la Comisión Nacional del Agua y uno de los promotores de su privatización, en hechos similares ya vividos más arriba.
Tolstói, uno de los grandes escritores rusos del siglo X1X, integró su tríada de grandes novelas —Guerra y Paz, Ana Karenina, anteriores–, con su última novela Resurrección (Alianza editorial 2010, primera edición en 1899).
En esta aborda la gran transformación que sufre el príncipe Dmitri Ivánovich Nejliúdov al descubrir a una joven Ekaterina Maslova, a la que sedujo y trató mal cuando era su sirvienta, que es acusada de un crimen que no cometió.
La muchacha al verse expulsada de su entorno, se convirtió en prostituta y fue descendiendo moralmente hasta que se encuentra con su antiguo agresor. Este, conmocionado ante los efectos de su conducta, ofrece todo su apoyo a Ekaterina y viaja con ella a Siberia para purgar en su compañía su propia resurrección.
Tolstoi, que profundiza en sus obras sobre el trato que sufrían los siervos en el entorno de los grandes señores, pasó por una transformación similar a la del príncipe Nejliúdov y al final de sus días legó su fortuna y murió contrito fuera de su hogar.
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