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Elecciones, dinero y clientelismo

¿Qué partido tiene más probabilidades de ganar? Al parecer, el que disponga de más dinero, sea a través de financiamiento oficial o aportaciones privadas de dudosa procedencia; estas últimas aportaciones de diversos grupos de interés podrían ser por lo menos diez veces superiores  a los recursos públicos asignados.

El circulante para el ejercicio electoral del 2015 es calculado en por lo menos 500 millones de dólares, sin considerar los 15 mil millones de pesos por el costo de 13 millones de spots (Milenio, 8/04/15 y 10/04/15).

Existe tal saturación de dinero en las elecciones que, citando a Aguilar Camín, éstas “responden más a la lógica de la subasta que a la de la competencia”.

De acuerdo con los balances referidos por dicho autor, las asignaciones provenientes de un mercado negro de dinero electoral pueden provenir de los gobiernos a sus partidos, de empresarios convertidos en grupos de interés y de organizaciones delincuenciales, lo que ha venido ocurriendo en experiencias previas ante el pasmo y la parálisis de las autoridades electorales.

En las elecciones del próximo 7 de junio se decidirán nueve gubernaturas, 16 legislaturas locales, 300 distritos federales, 200 posiciones plurinominales y alcaldías en 16 estados.

Se estima que en conjunto participarán alrededor de tres mil candidatos. ¿Cómo blindar ese proceso ante los intereses de los grupos de poder de dentro y fuera de los gobiernos constituidos? ¿Con más dinero? al parecer, no.

El dinero excesivo no es para fortalecer la democracia, sino para aceitar los engranajes del clientelismo como política principal del sistema electoral; la compra, venta y coacción para obtener votos ha estado a la orden del día desde los tiempos de gloria del partido único y no ha cambiado demasiado en la etapa de competencia partidista.

Por el contrario, el dinero para la politiquería se ha extendido más allá de las campañas electorales y se ha impuesto como regla para el funcionamiento y la estabilidad de los gobiernos constituidos.

El clientelismo se ha ido acomodando como la vértebra de las relaciones de todos los días y va corrompiendo cada vez más a distintos actores vinculados de manera directa o indirecta con los partidos políticos.

La ecuación: más dinero igual a más democracia, no sólo es errónea y miope, sino que revela la perversión de una clase política usurera que encuentra la oportunidad de seguir enriqueciéndose y procurándose más beneficios personales en las coyunturas electorales.

El asunto es agrave si consideramos que en momentos como el que vivimos, en que se resienten recortes en diversos rubros de la política social y que se anticipan más contracciones para el presupuesto 2016, con afectación directa para la mayor parte de la población, los partidos políticos no dejan de ganar y aumentar sus beneficios.

Para los partidos y sus operadores electorales, la extendida pobreza no es un problema, por el contrario, constituye el terreno fértil para la compra de voluntades, distribución de baratijas y muchas promesas que seguramente no serán cumplidas.

La fraseología simplona sustituye a la reflexión. El despilfarro de dinero contamina el ambiente; el exceso de propaganda revela cinismo.

El ingrediente activo de la llamada democracia electoral que conocemos en México es el dinero para la compra del sufragio, lo que inhabilita la libertad de los votantes, particularmente de las mayorías empobrecidas que entregan su voto por despensas y televisores.

El debate sobre el futuro del país, que se esperaría de un proceso racional, se ve reducido ante las campañas de descalificaciones recíprocas de corrupción entre unos y otros, aunque al parecer, en sus señalamientos propagandísticos sobre abusos y omisiones, todos los partidos tienen la razón.

Lo que resulta crítico es que las acusaciones mutas de latrocinios partidistas ocurran ante la pasividad de los árbitros y la indiferencia de los tribunales.

La res pública se ha ido reduciendo a una mezcla de intereses particulares de grupos de poder, que tienden a proteger y tolerar los tráficos de influencias. El sistema favorece la simulación.

La apuesta no es convencer, sino comprar votos; lamentable panorama si consideramos que la democracia electoral tiene la apuesta en el mejor postor.

Al tiempo que el flujo de dinero ha aumentado, la legitimidad de los representantes políticos ha disminuido, lo que revela que la confianza no se compra. Los políticos están en descrédito, que deteriora no solo a los partidos, sino a los gobiernos que constituyen.

Es predecible que esta forma de hacer política a través del despilfarro y reparto de dinero con el objetivo de ganar elecciones en el corto plazo, traiga consigo la multiplicación de conflictos en el mediano y largo plazos, y continúe corrompiendo las relaciones sociales.

Los mexicanos no merecemos esta barbarie.

*Investigador del IISUABJO

sociologouam@yahoo.com.mx

 

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