SAN SALVADOR, El Salvador, mayo 24.— Bajo un inmenso arcoíris que atravesó el cielo, decenas de miles de personas vibraron aquí con la declaración de beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero, en un acto presidido al mediodía de este sábado 23 de mayo de 2015 por el Prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos del Vaticano, el cardenal Ángelo Amato.
“La figura de Romero continúa viva y dando consuelo a los marginados de la tierra”, dijo Amato en su homilía entre aplausos y vítores a Romero.
La beatificación del arzobispo asesinado por un francotirador el 24 de marzo de 1980 cuando oficiaba misa fue objeto de polémica al interior de la iglesia local y en el Vaticano, así como en una polarizada sociedad salvadoreña, que aún no supera los problemas que originaron la guerra civil (1980-1993) y de la cual el magnicidio fue uno de los detonantes.
“Su opción por los pobres no era ideológica, sino evangélica; su caridad se extendía a los perseguidores”, afirmó Amato.
El prefecto exhortó a los salvadoreños a que la beatificación “sea una fiesta de paz, fraternidad y perdón… Beato Romero, ruega por nosotros”, dijo al concluir la homilía.
El Vaticano divulgó una carta enviada por el papa Francisco al arzobispo de San salvador, José Luis Escobar Alas, que fue leída en el acto.
“En ese hermoso país centroamericano, bañado por el Océano Pacífico, el Señor concedió a su Iglesia un Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor. En tiempos de difícil convivencia, monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia”, señaló el Papa.
El Pontífice enfatizó que el ministerio de Romero “se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas”.
LA CARTA DEL PAPA FRANCISCO
“La voz del nuevo Beato sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos entorno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación”, expresó Francisco en su misiva.
Al inicio del acto, Amato leyó la declaración de Beato emitida por el papa Francisco.
Inmediatamente ingresaron las reliquias de Romero: la camisa que usaba el día en que lo asesinaron y una palma, ya que su funeral se realizó un Domingo de Ramos.
Las reliquias recibieron ofrendas de representantes de la sociedad civil, entre ellos el hermano del arzobispo asesinado, Gaspar Romero.
Los organizadores esperaban la participación de más de 260 mil personas, entre invitados especiales e integrantes de las comunidades eclesiales de diferentes puntos del país y del extranjero, que mantuvieron presente la figura de Romero en la vida de los más pobres.
Monseñor Escobar Alas leyó la petición de beatificación enviada hace más de una década al Vaticano y agradeció al papa Francisco, en nombre de la Iglesia y pueblo salvadoreño, por declarar Beato a Romero, mientras el postulador de la causa en la Santa Sede, Vicenzo Paglia, leyó una biografía del arzobispo asesinado.
Entre los invitados especiales se encontraban el expresidente Alfredo Cristiani, el primer mandatario de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena).
Durante su mandato (1989-1994) se firmaron los acuerdos de paz que pusieron fin a la guerra civil y se emitió una ley de amnistía para todos los responsables de las violaciones a los derechos humanos, entre ellos los autores intelectuales y materiales del magnicidio de Romero.
También participó el diputado de Arena Roberto d’Aubuisson, hijo del mayor del ejército del mismo nombre acusado por una Comisión de la Verdad de Naciones Unidas de ser el autor intelectual del asesinato del arzobispo.
El acto fue trasmitido en una cadena nacional de televisión y radio. Las autoridades colocaron 27 pantallas gigantes para los feligreses que se congregaron.
Muchos feligreses acamparon en los alrededores de la plaza la noche anterior y celebraron una vigilia con la participación de sacerdotes y una misa oficiada por el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga.
“Podrán matar al profeta, pero no la voz de la justicia; su voz nunca la van a callar”, entonaron los feligreses de la parroquia de la Señora de La Asunción, de uno de los suburbios del norte de la capital.
“Sus palabras quedarán para la eternidad”, dijo a The Associated Press, Marlene Sánchez, una empleada de 26 años.
Se veía a jóvenes, la mayoría nacidos después del asesinato del arzobispo, pero que relataban que conocieron la vida y muerte de Romero a través de sus abuelos, padres y las parroquias de las comunidades.
Para el seminarista hondureño Carlos Zavala, de 24 años, monseñor Romero “ha influenciado la labor pastoral en América Latina para ponerla al servicio del pueblo… estoy emocionadísimo y estamos aquí enfrente del templete donde será la beatificación”.
LA CARTA DE BARACK OBAMA
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dijo en una carta divulgada por la Casa Blanca que “monseñor Romero fue una inspiración para la gente en El Salvador y en las Américas. Era un pastor sabio y un hombre valiente que perseveró frente a la oposición de los extremos de ambos lados. Sin temor se enfrentó a los males que veía, guiado por las necesidades de su amado pueblo, los pobres y los oprimidos de El Salvador”.
Obama visitó la cripta donde yacen los restos de Romero, en la catedral de San Salvador, en marzo de 2011.
Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue asesinado hace 35 años por un escuadrón ultraderechista del partido Arena.
SAN ROMERO DE AMÉRICA
Romero fue beatificado en un acto multitudinario en el que se resaltó su amor por los pobres y la lucha por la justicia, una ceremonia que fue presidida por el cardenal Ángelo Amato, enviado del papa Francisco, quien en febrero aprobó el decreto que reconocía el martirio del arzobispo de San Salvador.
“San Romero de América”, como desde hace años llaman a Romero los salvadoreños, fue asesinado el 24 de marzo de 1980 por un comando de ultraderecha del partido Arena mientras oficiaba misa en la capilla del hospital de cáncer Divina Providencia de San Salvador.
El largo camino de Romero hacia los altares comenzó en 1990, y el papa Francisco desbloqueó en 2013 el proceso, estancado desde 1997, cuando el Vaticano aceptó la validez de la causa.
La beatificación quedó definida cuando Amato derramó incienso sobre la reliquia del mártir, consistente en la camisa ensangrentada que vestía el día de su asesinato, flores y una palma que significa “la victoria de los mártires”.
Los devotos no pudieron contener la emoción, y lágrimas, aplausos y gritos inundaron la plaza Salvador del Mundo, donde se congregaron cerca de 300 mil personas.
Fieles hondureños, costarricenses, mexicanos, estadunidenses, argentinos, chilenos, panameños, guatemaltecos y nicaragüenses, entre otros, estuvieron presentes en la plaza.
Los vítores dedicados a Romero y las pancartas que exhibieron fragmentos de sus homilías, muy críticas de los poderes que dominaban a El Salvador en su época, se pudieron ver a lo largo del acto religioso, en el que participaron también el postulador de la causa, Vicenzo Paglia, y el arzobispo de San Salvador, Luis Escobar Alas.
Durante la beatificación, que se prolongó unas tres horas, Escobar Alas invocó a Romero “con fe y esperanza para que Dios nos conceda la esperanza de poder construir una sociedad nueva, con justicia para todos”.
La reliquia del arzobispo mártir de San Salvador fue llevada hasta la plaza Salvador del Mundo en una urna de cristal, desde el museo del hospital de la Divina Providencia, en cuya iglesia mataron a Romero.
A partir de ahora, la reliquia pasará a la Catedral Metropolitana de San Salvador, desde donde se irá trasladando a diferentes iglesias y museos para que pueda ser visitada por los fieles.
En la beatificación estuvieron los presidentes de Ecuador, Rafael Correa; de Honduras, Juan Orlando Hernández; de Panamá, Juan Carlos Varela; y el anfitrión, Salvador Sánchez Cerén.
También el vicepresidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez; de Costa Rica, Helio Fallas, y el viceprimer ministro de Belice, Gaspar Vega, además de delegaciones de México, Brasil, Colombia, Chile, EU, Italia y Nicaragua.
¿QUIÉN FUE ÓSCAR ARNULFO ROMERO?
Óscar Arnulfo Romero y Galdames; Ciudad Barrios 1917, San Salvador, 1980. Arzobispo salvadoreño formado en Roma. Inició su carrera eclesiástica como párroco de gran actividad pastoral, aunque opuesto a las nuevas disposiciones del Concilio Vaticano II.
En 1970 fue nombrado obispo auxiliar de El Salvador, y en 1974 obispo de Santiago de María.
En esta sede comenzó a aproximarse a la difícil situación política de su país, donde desde hacía décadas gobernaba el Ejército. Se implicó de lleno en la cuestión una vez nombrado arzobispo de El Salvador en 1977.
Sus reiteradas denuncias de la violencia militar y revolucionaria, que llegaba hasta el asesinato de sacerdotes, le dieron un importante prestigio internacional.
Ello no impidió que, al día siguiente de pronunciar una homilía en que pedía a los soldados no matar, fuese asesinado a tiros en el altar de su catedral.
Óscar Arnulfo Romero era hijo de Santos Romero y Guadalupe Galdámez, ambos mestizos.
Su padre fue de profesión telegrafista. Estudió primero con claretianos, y luego ingresó muy joven en el Seminario Menor de San Miguel, capital del departamento homónimo. De allí pasó en 1937 al Colegio Pío Latino Americano de Roma, donde se formó con jesuitas. En Roma, aunque no llegó a licenciarse en Teología, se ordenó sacerdote (1942).
El año siguiente, una vez vuelto a El Salvador, fue nombrado párroco del pequeño lugar de Anamorós (departamento de La Unión), y luego párroco de la iglesia de Santo Domingo y encargado de la iglesia de San Francisco (diócesis de San Miguel).
Trabajador y tradicionalista, solía dedicarse a atender a pobres y niños huérfanos. En 1967 fue nombrado Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES), estableciendo su despacho en el Seminario de San José de la Montaña que, dirigido por jesuitas, era sede de la CEDES. Tres años después el papa Pablo VI lo ordenó obispo auxiliar de El Salvador.
Crítico por entonces de las nuevas vías abiertas por el Concilio Vaticano II (1962-1965), Monseñor Romero no tuvo buenas relaciones con el arzobispo Chávez y González, ni tampoco con un segundo obispo auxiliar, Arturo Rivera y Damas.
Movido por aquella postura, cambió la línea del semanario Orientación (que desde entonces disminuyó notablemente su difusión). También atacó, sin demasiado efecto, al Externado de San José y a la Universidad Centroamericana (UCA), instituciones educativas dirigidas por jesuitas y, finalmente, a los propios jesuitas, contribuyendo a apartarlos en 1972 de la formación de seminaristas (sustituidos por sacerdotes diocesanos y nombrado él mismo Rector, el Seminario debió cerrar medio año después).
A pesar de esta serie de fracasos, gozaba del apoyo del Nuncio Apostólico de Roma, y fue nombrado obispo de Santiago de María en 1974.
De gran dedicación pastoral, promovió asociaciones y movimientos espirituales, predicaba todos los domingos en la catedral, y visitaba a los campesinos más pobres.
Bien visto por ello entre los sacerdotes de su diócesis, se le reprochó cierta falta de organización y de individualismo. En 1975, el asesinato de varios campesinos (que regresaban de un acto religioso) por la Guardia Nacional le hizo atender por primera vez a la grave situación política del país.
Así, cuando el 8 de febrero de 1977 fue designado arzobispo de El Salvador, las sucesivas expulsiones y muertes de sacerdotes y laicos (especialmente la del sacerdote Rutilio Grande) lo convencieron de la inicuidad del gobierno militar del coronel Arturo Armando Molina.
Monseñor Romero pidió al presidente de su país una investigación, excomulgó a los culpables, celebró una misa única el 20 de marzo (asistieron 100 mil personas) y decidió no acudir a ninguna reunión con el Gobierno hasta que no se aclarase el asesinato (así lo hizo en la toma de posesión del presidente Carlos Humberto Romero del 2 de julio).
También promovió la creación de un “Comité Permanente para velar por la situación de los derechos humanos”.
El Nuncio le llamó al orden, pero él marchó en abril a Roma para informar al Papa, que se mostró favorable. En El Salvador, el presidente endureció la represión contra la Iglesia (acusaciones a los jesuitas, nuevas expulsiones y asesinatos, atentados y amenazas de cierre a medios de comunicación eclesiásticos).
En sus homilías dominicales en la catedral y en sus frecuentes visitas a distintas poblaciones, Monseñor Romero condenó repetidamente los violentos atropellos a la Iglesia y a la sociedad salvadoreña.
En junio de 1978 volvió a Roma y, como la vez anterior, fue reconvenido por algunos cardenales, pero apoyado por Pablo VI. Continuó, pues, con idéntica actitud de denuncia, ganándose la animadversión del gobierno salvadoreño y la admiración internacional.
La Universidad de Georgetown (EU) y la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) le concedieron el doctorado honoris causa (1978 y 1980 respectivamente), algunos miembros del Parlamento británico le propusieron para el Premio Nobel de la Paz de 1979, y recibió en 1980 el “Premio Paz”, de manos de la luterana Acción Ecuménica de Suecia.
Aunque no hay certezas al respecto, se ha afirmado que el 8 de octubre de 1979 recibió la visita de los coroneles Adolfo Arnoldo Majano Ramos y Jaime Abdul Gutiérrez, quienes le comunicaron (también al embajador de Estados Unidos) su intención de dar un “golpe de Estado sin derramamiento de sangre” (sic); llevado a efecto el 15 de octubre, monseñor Romero dio públicamente su apoyo al mismo, dado que prometía acabar con la injusticia anterior.
En enero de 1980 hizo otra visita más a Roma (la última había sido en mayo de 1979), ahora recibido por el papa Juan Pablo II, que le escuchó largamente y le animó a continuar con su labor pacificadora.
Insatisfecho por la actuación de la nueva Junta de Gobierno salvadoreña, intensificó los llamamientos a todas las fuerzas políticas, económicas y sociales del país: la Junta y el Ejército, los propietarios, las organizaciones populares, sus sacerdotes e incluso a los grupos terroristas para colaborar en la reconstrucción de El Salvador y organizar un sistema verdaderamente democrático.
El 17 de febrero de 1980 escribió una larga carta al presidente estadunidense Jimmy Carter, pidiéndole que cancelase toda ayuda militar, pues fortalecía un poder opresor.
Finalmente, el 23 de marzo, Domingo de Ramos, Monseñor Romero pronunció en la catedral una valiente homilía dirigida al ejército y a la policía.
Al día siguiente, hacia las seis y media de la tarde, durante la celebración de una misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, fue asesinado en el mismo altar por un francotirador.
Se atribuyó el crimen a grupos de ultraderecha, afirmándose que la orden de disparar habría sido dada por el antiguo mayor del ejército, Roberto D’Aubuisson (uno de los fundadores, posteriormente, del partido Alianza Republicana Nacionalista, Arena).
Sin embargo, no se detuvo a nadie y todavía en la actualidad los culpables permanecen sin identificación y sin castigo.