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El teatro electoral

En su reciente visita a Oaxaca, Cesar Camacho, dirigente del PRI, dijo que “existe una ciudadanía ávida de participar y ejercer su voto”.

El asunto es que la expresión entusiasta existe únicamente en la imaginación del líder partidista, puesto que la realidad revela otra cosa.

Según diversos estudios en circulación, el 90 por ciento de la población en el país no confía en los partidos políticos ni tiene demasiado interés en votar.

Como promesa de campaña, el representante priista anunció “el respaldo de toda la bancada legislativa del PRI para apoyar mejores presupuestos” (Noticias21/05/15).

Seguramente Camacho ignora que la Secretaria de Hacienda, del gobierno federal también priista, está aplicando recortes en el presupuesto 2015 y ha programado otros tijerazos más para el 2016.

En el discurso del político priista sobra demagogia, puesto que la escalada de estos recortes se han extendido hacia los gobiernos estatales y municipales, resintiéndose en la reducción de elementos de la burocracia, en el deterioro de los raquíticos salarios de la mayorías, en el desempleo creciente y en las restricciones del gasto público para programas sociales.

Las aseveraciones del dirigente del partido tricolor fueron realizadas al calor del momento, en medio de un mitin, con la movilización de centenares de personas que fueron requeridas para aclamar a sus candidatos.

El dispendio de recursos en la escenografía partidista va en contrasentido a los recortes presupuestales, la austeridad y la escasez en que sobrevive la mayor parte de la población, incluidos desde luego, los asistentes al mitin, provenientes principalmente de sectores empobrecidos.

El derroche de dinero por parte del PRI tampoco dista, con sus respectivas proporciones, de lo que se observa en otras actividades partidistas, trátese del PAN, de los partidos sucursales del tricolor,  como el verde ecologista, envuelto en una espiral de abusos e ilegalidades, de los cuales tampoco están al margen los partidos de la fragmentada izquierda electoral.

En el teatro electoral del próximo 7 de julio se escenifica una guerra de lodo que involucra a los partidos contendientes en medio de un clima de violencia e impunidad que no cesa de crecer.

Las acusaciones son de todo tipo, tráfico de intereses, alianzas mafiosas y corrupción en todos los niveles, desde el Presidente de la República hasta distintos servidores locales provenientes de todos los partidos políticos.

Se perfila una cantidad de votos duros producto de la cultura clientelar que se arrastra desde el siglo pasado junto a lo que fue el partido de Estado; se trata de los votos que son canjeables por despensas, materiales de construcción, televisiones o dinero en efectivo.

El PRI demuestra que sigue viva la estrategia premoderna del acarreo.

Hay quienes apuestan por el voto para el menos peor, bajo la lógica de que ha costado tanto trabajo expulsar al PRI como para permitir su regreso.

Esta intención ciudadana de voto útil,  dio paso a la alternancia panista que tampoco logró construir gobiernos distintos a los priistas, puesto que su proyecto ideológico, económico y político es idéntico.

Las alternancias de izquierda tampoco han marcado huellas distintas; sus estructuras y prácticas nunca han dejado de ser priistas, y revelan que el tricolor ha dejado escuela y ha sembrado candidatos en sus colonias.

Estos partidos se han movido más en la lógica de los conflictos internos que en los acuerdos hacia fuera, y cuando así ha ocurrido, han sido en un plano de subordinación, como el caso del Pacto por México.

Hay sectores que promueven como opción el voto nulo, con el argumento de que todos son iguales y que “se vayan todos”, de que el sistema electoral es muy costoso, de que quién gane tampoco traerá consigo la soluciones y que el voto nulo puede servir para restar legitimidad a los nuevos gobernantes y legisladores.

El hecho es que el sistema electoral tampoco permite encauzar este tipo de expresiones por lo que seguramente no harán mella ante la coraza de cinismo de quienes resulten electos por minorías.

Finalmente a la clase política actual no le importa tanto la legitimidad sino alcanzar cuotas de poder, pues así pueden moverse con el criterio de que menos es más.

También hay agrupaciones que descalifican el proceso electoral en su conjunto, que llaman a la destrucción de propaganda partidista, a impedir la instalación de urnas y pretenden imponerse a las decisiones de los demás, con lógica corporativa y vertical, por medio de  actitudes calcadas del vetusto autoritarismo mexicano, cuando se pensaba que la verdad era propiedad de algunos cuantos y que en nombre de esa verdad había que aniquilar a los adversarios.

Difícil dilema en torno a las cuestiones de ¿Qué hacer con el voto? ¿en quién creer? ¿en quién confiar? Lo claro es que más allá del voto, hay vida colectiva antes y después de las elecciones.

Que esa vida colectiva, de organización y participación de muchos ciudadanos anónimos, en su trabajo de todos los días, en sus luchas contra la mentira, la corrupción y la violencia, es en donde se encuentran las mayores posibilidades para la construcción de ciudadanía.

Las alternativas no están arriba y no dependen de las coyunturas electorales; por el contrario, se construyen desde abajo, en donde se puede observar  aquello que se hace, pero también lo que se deja de hacer, para exigir a los gobernantes a encauzar el rumbo.

Si no existen contrapesos ciudadanos, ningún gobernante de cualquier partido político rendirá cuentas.

*Investigador del IISUABJO
sociologouam@hotmail.com

 

 

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