“El instrumental político de la democracia es tan apto como cualquier otro para vehicular el despotismo y es mejor que todos para legitimarlo”, afirma Fernando Savater en el prólogo de la obra de Maurice Joly, Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu. Decisiones que se están tomando en distintos países del orbe por la ciudadanía, dan la razón al filósofo español.
En Colombia una exigua mayoría de quienes acudieron a las urnas —menos de la mitad de los potenciales votantes— decidieron decir NO a la paz. Los impulsores de la campaña por el no, cuya figura más visible es el expresidente Álvaro Uribe, revelaron que manipularon la información, mintieron y esgrimieron tendenciosamente datos para presentar como un voto por la impunidad, el aprobar los acuerdos de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Las regiones que más han sufrido los impactos de la guerra, en donde se han presentado más víctimas de la beligerancia, optaron por el SÍ, no fue suficiente.
En Inglaterra con una participación del 72% del electorado, ganó la separación de la Unión Europea. Los promoventes de la escisión basaron una campaña en los peligros de la mayor presencia de inmigrantes y la superioridad del pueblo inglés. Valores antidemocráticos de sí.
En Estados Unidos, Donald Trump fue ungido candidato del Partido Republicano a la presidencia de ese país tras una campaña basada en el odio contra los inmigrantes, los musulmanes, en la superioridad de la raza blanca, en el endurecimiento contra las disidencias. Ganada la candidatura, polarizó sus posiciones. Un muro fronterizo con México para evitar el paso de inmigrantes, la deportación masiva de los “ilegales” y la retención de las remeses que envían, se encuentran entre sus principales propuestas. Contra lo que pudiera pensarse, pese a los traspiés recientes, no sólo puede ser presidente de EU, sino que también ha hecho evidente que sus posiciones son compartidas por importantes segmentos de la sociedad estadounidense.
No vayamos tan lejos. En México, tardamos décadas en construir instituciones democráticas, para que en un par de años, la clase política y los partidos las destruyeran. La pluralidad partidista, se ha convertido en una homogénea clase política que defiende sus intereses y se aleja de la sociedad. Las elecciones, no son sino espectáculos mediáticos en los que poco importan las propuestas serias y se basan en promesas que construye la mercadotecnia. No importan los perfiles profesionales de las y los candidatos, sino sus perfiles fenotípicos.
Vicente Fox construyó la imagen del hombre bravo del norte, que llegaría a limpiar de “tepocatas, víboras prietas y alimañas” al gobierno federal. No sólo no lo hizo, sino que sumó su propia fauna nociva al quehacer público y echó por la borda décadas de lucha de los movimientos sociales, la sociedad civil y los propios partidos políticos en la construcción de alternativas democráticas.
Cual empresas mercantiles, partidos como el Verde Ecologista (PVEM) no dudan en violar de manera sistemática la ley, para tener ventajas ilegales sobre sus competidores. En sus cálculos de costo-beneficio, los 800 millones de pesos que pagaron en multas en 2015, los recuperarán con creces en los siguientes años ante los votos ganados irregularmente.
Jóvenes promesas de sus partidos, que ganaron sus elecciones en Sonora y Veracruz como Guillermo Padrés (PAN), Javier Duarte (PRI), ahora tienen órdenes de aprehensión ante los desmedidos hechos de corrupción. Pero una veintena más debería estar en capilla. Ángel Aguirre (PRD) terminó antes de tiempo su mandato como gobernador de Guerrero, ante la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa.
En Oaxaca, la esperanza democrática que condujo a la alternancia en 2010, con una propuesta plural y con innegables lazos con la sociedad civil y el movimiento social, pese a sus propuestas iniciales de reconfiguración institucional que respondiera a los intereses de la sociedad, termina en un caos, con déficit financiero, acusaciones de corrupción desmedida, altos niveles de inseguridad, amplias zonas de ingobernabilidad, cómplice de gobiernos municipales corruptos. Esto es, sólo equiparable a los gobiernos que lo precedieron en la docena trágica de Oaxaca (1998-2010). Justo contra los que votó la sociedad oaxaqueña en 2010.
Y en la contienda electoral de 2016, los partidos políticos ganaron posiciones, perdiendo votos (Ver, Espejismos electorales, democracia, partidos políticos y ciudadanía en Oaxaca: www.elcotidianoenlinea.com.mx/pdf/19905.pdf).
En ese contexto se presenta una propuesta, del EZLN y el Congreso Nacional Indígena, de consultar la posibilidad de que una mujer, indígena, se postule como candidata a la presidencia de la República en 2018.
Pronto, la propuesta arrancó descalificaciones antidemocráticas. No se celebra que un movimiento armado (el EZLN así surgió aunque su historia de uso de las armas se hay reducido a un par de semanas y se mantenga en armisticio desde 1994), pase a la vida institucional. Tampoco se toma en consideración las exclusiones de la vida nacional, la violencia a que son sometidas las comunidades indígenas, el despojo de su territorio y la presencia creciente —con aval gubernamental— de empresas extractivas. En la izquierda, algunos los acusan de dividir, pero no se buscan puentes para construir una alternativa conjunta; otros descalifican sus propósitos “electoreros”, pero no presentan tampoco alternativas viables. Es una propuesta a debate, por supuesto, pero que busca responder a la segregación permanente y a incluir la cuestión indígena de nuevo en la agenda mexicana.
La democracia en México y en el mundo, están en una grave crisis. Y las propuestas de salir de ella, son aplastadas por la “democracia electoral” a fuerza de los votos, aunque quienes voten sean minoría o los votos sean conseguidos con mentiras.
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