LIBROS DE AYER Y HOY
La elección de la Asamblea Constituyente en Venezuela, que obtuvo el 41.5 por ciento de votación, rebasa en mucho la legitimidad ganada por muchos de los gobiernos que no la han reconocido.
Los comicios, aparte de exhibir la sumisión de muchos poderes al gobierno de Estados Unidos – en América y otras partes del mundo-, puso de manifiesto la poca legitimidad que tienen algunos, aunque hayan ganado una justa electoral.
Formalmente son avalados por la ley, pero un alto porcentaje de los ciudadanos les dio la espalda con su voto y se los da con su comportamiento cotidiano. Son odiados, repudiados y en pocos casos tolerados.
En México, con datos generales, el actual gobierno ganó las elecciones -con todos sus asegunes-, con el 38 por ciento de una votación de 63 por ciento sobre un padrón de 79 millones y medio. Votaron en totalidad en esa elección 50.3 millones de ciudadanos.
El 38 por ciento que obtuvo Peña Nieto en ese universo de 50.3 millones representa menos de 20 millones, o sea que 50 millones de la lista nominal no votó por él. En un país que en total tenía según datos oficiales, casi 121 millones de habitantes en 2012.
Calculemos su legitimidad. El caso de Colombia es peor, cuyo presidente Juan Manuel Santos ha sido un beligerante y falaz injerencista en Venezuela -como México-, pese a ser Premio Nobel de la Paz.
En las elecciones de 2014, Santos perdió la primera vuelta en la que solo obtuvo el 25 por ciento de los votos. Ganó la segunda vuelta apoyado por la izquierda, en una votación del 47. 85 por ciento del padrón de casi 33 millones de votantes.
Al ganar con el 50.9 por ciento Santos obtuvo en realidad el voto de alrededor de 8 millones y medio. Colombia tenía en ese momento poco más de 48 millones de habitantes.
Michelle Bachelet ganó por segunda vez la presidencia de Chile con menos de 25 por ciento del padrón votado que fue de 41.6 por ciento. Votaron menos de 6 millones de 15 millones de chilenos convocados.
Por Bachelet deben haber votado menos de 4 millones cuando la población de ese país en esos comicios era de 17 millones y medio. Y sin ir más lejos, Trump no ganó el voto popular y fue electo por un porcentaje de los 538 electores indirectos del colegio electoral.
Y aún así, su elección está cuestionada por una posible intervención rusa. Considerando las leyes electorales, alguien puede ganar una elección con la diferencia de un voto. Pero una cosa es la legalidad y otra la legitimidad.
No hay que olvidar que la legitimidad en la política se obtiene a través del consenso ¿Tienen calidad moral y política estos gobiernos y muchos más que se han sumado contra el país petrolero, para cuestionar una política que ellos aplican en sus países de peor manera? El obsesivo circular de la ficción, es un amplio ensayo de Rose Corral sobre las dos novelas más conocidas de Roberto Arlt.
Lo publicaron El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica en 1992 y aborda en poco más de cien páginas la literatura de este porteño argentino muerto a los 42 años, después de dejar un universo casi tan complejo como aquel que presentaba Becket en su famosa trilogía.
Un universo aparentemente absurdo, disociado, con personajes que viven un extraño existencialismo en una sociedad secreta que tiene como fin hacer una revolución científica.
El tema se aborda de entrada en Los siete locos (1929) para delinear su continuación en Los lanzallamas (1931) y crear de esa manera, como lo recalca Corral, una narrativa precursora que ya es insustituible en la historia de la literatura argentina.
Su personaje central Remo Erdosain, un estafador sin fines de lucro, se alía en la sociedad secreta con otros personajes como el Astrólogo, el Rufián Melancólico.
El hombre que vio a la Partera, entre muchos y todos van creando esa obsesiva ficción que al parecer no llega a ninguna parte, pero que esconde las verdaderas intenciones del autor.
Para ello, dice Rose, hay que leer varias veces el texto y penetrar en el verdadero mundo absurdo de Arlt. Cuando la obsesión enfermiza de Trump y sus aliados se centra en Venezuela para intentar destruir los poderes constituidos en un continente plagado de irregularidades, vale recordar que si la realidad supera la ficción, los “asedios ficcionarios” pueden dar una idea.
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