LIBROS DE AYER Y HOY
Aquel anciano portentoso dedicó su último aliento a denunciar al mundo como había sido acribillado el presidente Salvador Allende, por el traidor golpista Augusto Pinochet.
A él, a ese gran poeta, Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura 1971, dedico mi crónica en el día de los ancianos.
El 28 de agosto, Día del Adulto Mayor, sustituyó como un eufemismo aquel otro nombre que estuvo presente desde 1982, Dia del Anciano, cuando la ONU creó esa conmemoración.
México la asumió formalmente en 1998 y hasta le dio un levantón posteriormente creando a los flamantes adultos mayores en plenitud, que ocuparon alguna vez las siglas del Instituto Nacional de las Personas Adultos Mayores (INAPAM).
Viejos los cerros dirán algunos, pero la vejez tomó una nueva dimensión cuando se descubrió la magia de la ancianidad, sobre todo por lo que aportan económicamente -pensiones o bienes acumulados-, y porque son una crucecita en una boleta electoral que ha sido bien promovida. O comprada con una miseria, como acaba de ocurrir en el estado de México.
De los casi 122 millones de mexicanos que había en 2016, los mayores de 60 llegaban casi a los 14 millones.
De ese más del 10 por ciento de la población, el número se aceleraba, más en ciudades como la de México, en donde del 7.8 por ciento que marcaba el censo del 2010, para 2015 el porcentaje se había elevado a 9.8 y actualmente rebasa el diez por ciento, con más un millón de personas de 60 años en adelante.
De esos, 510 mil reciben la Pensión Alimentaria de Adultos Mayores, que se otorga a partir de los 68 años.
A nivel federal, con altas y bajas, retraso en la entrega y largas colas, se auxilia a 6 millones 700 mil de 65 años en adelante.
Conmueve ver a la gente mayor, algunos muy agradecidos de que se fijen en ellos, pero el concepto de viejo, de cierta calidad de rémora útil, que no deja de ser abandonada, exhibe la limitación de quienes se ocupan de ese importante sector; de quienes los siguen viendo como “sus viejitos” y se aprestan a buscarles geriatras, gerontólogos y hospitales ad hoc.
Y les hacen fiestas con los viejos Dandys y Los Panchos y con los también vetustos boleros de antaño. Son materia a tratar, pero pocas veces son convocados y llamados a opinar y a participar realmente.
En las familias el tratamiento a sus parientes ancianos es desigual.
Algunas exageran las atenciones para paliar el remordimiento, pero es terrible el porcentaje que dio la Secretaría de Desarrollo Social de la CDMX cuando sostuvo en julio pasado, que 4 de cada diez ancianos son violentados por sus familias.
La cifra nacional es de 3 de cada cinco. No necesariamente son golpes, aunque los hay en el 16 por ciento, sino sevicia, agresiones sicológicas, insultos o robos. Aunque ya se penaliza con tres años de prisión el abandono de un anciano de parte de sus familiares, ese abandono sigue.
En los albores del 2015 había más de 150 mil abandonados en el país y la cifra aumenta. Si la sociedad trasminada por la moral de quienes conducen al país, agrede de esa manera a una de sus grandes riquezas humanas ¿que puede esperar el resto de la población? Sesenta y nueve años tenía al morir el gran poeta chileno Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, cuyo nombre universal es Pablo Neruda.
Era pues, de la tercera edad. En sus memorias Confieso que he vivido (Origen-Planeta 1985), concluidas unos días después del golpe pinochetista contra Salvador Allende, denuncia con una gran indignación en su parte final, que el presidente chileno no se suicidó, “aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile”.
Doce días después de los hechos, el 23 de septiembre de 1973 falleció y su muerte, como la de Allende, no ha quedado clara.
La bajeza, el odio, el desprecio a la vida humana, transitaban por el país sureño. En más de 450 páginas, el chileno que recorrió todos los caminos, sintetiza su vida. Comunista, diplomático, político, escritor, poeta, Nobel, esa vida ya se abarcaba en su obra.
En esas memorias valdría la pena rescatar todo lo que escribe sobre México, un homenaje mayor que pocos escritores han hecho a nuestro país, con la ternura, la devoción – y alguna critiquilla-, de un hombre que amó profundamente a México.
Para olvidar un poco la tristeza que puede desprenderse de este escrito, reseño una de sus salidas en broma – como hombre de gran sentido del humor que era- cuando recuerda que con el director de la cárcel donde estaba preso David Alfaro Siqueiros y el propio pintor, salían sigilosamente del penal para ir a echarse unos tragos a escondidas, sin que nadie los viera. Vicisitudes de dos genios.