LA SUAVE PATRIA
Luis Alberto García * / Ciudad de México
* No se le reconocía como centro de cultural y comercial.
* Discriminación y persecución por motivos raciales.
* Comida frita, café con leche y panes empapelados.
* Locales pintados de rojo y dorado en las entradas.
* Tratado de 1899 permitió su entrada: mano de obra barata.
Hasta antes de la década de 1970 no se reconocía al Barrio Chino de la calle de Dolores –al costado norte de la Alameda central de la ciudad de México- como un centro de cultura y comercio entre la nación mexicana y la China legendaria con su historia que rebasa los cinco mil años.
Sin embargo, en un país como México, de arraigado nacionalismo y celoso de sus costumbres heredadas de las mezcla indígena y española, en el pasado reciente, no muchas décadas atrás, esos migrantes de ojos rasgados, silenciosos y trabajadores, sufrieron persecuciones y discriminación por motivos raciales.
“El segundo callejón de Dolores es una calle china, estrecha y larga como la esperanza de nuestros mártires, oscura y misteriosa como un edicto gubernamental. Unos caracteres anuncian no sabemos si una carbonería o un diminuto puesto de quesadillas, aunque, según parece, es un casino chino que hay más al fondo”, escribió algún cronista urbano.
El lugar está situado entre las calles de Independencia y Victoria, a unas cuantas cuadras del Eje Central Lázaro Cárdenas –antes San Juan de Letrán- y avenida Juárez, y cuyos habitantes difícilmente conversaban o dejaban aproximarse hacia ellos.
En esos antiguos callejones ya se vendía comida frita, café con leche y panes empapelados en locales custodiados por estatuas de dragones pintados de rojo y dorado a las entradas, ocasionalmente obstaculizadas por bultos de mercancía para impedir el paso a los extraños:
Historia de hace más de un siglo cuentan que los migrantes chinos llegaron a México gracias a un tratado firmado entre las dos naciones en 1899, que permitió su entrada para trabajar en el país, pues se les consideraba mano de obra barata.
Fue una época de combates entre los señores de la guerra, los mandarines chinos que imponían su ley sin importar el destino de las poblaciones azotadas por hambrunas seculares, la miseria y la muerte, que hacía huir a esos miserables en busca de una vida mejor, incluidos los Estados Unidos para trabajar en la construcción del ferrocarril que unió a ambas costas.
Engañados por traficantes de carne humana, los enganchaban para llegar hasta Cuba -“te engañaron como a un chino”, les decían los isleños burlándose-, aprovechándose de su ignorancia, convertidos en mano de obra esclava que sustituía a los africanos recién liberados.
Con el paso de los años creció la discriminación y fueron comunes los operativos policiacos para detectar fumaderos de opio en las calles de Dolores y aledañas, y en las páginas de la prensa de inicios del siglo XX era común leer notas sobre el arresto de personas de origen chino, a las que calificaban de viciosos y malvivientes.
Además las historias del opio se narraban según conviniera, porque si lo fumaban adinerados, poetas o escritores, la adicción les daba aires de misticismo, sensualidad y clase; pero su eran migrantes orientales, entonces se hablaba de suciedad y crimen. Misma acción, diferentes resultados.
Además, como ha ocurrido siempre y en todas partes, los chinos fueron acusados de robar empleos a los trabajadores mexicanos porque estaban dispuestos a realizar cualquier tarea por bajos salarios
Los migrantes chinos estuvieron dispuestos a emplearse en labores tradicionalmente femeninas como encargados de lavanderías, mientras la sociedad mexicana los rechazaba por su manera sencilla de vivir, pues ahorraban cuanto podían para enviar dinero a su país.
“Más que desplazar a los mexicanos, los chinos supieron aprovechar las oportunidades que
ofrecía una economía emergente y se incorporaron a ella de una manera imaginativa”, escribió un ensayista el referirse a la persecución de los chinos en México.
Los asiáticos no fueron los únicos extranjeros que llegaron a inicios del siglo XX; sin embargo sufrieron múltiples persecuciones racistas como en Torreón, Coahuila, donde tropas revolucionarias perpetraron una matanza con más de 300 víctimas en 1903: fue en ese México cuando se crearon falsas teorías sobre razas superiores e inferiores, a pesar de ser un país mestizo.
Los juzgaban por el color de su piel, la forma de sus ojos y sus costumbres a la hora de comer, y los acusaban de ser los transmisores de enfermedades como la sífilis o la lepra, les prohibieron casarse con mujeres mexicanas y los empujaron a vivir en guetos para no mezclarse con el resto de la población, así es como nacieron los Barrios Chinos.
El movimiento antichino fue conformado por comités autodenominados “pro-raza” y se desarrolló entre 1911 y 1934 en varias ciudades del país, principalmente al norte de México.
En algunas ciudades, sectores de la población que se sentían afectados en sus intereses hicieron que los chinos tuvieran prohibido vender comestibles, entrar a restaurantes y museos, casarse con mexicanas, acceder a puestos públicos y salir de sus barrios después de la medianoche.
La Convención de Ayuntamientos de Sonora se reunió en abril de 1924 en Hermosillo, y pidió que los chinos se concentraran y aislaran en “barrios especiales” para impedir que se casaran con mexicanas y dejaran de ejercer un presunto tráfico de opio.
En 1921 los comités antichinos presionaron al gobierno de Álvaro Obregón para prohibirles la entrada. Surgieron los Guardias Verdes de Sonora y la Liga Antichina de Tapachula. Cientos de migrantes fueron expulsados y junto con ellos, también sus esposas mexicanas, quienes perdieron su nacionalidad.
En San Pedro de las Colonias, Coahuila, un grupo racista repartió volantes entre los agricultores de la región para darles a conocer sus posturas sobre los chinos, además de que acordaron enviar felicitaciones a Plutarco Elías Calles por su apoyo al movimiento racista que fomentaba el odio a quienes buenamente buscaban casa, comida y sustento.
*Premio Nacional de Periodismo / 2011, 2015, 2019 / Categoría Crónica.