Conciencia Cultural
+ Lo único que queda claro de la crisis que nos envuelve es que, a lo mejor, el virus a veces somos nosotros
MADRID, España, octubre 13 de 2020.- Madrid amanece a diario con nuevas incógnitas a las que enfrentarse.
La pasada semana reinaba el caos: confinamiento selectivo en barrios obreros, restricciones de movilidad en la capital y discusiones entre el Gobierno central y la Presidencia de la Comunidad.
Tras las medidas establecidas por el Gobierno de Pedro Sánchez y la consecuente réplica de la Comunidad de Madrid con Isabel Díaz Ayuso a la cabeza, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) sentenció el fin de las restricciones porque “afectan a los derechos y libertades fundamentales”.
En consecuencia, Sánchez convocó una reunión del Consejo de Ministros para declarar el Estado de Alarma en Madrid. Y así fue.
De la noche a la mañana. Desde el pasado viernes 9 de octubre, la capital se enmarca en un Estado de Alarma en el que los vecinos de Leganés (sur de Madrid) no pueden pasear por la Puerta del Sol, pero las estaciones de Atocha y Chamartín siguen recibiendo turistas.
La lucha de los de arriba entorpece las vidas de los de abajo. Ni derechas ni izquierdas. Falta de consenso en una situación que desborda y ahoga a pequeñas y medianas empresas.
Quienes se dedican a la hostelería cierran caja cada día más temprano: se reduce el horario laboral, las terrazas se limitan al 50% y las consumiciones en el interior están prohibidas.
Mientras tanto, la ciudadanía madrileña aguarda entre gritos de auxilio que se le escuche: manifestaciones en centros de salud para exigir un aumento de personal en atención primaria.
Faltan médicos y sobran políticos. ¿Qué hemos aprendido el confinamiento de los meses de marzo y abril? Que las cosas no cambian si quienes gobiernan no se ven afectados.
Todavía prevalece el enfrentamiento ideológico a la salud colectiva. El Ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha declarado en la mañana del 13 de octubre que “no se dan las condiciones para levantar el Estado de Alarma en Madrid”.
Y razones no le faltan: las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) de los hospitales madrileños comienzan a colapsar. Cada medio de comunicación aporta datos distintos en función de su línea editorial. La sobre información desconcierta a un ciudadano que necesita respuestas claras.
El virus -que no entiende de ideologías ni de clases sociales- continúa su curso por la sociedad destruyendo familias, vidas, empleo y estabilidad.
Priorizar la economía estatal en una crisis sanitaria como ésta no es más que un reflejo de la falta de humanidad del sistema por el que nos regimos.
Pero, por otro lado, ¿qué hacemos con quienes viven del turismo o la restauración? ¿Y los autónomos? Saber qué hacer en una situación tan excepcional esta cerca de lo imposible.
Si hay algo que, por la experiencia, podemos afirmar que no funciona, es la falta de cooperación entre dirigentes. Mientras discuten, se disparan los contagios. Madrid no sabe qué va a pasar con ella. Los madrileños quieren cuidarse sin pasar hambre. Los contratos de alquiler y recibos de luz y agua no desaparecen con un virus.
¿Dónde está, por tanto, el punto medio entre la salud y la economía? Lo desconocemos. Quizá́ haber invertido en sanidad pública cuando todavía estábamos a tiempo. Quizá́ educar en valores más justos. Quizá́ dejar de hacer de la política un juego de niños y proponer soluciones reales. Madrid ya no quiere ideologías sino una vía de escape para mantenerse a salvo pero poder llegar a fin de mes.
Los focos de coronavirus aumentan diariamente. Con ellos, el miedo, la incertidumbre y el ansia de respuesta. Lo único que saco en claro de la crisis sanitaria que nos envuelve es que, a lo mejor, el virus a veces somos nosotros.