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Teresa Gil

Stevenson. La obtención ilegal de las vacunas y el México del agandalle

Libros de ayer y hoy

La dualidad del ser humano se manifiesta ahora con las vacunas. Los que se apropian de dosis para salvar su vida, desprecian  al mismo tiempo la vida de los demás. Miles de mexicanos agandallados, cuyos nombres ya se saben, han ido a vacunarse sin que legalmente les toque.

En otros países  lo han pagado caro. Las exhibición mísera de las infantas españolas Elena y Cristina que se fueron a vacunar a Abu Dhabi y del ex presidente depuesto en Perú, Martín Vizcarra, son ejemplos de la pequeñez que muestra la gente ante la urgencia de permanecer a salvo, frente al vendaval covidiano que se ensancha cada día.

El instinto de conservación se aferra en la gente y desplaza, vulnera y desprecia la vida de los demás que están en el mismo nivel de sobrevivencia. Sin que haya una respuesta oficial, el número de gandallas que van  y se vacunan sin que les toque e incluso asedian lugares pueblerinos en los que dejan sin  la dosis a los legítimamente convocados, está subiendo en los últimos días.

A diferencia de otros países en los que esas personas han sido severamente sancionadas, aquí los casos ya son muchos y no hay quien los pare. Lo singular es como se prestan los vacunadores a esa aplicación si se supone que hay fechas, horarios y sitios especializados.

¿Qué está pasando? ¿Hay complicidades, alteración de documentos o se prefiere vacunar a personas que ya están en ese lugar para calmar ánimos? Si es así, es una afrenta para quienes realmente están  cumpliendo.

SILVIA PINAL, EL MAL EJEMPLO EN UN PAÍS DE MEDIO MILLÓN DE NOVENTONES

La justificación de la fama, es totalmente absurda y denigrante cuando se usa ese recurso para vacunar a alguien que no le toca. Es el caso de actriz Silvia Pinal de 89 años, que lo hizo en  días pasados en  el Estado de México.

El 3.1 por ciento  que INEGI contabilizó en  2018 de ancianos de 89 años en adelante, que ya deben haber aumentado, se acercaban en ese tiempo al medio millón. Muchos de ellos son inválidos, usan bastones, sillas de ruedas o andaderas para trasladarse. Otros están en  cama. Algunos se han vacunado cuando les tocó y otros esperan  su turno.

Entre ellos está mi hermano el escritor Enrique Gil Gálvez, pastor adventista del séptimo día, autor del libro multieditado “¿A qué jugaremos?” (Ediciones Enfoque 2002), que cumplió 89 años el pasado 18 de marzo. Él, por fortuna sano, espera su turno. La vida de todos es igual de valiosa, independientemente de su condición.

Cuando se informó que la anciana actriz Silvia Pinal fue a vacunarse al Estado de México pese a que tiene su residencia en Las Lomas, el baladista Enrique Guzmán, ex marido de la señora, defendió el hecho y dijo que ella lo merecía por su nombre y su fama.

La edad ha sido  lo de menos en  todo caso, porque desde la edad permitida han sido muchos los casos en que se han vacunado sin tener derecho, como ya lo puntualizamos. Personajes menores como  el comentarista Juan José Origel, hicieron lo propio, este último en Estados Unidos.

La lista es larga, se agregan empresarios, ricos de asonada y hay muchos que, sin duda, ya hicieron esa negociación privada y no se conoce. Deben de ser  demasiados.  Es lo mismo que ha sucedido en otras circunstancias en este país de tantas diferencias. Esos mismos personajes  gandallescos, a lo mejor son los que se apoderaron  de nuestros recursos y su falta de conciencia y respeto a los demás, no es sino la demostración de que en todo van a hacer lo mismo.  

¿CUÁNTOS ANCIANOS MORIRÁN POR HABERLES SUSTRAÍDO SUS TURNOS?

La conducta ilegal que hemos mencionado y que cada día se expone en cartas, artículos y notas  informativas, no queda en el mero engaño. Es la sustracción  de un derecho a las vida a personas que por ese mecanismo han dejado  de vacunarse.

A veces las nuevas dosis tardan en llegar. Ha habido protestas masivas en pueblos, como Tepoztlán  y otros lugares donde ha habido insurrecciones, por la sustracción de vacuna. Debido a la edad de muchos de ellos, unos días pueden ser determinantes.

Quien roba un derecho en el que está implícita la vida, tiene que tener una sanción. Y hasta el momento nada se ha aplicado. Se presenta en casos que se están viendo en  todo el mundo, la dualidad del ser humano que tan bien  describió Robert L. Stevenson en su obra “El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde” (Grupo Editorial Tomo 2003).

Por un lado la defensa de su propia vida frente a toda situación  y por otro, el desprecio a la vida de los demás. Un  libro breve de esos que quedan en la memoria y la existencia de la humanidad porque profundiza en las contradicciones que tiene el ser humano, que por desgracia, como en el caso de las vacunas, sobrepasan los derechos de los demás al grado de exponerlos a lo peor.

En esa historia de la poción  que transformaba al doctor Jeckyll, médico y científico, en  un hombre malvado y destructor, la vacuna que se sustrae juega el mismo papel. Quien la sustrae ha cometido un delito que puede costar la vida a otro.

Después de los extraños crímenes cometidos por Mr. Hyde a lo largo de esa novela corta, el narrador descubre la verdad de aquella alteración de personalidad que llevó a tantos crímenes. En  su carta de despedida, antes de suicidarse, el doctor Jeckyll, señala:

“Ahora puedo afirmar que el hombre no es uno, sino dos. Digo dos, porque el estado de mi propio conocimiento no ha llegado más allá de ese punto. Es posible que otros sigan  por el camino por donde yo voy y aventuro la suposición de que el hombre llegará a ser conocido como una mera conjunción  de personalidades múltiples, incongruentes entre si e independientes las unas de las otras”.

Stevenson, como sucedía en ese uso genérico del hombre en  todo lo que se decía y escribía, se refiere en realidad al ser humano.

Teresa de Jesús Gil Gálvez, Teresa Gil, Tere  Gil, Teregil: laislaquebrillaba@yahoo.com.mx

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