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Luis Alberto Portada

Daniel Saturnino, el guardián de la selva

La Suave Patria

  • Como Indiana Jones, resguarda la reliquia mesoamericana.
  • Protagonista de la última cruzada en defensa de un símbolo.
  • Comprometido, está lejos de ser Harrison Ford,
  • La aventura para encontrar al Santo Gríal en su floresta.

Nacido en Chilón, en los Altos de Chiapas en 1969, indígena tzeltal químicamente puro, es como un Indiana Jones que protagoniza la última cruzada por los bienes naturales resguardados por él y sus hermanos asentados en la selva chiapaneca.

Se trata de Daniel Saturnino Moreno Guzmán, quien está lejos de ser Harrison Ford caracterizado como Jones, el profesor de traje, corbata de moño y gafas redondas, el que defiende la verdadera arqueología y se hace líos entre los legajos de una biblioteca.

Imaginamos a Daniel enfundado en su chamarra de cuero marrón, con látigo y sombrero, emprendiendo una aventura en la que encontrará al Santo Grial mientras salva a los felinos de su floresta de la depredación civilizatoria.

En el comienzo del libro El antropólogo inocente, Nigel Barley relata la eterna división entre sus colegas de escritorio y los entusiastas del trabajo en el terreno como lo hace Daniel Saturnino, de la misma estirpe de Jones, que se perdían en lugares inexplorados.

Dani se siente en casa con las garrapatas trepándole por el cuerpo en su selva e incómodo en el aire acondicionado de los despachos de luchas las burocráticas y políticas.

Junto con él y otros compañeros de expedición, mientras se interna todavía más en la selva entre ceibas de treinta metros de altura, dice que prefiere no meterse en cuestiones personales al ser preguntado por el Tren Maya.

Sin embargo, instantes después expresa una preocupación: que el “reordenamiento territorial” del megaproyecto sea el principio de una “cancunización”, un modelo en el que las áreas naturales sean dañadas y con ellas el jaguar.

Los datos dan la razón a Moreno Guzmán: tan solo en Quintana Roo, según Global Forest Watch, se han perdido entre 2002 y 2020 unas 98.9 mil hectáreas de bosque primario húmedo, lo que se traduce en un 18 % de pérdida de cobertura vegetal.

Los machetazos de Moreno Guzmán siguen abriendo un camino en el que se escuchan los gritos de la guacamaya y del loro cachetes amarillo, y de vez en vez se ven pisadas de tapir en el lodo, hoy más abundante porque ha amanecido lloviendo.

Los rastros del jaguar han desaparecido, pero el equipo coloca otra cámara porque, dice Daniel, “le gustan estos caminos libres como a nosotros”.

Meses antes, los científicos conducidos por Daniel Saturnino analizaron los datos de las cinco cámaras que pusieron en otra expedición para rastrear al jaguar.

Entonces regresan a la selva durante más días para intentar encontrarse con algún ejemplar y colocarle un collar geolocalizador, y para ello el felino debe caer en la trampa de lazo, el sistema más amigable que existe para atraparlos.

Después, un equipo de veterinarios lo sedan y la expedición debe esperar a que le pasen los efectos para liberarlo y no alterar el equilibrio de Montes Azules, uno de los lugares más diversos de México, donde el jaguar es el máximo exponente.

La caravana emprende su regreso a Zamora Pico de Oro –al otro lado del río Lacantún- sin encontrar al jaguar buscado, pero quizás en este tiempo él si haya encontrado a la expedición, para que, con su sabiduría ancestral, Daniel explique que los felinos pueden percibir ruidos a largas distancias.

A diferencia del león africano o el tigre asiático, la panthera onca no acostumbra atacar a los visitantes, sino que observa desde lo alto, en un punto lejano, a quienes entran en sus dominios.

Si el guardián de la selva, Daniel Saturnino, se ha cruzado por casualidad con dos jaguares en menos de veinte años, era poco probable que en esta ocasión su caravana lo hiciera en pocos días; pero lo inaudito de estos encuentros, es también lo que los hace memorables.

Daniel Saturnino compartía las impresiones de esas ocasiones en el que Balam, “el señor de la selva”, da permiso para mirarlo cara a cara, a veces con muestras explícitas de que se sabe el rey, como cuando se activó una trampa de lazo que instaló cuando llegó con su equipo.

El amigo de la montaña dice que el jaguar más que rugir, ronronea en la noche para comunicarse, como si pidiese a los humanos alejarse de su territorio, que dejen de interrumpir su ciclo de vida.

El monarca de la espesura, como ha dicho Daniel Saturnino Moreno, quiere seguir representando a la selva de Mesoamérica invadida sin su permiso; pero al cuidado de personajes que la hacen grande, defendida por seres nobles como él y las etnias eternas y vigilantes.

Luis Alberto Adrián García Aguirre

Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en donde estudió dos licenciaturas: Periodismo y Comunicación Colectiva (1968-72) y Relaciones Internacionales (1973-77). De 1995 a 2002, colaboró con Reporteros Sin Fronteras (RSF) de París y el Comité de Protección a Periodistas (CPJ) de Nueva York. En los años 2000 y 2015, obtuvo el Premio Nacional de Periodismo.

Colaborador desde el 5 de febrero de 2020.

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