Luciérnaga Vespertina
Recuerdo mi infancia en un pueblo del estado de Hidalgo, muy cercano a la Ciudad de México. En una pequeña casa con un gran patio mis padres cuidaban cerdos, gallinas, patos, perros, borregos y en su momento también vacas. Un patio sembrado con pirules, algunos de ellos guardaban columpios y al fondo, muy lejana, desde mi pequeña visión de niña, una nopalera. Las mañanas durante el invierno eran frías, el agua dejada por descuido en alguna tina o cubeta a la intemperie se escarchaba. El rocío de la mañana dibujaba en intensos colores la vida de la naturaleza.
En el verano era distinto, un sol más abrazador permitía las actividades al aire libre, entonces mi madre, con su cabellera larga y ondulada sujeta en una cola de caballo, siempre muy bella vistiendo un delantal sobre sus ropas, muy temprano salía de casa y se adentraba en la nopalera, tiempo después regresaba con una cubeta llena de tunas que ya habían sido puestas sobre el pasto que crece en torno a los nopales y en montón las había barrido con un manojo de yerba cortado en la misma nopalera.
De esta manera vencía el reto de su espina y sorteaba “… el ataque embozado, menudo de los ahuauhtli que defienden la pulpa dulce, jugosa de las tunas” (Salvador Novo).
Después toda la familia y, especialmente yo, disfrutaba aquel preciado fruto del nopal que desde tiempos remotos ha sido bendecido en nuestra mesa.
Después, aún infante, viajamos a Sinaloa donde fue diferente, no había muchos de los alimentos que solíamos comer en Hidalgo. Ya no podía disfrutar del dulce fruto del nopal, lo extrañé y añoraba su frescura en aquellos férvidos días de verano en la costa. Sin embargo, descubrí otro manjar que a la fecha sigo amando, el mango. Así fue como entendí el cultivo de la tierra y la agricultura sostenible. En tiempos antiguos los usos y costumbres de cada cultura han sido determinados por su medio ambiente. Me adapté rigurosamente a los cambios, ya que cada lugar en su momento me proporcionó un gran tesoro.
Hoy veo con asombro los cambios en usos y costumbres de mi pueblo, por ejemplo, celebrar el “día de acción de gracias” o mimetizar el día de muertos con Halloween, entre otros. Me pregunto reiteradamente qué ha permitido perder nuestra herencia cultural y asumir aquellas que vienen de lejanas tierras. Es totalmente aceptable y entendible el sincretismo cultural en una sociedad que desconoce sus orígenes y olvida insistentemente su memoria colectiva en un afán de modernidad y globalización. Con cierto orgullo encubierto en la liberación y emancipación femenina, nos hemos distanciado de la cocina, del orden de nuestro hogar depositando tales quehaceres en los otros.
Barrer era un rito. Coatlicue concibió a Huitzilopochtli mientras barría. Mientras barría el templo, Moteuhczoma fue elegido Tlatoani. Los viejos la habían instruido, la habían exhortado: ‘Mira, hija, que de noche te levantes y veles… barre con diligencia, no te estés perezosa en la cama… Hecho esto comienza luego a hacer lo que es de tu oficio… cacao, o moler el maíz, o a hilar, o a tejer; mira que aprendas muy bien cómo se hace la comida y la bebida, para que sea bien hecha… (Salvador Novo)
Es posible que estas palabras ofendan a quienes creen que el sometimiento y determinación de los roles del hombre y la mujer son inevitables, sin embargo, quienes con amor vemos a los nuestros entendemos tan apreciable labor.
Tal vez somos víctimas de una globalización e industrialización mal entendida, hemos suplido la suculenta sopa de verduras aderezada con verdadero caldo de pollo por aquellas instantáneas envasadas en poliestireno y que tan hábilmente escamotean la verdura o la carne que deberían darle sabor.
Hoy inicié mi día en el orden y la limpieza de mi hogar, después me di a la tarea de disfrutar la lectura de Cocina mexicana o Historia gastronómica de la Ciudad de México libro sensacional que, gracias a la destreza de Salvador Novo, sintetiza exquisitamente nuestra historia gastronómica. Aquella cuyo origen surge en culturas prehispánicas y que maravillosamente aterriza en las calles y hogares de nuestro México.
La Navidad, con voz aguardentosa, llama a la dócil puerta del estómago. Los aparadores ostentan detrás de los cristales, empañados por el frío, todas las obras maestras de la glotonería. (Manuel Gutiérrez Nájera).
Gracias literatura por ser tan bondadosa.
Jaquelina Rodríguez Ibarra
Estudié literatura porque en los libros he aprendido a vivir. Por las mañanas dedico el tiempo impartiendo clases de literatura en la Prepa Vizcaínas y editando la revista Jardín de Letras que cada verano presenta los textos escritos por los jóvenes que gustan de las letras. Por las tardes edito la publicación digital Terciopelo Negro; también leo, escribo y sueño.
Colaboradora desde el 6 de agosto de 2021.
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