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Fernando García Portada

La enredadera del alma

Al pie de una foto

Dios tomó uno de sus cabellos y lo sembró, de ahí nació un bejuco llamado yajé

Taita Querubín

A mis mentores Paola Hernández García y Jesús Navarrete Camarena

Estaba en un lugar distante y desconocido, anochecía. Intuía que estaba en las montañas de la alcaldía de Xochimilco en la Ciudad de México, era un domingo del otoño de 2019, asistiría a una ceremonia de sanación espiritual a través de la toma de ayahuasca, planta medicinal consumida por los pueblos amazónicos desde hace más de cinco mil años.

La ceremonia iniciática dio inicio poco antes de la media noche guiada y presidida por la primera autoridad del yajé en territorios colombianos, el Taita Querubín Queta Alvarado y su compañera María Toiquima, ambos guías espirituales del pueblo originario Cofán, asentado en la zona fronteriza de Colombia y Ecuador.

En mi incansable búsqueda por encontrar una mejor calidad de vida en el contexto de la esforzada lucha contra el cáncer que me consume llegué hasta ahí, invitado por un par de muy queridos amigos avezados en las medicinas alternativas y experiencias espirituales. Sería mi segunda toma de la milenaria y muy potente medicina extraída del Yajé, la mágica y visionaria “enredadera del alma”, sólo que esta vez conocería al Taíta de Taítas.

La ayahuasca madre de todas las plantas psicoactivas también llamada Caapi, Kahi, Pindé o Yajé por los indígenas de Sudamérica, es para la ciencia occidental una droga psicoactiva que se prepara básicamente a partir de dos plantas del género malpigiáceo; Banisteriopsis caapi (Ayahuasca) y Banisteriopsis inebrians (Chacruna) aunque puede variar la preparación adicionando otros ingredientes o diferentes tipos de lianas dependiendo de la región o microclimas dentro de los bosques selváticos de la amazonia.

La ayahuasca es una liana que crece anudándose a sí misma como una cuerda, es una planta enteógena no recreativa, la también llamada la soga del muerto contiene los alcaloides que permiten al DMT (dimetiltriptamina) de la Chacruna interactuar con el cuerpo y sus neurotransmisores provocando visiones y activando el área de la memoria emocional en el cerebro. Se dice la ayahuasca es el libro y la Chacra la linterna que alumbra ese libro sagrado.

Una vez registrados por los anfitriones nos instalamos colocando las mochilas, cobijas y bolsas para dormir en filas bien ordenadas, era un espacio abierto y despejado, la espera me mantuvo con cierta inquietud pues de entrada participar en un ritual de plantas proscritas por la ley, perseguidas desde tiempos de la conquista española sumado a la incertidumbre de no saber a ciencia cierta qué ocurriría esta vez, en mi anterior experiencia en un islote escondido entre los canales de las chinampas del emblemático lago de Xochimilco las revelaciones habían sido tan sorprendentes como la mejoría de mis capacidades intelectuales y físicas ya muy dañadas por años de quimioterapia.

Después de iniciada la ceremonia bebimos en fila india el muy espeso, amargo brebaje de color marrón y textura de apariencia vegetal, al momento de sahumarnos una gran cucharada fue administrada a cada participante con la advertencia de que en un par de horas podríamos beber una segunda dosis o quizá tercera si fuese necesario. Busqué un lugar cerca de la enorme fogata que ardía en el centro de un gran patio cubierto de césped y rodeado de árboles y setos.

Sabía de antemano el poder del Yajé que ya en la boca me anunciaba su fuerza, lo tragué despacio pidiendo a los espíritus ancestrales algunas respuestas para encontrar el camino perdido a mi salud y bienestar, pequeños torrentes de musgo acerbo bajaron por mi garganta, caminé en la penumbra preparándome para recibir los primeros efectos, los rezos, cantos y la música empezaron a escucharse muy lejanamente, el calor del fuego me obligó a retirarme del centro buscando la sombra de un pequeño pino para refrescarme, la luna era una gota de plata todavía lejos del cenit.

Pasados 30 minutos algunos participantes dejaron ver que estaban siendo afectados por la medicina; llanto, risas, murmullos y después el vómito los invadieron; en mi caso tuvo que transcurrir casi una hora;  primero fue un poco de vértigo que me llegó de golpe, me sujeté del árbol y algunas visiones orgánicas en colores verde y rojo convirtieron el pasto en una alfombra luminosa grabada por una especie de mándala que resplandecía recubierto de pequeñísimos seres, una especie de insectos eléctricos, escarabajos humanizados marchando ordenadamente en las líneas glaucas y resplandecientes que daban forma al dibujo.

Me dejé caer al piso acariciando el pasto en un intento por palpar esos trazos fluorescentes que parecían penetrar muy hondamente en el suelo como diseños con láser, como si fueran rayos cortando la superficie. La náusea también hizo aparición y mi estómago empezó a inquietarse, en mi boca la saliva se multiplicó ávida por escapar y una sensación de amor y compasión me llenó al tiempo que una ingravidez corporal me invadía plácidamente. Los íkaros o cantos sagrados se presentaron con delicadas cargas energéticas para permanecer magnetizando el lugar por todo el resto de la noche.

Estas vías místicas de nuestros pueblos originarios para conseguir conciencia a través del autoconocimiento y el contacto con la divinidad de la naturaleza y la propia, en principio contemplan el vómito como fundamento de un proceso de purga y limpieza en el camino de la renovación así que después de la ingesta de la pócima muchos tienen prolongados accesos de arcadas o diarrea y yo los veía desde mi refugio de césped expulsar los venenos de su cuerpo mientras yo hacía lo propio en medio de una laberinto sensorial, buscando llegar al origen de las causas de mi enfermedad, enfrentado a veces en un incomprensible espejo múltiple e infinito en el que por breves momentos creía tocar algunas heridas supurantes muy dolorosas de mi vida, sentí y saboree la sal de mis lágrimas que manaban de mis ojos y corazón, el Taita y sus auxiliares se aproximaban de vez en vez para sahumarme acompañándome con sus compasivas miradas y las plumas de la música del universo.

Cansado, con frio y un tanto perdido me levanté para dirigirme a mi bolsa de dormir, ahí me recosté tratando de conciliar mis dudas con las sensaciones de arcanos y estremecimientos del estómago, me cubrí buscando algo de calor para sumergirme en un dulce y calmado sopor salpicado de imágenes y escenas de la realidad, es decir mi realidad como un hecho atemporal, una visión dilatada en el plano de mi existencia.

A mi lado un bulto oscuro, alguien cubierto totalmente como si fuera un capullo de oruga respiraba con dificultad mientras vomitaba sin cesar, inmerso en la inconciencia del sueño por vez primera tuve miedo, sentí horror de que esa persona pudiese ahogarse con sus deyecciones. Supliqué ayuda, no supe como la solicite pues no podía incorporarme ni articular voces o gritos, pero en algún momento esa persona me agradeció la ayuda y entablamos un dialogo sin palabras, una comunicación fraterna y luminosa que ha medida se profundizaba en un tiempo sin medida nos llenaba de gozo en una meditación estática de mutuo reconocimiento y protección.

Éramos un par de niños bromeando con ternura mientras nos contábamos enigmas inconfesables, ella estaba ahí acompañando a su marido postrado a su otro costado. Tomados de las manos con los dedos engarzados, pero sin tocarnos, embebidos de una visión que nos conectaba en la realidad presente y pasada girábamos sobre la punta de los pies dando vueltas y vueltas mientras reíamos en un inmenso, diáfano manantial de feliz inocencia una espiral de plenitud, un volantín de amorosa comprensión que giraba raudo en el patio escolar. Entonces nuestras risas fueron tomando una intensidad inesperada.

En una fracción de eternidad me sentí presa de una hilaridad descontrolada, también ella desesperada gemía dolorosamente en medio de las risotadas que la dominaban, el estrepitoso ataque nos ahogaba, mi estomago tieso y dolorido no podía tomar aire y ella entre convulsiones de hipo lloraba y reía sin control. Naufragábamos en una catarsis de risa y llanto

  • ¡Uhs, Uhsss, Uhssss! – De entre las tinieblas de la oscuridad surgieron sigilosamente el Taita y sus chamanes para salvarnos, nos sahumaron con rapidez mientras entonaban invocaciones y conjuros, rezaban alejando con los pases de sus cetros de plumas a los malignos espíritus que nos habían poseído por algunos instantes.

Buscando respuestas, ¿buscando a dios dentro de mí? Había llegado hasta ahí, ahora ya recien liberado y protegido dormí plácidamente unos instantes inconmensurables hasta el amanecer.

El rio amazonas es una gran serpiente que fluye convertido en las venas del mundo místico, ahora sé que transite por las veredas ocultas de la selva de mi ánima sobre el lomo de una poderosa anaconda amazónica, el Taita Querubín ancestral, incansable guerrero con más de 100 años de vida me comentó después de bendecirnos y dar por terminado el retiro espiritual, ya bien entrada la mañana sentados en la contemplación de los rescoldos crepitantes de la fogata, que la medicina tomada por la noche era tan poderosa que esta vez también a él lo había cimbrado, era lo que en su tradición llaman una anaconda.

Está reveladora, maravillosa experiencia de autoconocimiento me ha permitido el contacto con vivencias perdidas, emociones olvidadas. Dicen los estudiosos que la Ayahuasca, madre de las plantas sagradas actúa en la zona prefrontal del cerebro, la que tiene que ver con el razonamiento y planificación activando la conciencia extendida, mostrándote como eres, es un proceso en el que puedes entender y analizar las circunstancias de tus enfermedades para poder liberar el poder de la determinación, la conciencia total y fortalecer del espíritu de lucha.

Taita María Toiquima antes de despedirnos y pregunta expresa me contó que lo que más extrañaba en sus viajes de curación con Yajé por el mundo, era ver a los jaguares retozar cuando abandonaban la selva para adentrarse en su aldea en busca de algún bocado o simplemente para curiosear olisqueando, su familia dice María, solo cierra las puertas y gozan admirados la presencia de las magníficas, imponentes, acuosas fieras. Así me imagino a los Taitas queridos, como unas esplendidas, amorosas fieras de luz jugueteando por el mundo mientras nos curan y brindan su saber milenario.

Fernando García Álvarez

Nací enamorado de la luz y desde muy joven decidí ser artesano de sus reflejos. He sido aprendiz y alumno de generosos mentores que me llevaron al mundo de las artes y la comunicación. Así he publicado mis fotografías y letras en diversos foros y medios nacionales e internacionales desde hace varias décadas. El compromiso adquirido a través de la conciencia social me ha llevado a la docencia.

Colaborador desde el 10 de diciembre de 2021.

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