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Luis Alberto Portada

La construcción de la California misionera

La Suave Patria

*Fantasía y realidad de una tierra incógnita.
*Permiso de 1697 para evangelizar la península.
*Pioneros, los frailes Píccolo, Salvatierra y Ugarte.
*Solo Francisco Eusebio Kino se adelantó a ellos.
*Ricardo Raphael y Fernando Jordán los recordaron.

Cuando la Compañía de Jesús logró que se le concediera su ingreso a la California a través de la licencia expedida por el virrey José Sarmiento Valladares en el año de 1697, se inició el reclutamiento de misioneros que quisieran venir a esa península a cambio de evangelizar a sus pobladores.

Muchos de los que llegaron durante sus setenta años de estancia tenían diferentes visiones sobre esta tierra y su potencial, lo que hace pensar en que en algunas ocasiones construyeron una “geografía fantasiosa de la California”.

Juan María de Salvatierra, Píccolo y Ugarte fueron primeros misioneros en arribar a la California después de tener consejos sabios de Eusebio Francisco Kino, quien por dos años había habitado esta península en la fracasada expedición del almirante Isidro Atondo y Antillón.

Pintura del Padre Kino, del profesor José Cirilo Ramos Ríos.

Sus experiencias al recorrer cientos de leguas hacia diferentes puntos de la península les permitieron dibujar en su mente los paisajes que aquel había descubierto, y al mismo tiempo, cuando llegaron a la California en 1697, empezaron a  explorarla y así conocieron los escenarios que se les presentaban.

Observaron a los californios y la naturaleza, relacionándose con los grupos étnicos nativos de la antigua California y su entorno.

Sin embargo, aún con lo anterior, muchos de los sacerdotes que llegaban a esta tierra, lo hacía “con un ánimo fresco, capaz de forjar espejismos en las mentes de aquellos pioneros”, como escribió Francisco Altableen “La economía misional”, y es que la fe y la razón pocas veces se ponen de acuerdo en la mente de los hombres.

Todos esos sacerdotes habían sido forjados en colegios en donde se les hacía creer con todas sus fuerzas que el suplicio y el martirio por lograr prosperar la misión a la que se les enviara, era lo máximo a lo debían dirigir sus anhelos.

Durante años escuchaban testimonios de misioneros que eran victimados por los indígenas, y que al regar con su sangre la tierra donde fueron enviados, era la antesala al ingreso a la gloria eterna.

Su mente estaba entrenada para ver fértiles campos entre las espinas y cardones, y a saborear deliciosos platillos cuando apenas podían llevar a sus estómagos un pedazo de pan rancio y una sabandija cazada con miles de penurias.

Y es que sólo con tener personas con este tipo de entrenamiento, que fueran capaces de venir a pasar hambres, grandes sacrificios, soledades e incomprensión, sin recibir nada a cambio más que la promesa de una vida llena de felicidad después de su muerte, fue posible el que se conquistara la agreste California.

“Muchos de estos misioneros realizaron grandes recorridos por mar y tierra en toda la península con la esperanza de encontrar el edén oculto” –escribió Ricardo Raphael en “El otro México”-, detrás de cada cerro, en la siguiente cueva o en la ensenada que se veía a lo lejos.

Un ejemplo claro de lo anterior lo leemos en la crónica que realizó el padre Ignacio María Nápoli en 1721, cuando fue enviado para establecer la misión que posteriormente llevaría por nombre del Apóstol Santiago.

El cura mencionaba que, a su paso por las regiones del sur de la California, había visto parajes en donde se podían sembrar cientos maíz y trigo, y recoger cientos de arrobas por cada una que se sembrara, y que los ríos que ahí se encontraban podían regar Las siembras y dar de comer a todos los habitantes de esas regiones.

Y no sólo de la península sino de la Nueva España entera. “Es verdad que el fraile realizó su viaje durante el mes de agosto, y en un año que había sido benéfico en precipitaciones pluviales, pero de ninguna manera se podía semejarse a lo que otros sacerdotes veían en su fantasiosa imaginación, y que refirieron en sus informe”.

Esto lo narró Fernando Jordán, autor de “El otro México, titulado con el mismo nombre del libro-reportaje de Ricardo Raphael, cronistas  ambos de cualidades portentosas, visionarios de una tierra incógnita.

Luis Alberto Adrián García Aguirre

Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en donde estudió dos licenciaturas: Periodismo y Comunicación Colectiva (1968-72) y Relaciones Internacionales (1973-77). De 1995 a 2002, colaboró con Reporteros Sin Fronteras (RSF) de París y el Comité de Protección a Periodistas (CPJ) de Nueva York. En los años 2000 y 2015, obtuvo el Premio Nacional de Periodismo.

Colaborador desde el 5 de febrero de 2020.

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