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Despolitizar la educación

En una coyuntura de renovación del poder, gran parte de la población tiene buenas expectativas, que van del beneficio de la duda hasta el voto de confianza a favor de quienes llegan.  

La crítica y la protesta pueden resultar agotadoras. De manera particular las expectativas son altas cuando se piensa en la posibilidad de despolitizar al sistema educativo. La coyuntura de renovación del poder es también la coyuntura de renovación de ánimos, aunque después lleguen las frustraciones.

Entre algunos analistas existe optimismo por lo que identifican el final del liderazgo de Elba Esther Gordillo, debido a las aversiones públicas entre la dirigente del SNTE y el Secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, así como por la iniciativa presidencial de crear el servicio profesional del magisterio.

El momento actual recuerda el año de 1989, cuando ocurrió la salida de Carlos Jongitud Barrios, después de 17 años en la dirigencia del gremio magisterial; el ascenso de Elba Esther se dio en medio de argumentos morales para no permitir los cacicazgos y alentar la renovación de los sindicatos. Esto nunca ocurrió.

De igual manera, desde hace más de 20 años se ha repetido de manera insistente la necesidad de despolitizar el sistema educativo mexicano; Gilberto Guevara escribió su famoso libro “La catástrofe silenciosa” y continuaron otros autores más que profundizaron en el estudio de la debacle del sistema educativo como producto de la alianza entre los gobiernos en turno y los dirigentes del SNTE.

El problema es que el sistema educativo nació politizado, y así se fue desarrollando por los sucesivos gobiernos, primero del PRI y después del PAN. La prioridad no ha sido la educación, sino el control político del gremio y por consiguiente, de todos los sectores que tienen que ver con la escuela, con los niños, los adolescentes, las asociaciones de padres de familia, etcétera.

De la relación perversa entre los presidentes de la república y el SNTE, han surgido verdaderos engendros que han distorsionado la alta misión de educar, consagrada en el artículo 3º de la Constitución.

Así, hace 23 años, Elba Esther Gordillo, asumió la dirigencia del sindicato con el respaldo político del entonces presidente, Carlos Salinas de Gortari, con el discurso de “nunca más los cacicazgos” y desde esa ocasión fue acumulando poder.

Con la alternancia en la presidencia del año 2000, la criatura priísta salió más fortalecida; los gobiernos panistas fueron generosos con ella, le obsequiaron un partido político, el PANAL.

La lideresa se convirtió en vitalicia y terminó el sexenio como Presidenta del Consejo General Sindical para el Fortalecimiento de la Educación Pública; y es que para perpetuarse mandó modificar los estatutos sindicales e inventó su nuevo puesto.

La personalidad de la maestra genera controversias, aunque lo relevante es que Elba Esther entendió la lógica de la competencia partidista, jugó sus cartas y con el PAN le fue mucho mejor. Si acaso hubo transición en el país, fue para los demás, ella se quedó.

Así, mientras los dos presidentes panistas se mantuvieron débiles y complacientes, los lideres de sindicatos como el de ella, siempre priístas, se fueron fortaleciendo.

En este proceso de acumulación de poder en el SNTE, la educación quedó fuera de las prioridades en materia de políticas públicas para el desarrollo.

Como bien dice Ricardo Raphael “los intereses de la dirigencia magisterial se apropiaron de la política pública más importante para el futuro del país.

Volvieron a la educación un feudo privado, impune e irreformable. Con recursos financieros infinitos, artimañas electorales envidiables, y una capacidad de movilización que ha hecho temer a más de un gobernante” (El Universal, 4/12/12).

Si bien parte de este diagnóstico es acertado, la prospectiva de Raphael es ingenua, cuando apunta “Peña Nieto entendió de manera impecable el desafío: para devolverle al Estado mexicano la rectoría sobre la educación, lejos de los intereses partidistas”; más aún cuando menciona con entusiasmo que la iniciativa de crear el servicio profesional de carrera “golpea el corazón del poderío gordillista”.

Habría que recordarle al biógrafo de Elba Esther que la lógica del poder es la concentración y su ejercicio vertical, que lo demás es discurso y buenas intenciones propias de un momento de cambio de ropajes.

Independientemente de que Elba continúe o no, es lo de menos, alguien más vendrá a sustituirla, pero seguramente con los mismos modos. Lo más importante es el desmantelamiento de la estructura y la verticalidad de su organización. La pregunta es ¿si el PRI se atreverá?

Con una buena dosis de realismo, la respuesta no es optimista. Las personas pueden ser sustituidas pero ello no implica el desmantelamiento de la corporación, al contrario, el PRI sabe muy bien de la utilidad del sindicalismo charro.

No puede darse el lujo de “democratizar” y dar autonomía, o más bien dicho, dejar sueltos a más del millón 600 mil afiliados que registra el SNTE.

Además, sin esa maquinaria ¿cómo podrán contener a la oposición? ¿Cómo detener a la CNTE?, agrupación que ha expresado su rechazo a las reformas neoliberales, a los programas de la Alianza por la Calidad de la Educación (ACE), paquete que tal vez cambiará de nombre pero que seguirá en el mismo esquema.

Pero sobre todo, ¿cómo disminuirán las posibilidades de maniobra de los disidentes con los partidos de la izquierda electoral y sus vínculos con los movimientos sociales? Al sistema establecido, la CNTE resulta más riesgosa que el SNTE.

El asunto es del beneficio de las cuotas de los afiliados y sobre todo de votos, pues no hay que olvidar que el SNTE es una maquinaria electoral más efectiva que cualquier partido político.

Más allá de Elba, es lo que ella significa dentro del sistema corporativo, la vigencia de sus mecanismos de control y dominio. A la nueva burocracia federal no le conviene que se desplome la estructura de ese sindicato y menos cuando hay elecciones en puerta como en el estado de Oaxaca.

Por ello y más, puede apuntarse que el sindicalismo charro constituye uno de los cimientos del poder político en México; el SNTE y otros sindicatos de ese tipo son los alfiles de sus próximas jugadas electorales. Su eliminación seria una especie de autoatentado, de golpe al corazón del régimen y no solo del “poderío gordillísta”. La preocupación de los priístas no es el desmantelamiento del SNTE sino su subordinación.

Otros analistas nos recuerdan la enemistad pública entre la lideresa y el nuevo titular de la SEP, aunque al respecto se tendría que apuntar que la política es más de intereses que de amigos. Los dos personajes tienen algo en común que es mucho más fuerte que sus animadversiones personales: la ideología neoliberal.

Mientras tanto, la creciente exigencia social del cumplimiento del derecho a la educación y su consideración como eje central de la política pública, que no puede posponerse, sigue en puntos suspensivos.

sociologouam@yahoo.com.mx

 

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