+ Migrantes llegan a la ciudad de Oaxaca y claman por comprensión, comida y ayuda mientras permanecen aquí. A la mayoría se les ve en las terminales de autobuses. Dicen estar seguros de alcanzar el “sueño americano”.
Por Ernestina Gaitán Cruz
Oaxaca de Juárez, Oax.- Rosa Luz llegó con su sazón y la bendición de la madre que traerá algún día. A Cris Ángel, de 13 años, lo vieron desmayarse por hambre de dos días; Oslardo y Albeni, esperan dinero de la familia para seguir. Milena llegó con sus dos hijos para reunirse con su esposo. Son una muestra de migrantes venezolanos que llegan a esta ciudad y claman por comprensión, comida y ayuda mientras permanecen aquí.
A la mayoría se les ve en las terminales de autobuses de primera y de segunda clase. También afuera y en los alrededores de las tiendas Oxxo, a donde acuden para obtener los recursos enviados por las familias que se endeudan con intereses para mandarles dinero. Dicen estar seguros de alcanzar el “sueño americano” y regresarán con creces, ese dinero prestado. Mientras están en esta ciudad, piden ayuda para seguir el camino.
Ellos y otras personas centroamericanas y haitianas, han ocupado cruceros para limpiar cristales de autos o con un cartel, piden dinero. Se colocan frente a mercados, tiendas y panaderías para pedir un pan y algo para comer. Los niños abren y cierran las puertas de cristal de las tiendas, a cambio de alguna moneda. Descansan en las banquetas, bajo los árboles, en parques o deambulan en familia para solicitar limosnas.
Se han unido a la población indigente de esta ciudad, que de acuerdo con un diagnóstico del Sistema Integral para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), hace unos tres años, eran alrededor de trescientos. Como ellos, caminan esta ciudad que se ha convertido no solo en un lugar de paso, sino en sitio para varios días más, en tanto les envían recursos económicos o consiguen algo más para seguir a ciudades del norte del país.
Los extranjeros solos o en familias, han unido sus necesidades y se han agrupado en la central de abastos. En casas de campaña nuevas y bien establecidas o con techos y paredes de telas y cartones, se acurrucan para pasar las noches y el día, entre basura, animales, frío, calor; las miradas reprobatorias de los habitantes de esta ciudad y quienes evitan pasar cerca, por los malos olores, por los robos en la zona y porque los ven como foco de infección.
Negros, rubios, morenos de nacionalidades diversas, se han establecido en campamentos improvisados, sobre un camellón. En los árboles cercanos cuelgan sus ropas y lavan sus trastes. Han sido cuatro, ocho, 10 “casas” ambulantes que aparecen, desaparecen y vuelven a ser puestas no se sabe si por las mismas personas o cada cuanto tiempo llegan otras, pero de manera constante siguen ahí.
Afuera de las tiendas Oxxo, conviven. Niñas y niños juegan, comen algo y soportan el intenso sol y el consecuente calor. Otras personas con la cara perlada de sudor esperan formados de manera paciente para recibir el dinero de sus familias. Y otros, caminan con sus crocs y chanclas en los alrededores, para conseguir dinero y comida. Hay quienes se aventuran para ir al centro histórico y calles aledañas, cargando hijos pequeños.
Cris, un angelito
Cris Ángel fue conocido en el Comedor Lily que desde hace unos 13 años, brinda desayunos calientes y nutritivos a personas en situación de calle y últimamente también a migrantes. Cayó desmayado mientras esperaba junto con su familia, a que les dieran comida. Tenía dos días de no probar alimentos y entre aullidos de dolor, su madre lo abrazó con todo su ser, para buscar protegerlo y darle calor.
Por fortuna, los paramédicos llegaron a tiempo, lo estabilizaron y ya un poco recuperado, degustó sus alimentos. Desde ese día, las voluntarias llevan lechitas, algunos dulces (porque a falta de alimentos, los pequeños pueden aguantar con un dulce), procuran recolectar ropas, zapatos y frutas disponibles para esos pequeños que al igual que sus padres y madres, migran de ciudad en ciudad hasta llegar a su meta: Estados Unidos.
A Cris, se le vio por el comedor, otros días. Después como la mayoría, siguió su andar. Por cierto, el comedor está conformado por seguidoras de la iniciadora, la maestra Lilí Porras. Se mantiene con la buena voluntad de quienes al conocer los servicios, se han sumado. No se cobra ni pertenece a ninguna asociación ni partido político. Diario ofrecen desayunos para entre 70 y más de 100 comensales quienes se forman desde las 6 de la mañana.
Oslardo y Albeni
Tienen 19 y 28 años, respectivamente. Llegaron aquí, luego de pasar varios países y el Darien, selva y pantano de 575 mil hectáreas entre Colombia y Panamá, ruta de migrantes para llegar al norte del continente. En ese infierno se enfrentaron al calor mortal, frío, animales, narcotraficantes, desorientación, hambre, sed, soledad, miedo… Varios perdieron hijos, familia. Otros se suicidaron y otros murieron por inanición tragados por la vegetación.
“Venimos pasando la selva en condiciones muy difíciles, vimos muchos muertos, los vimos tirados en los ríos. Otros se ahorcan. Hemos visto toda clase de cosas que uno no se imagina que va a encontrar y te dices: más adelante vendrán situaciones peores, pero Dios mediante que pudimos salir con vida, tenemos salud y ya estamos en México”.
Han viajado de país en país, dicen: “Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Guatemala, Honduras y ahora México, el paso final”. En Oaxaca tienen siete días y solo esperan más dinero que les enviarán y seguirán su camino. Mientras les gustaría trabajar para ayudarse, pero no lo encuentran porque les piden recomendaciones que no tienen.
Les dicen a los mexicanos que no piensen mal de ellos, porque solo están de paso. No pretenden hacer mal ni quitarles trabajo. “Que no nos traten como si fuéramos delincuentes. Entiendo que en Venezuela hay gente mala, pero también hay quienes quieren hacer el bien. Nos ven como si fuéramos ladrones, quisiera que nos brindaran una oportunidad, que conozcan a los migrantes”.
Daniela, Rosa Luz y Milena
Daniela Yusbeith es tecnóloga en alimentos. Milena y Rosa Luz son periodistas, llegaron hace cuatro años y fueron afortunadas. Están en Oaxaca con estancias legales. La primera, para reunirse con su esposo. Él obtuvo trabajo por internet para entrar a una escuela particular. Era su solo sueldo para los cuatro. Ella con un medio de comunicación establecido, salió de su país ante las dificultades económicas que los ahogaban, contó.
Disfrutan de esta ciudad, les gusta, a cuatro años han sobrevivido, han encontrado tranquilidad. Ven a los hijos ser aceptados poco a poco y hasta se han adaptado a la comida oaxaqueña con sus tlayudas, sus moles, sus quesos. Milena trabaja como agente inmobiliaria y en casa ha buscado hacer las arepas de su país. Más o menos le salen, dice, porque no hay todos los ingredientes. Pero están bien, se sienten a gusto.
Rosa Luz salió de Venezuela con escasas pertenencias, con la bendición de su madre y la sazón para cocinar. Ella y su amiga Daniela, asociadas con el oaxaqueño Miguel Ángel, abrieron un restaurante venezolano con sus arepas, los caldos de cola de res y de costilla, sobre barriga con arroz, pabellón criollo, sancocho de res, cachapa, patacón y agua de limón con papelón, entre otros, adaptados con los ingredientes que hay en la ciudad de Oaxaca.
Ella y Daniela, tuvieron en Venezuela una fábrica de alimentos. Les iba bien, pero poco a poco, el negocio decayó por la difícil economía. Se vieron orilladas a salir de su país., Rosa Luz llegó a Oaxaca porque su hijo Pedro se había casado con una oaxaqueña y ya estaba establecido aquí. En su restaurante Eparepa, ubicado en el fraccionamiento Trinidad de las Huertas, ofrecen comida venezolana con toques oaxaqueños.
Milena, Rosa Luz y Daniela, a veces se reúnen o se encuentran por ahí en su andar por esta ciudad, con sus compatriotas que al igual que ellos, buscan sobrevivir lejos de sus familiares y de sus hogares, distantes a casi cinco mil kilómetros. Como todos los desterrados, viven con el corazón a la mitad. Están bien juntos y por otra parte, saben que familias y amistades sufren hambre, inseguridad, saqueos en sus casas.
La vez que se unieron y marcharon por el zócalo de Oaxaca, como lo hacen los oaxaqueños con las calendas, fue el 23 de enero de 2019, cuando Juan Gerardo Guaidó Márquez se juramentó como “presidente encargado” de Venezuela. Caminaron por los portales del centro de la Ciudad de Oaxaca. Con la bandera de su país al frente del contingente gritaban ¡Viva Venezuela!, ¡libertad! Recibieron algunos aplausos y más bien, miradas de curiosidad.
Ernestina Gaitán Cruz
Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Reportera, articulista y free lance en La Jornada, Notimex, El Nacional, El Día Latinoamericano, Revistas FEM y Mira; Noticias de Oaxaca y Tiempo de Oaxaca. También llegó a colaborar en los Gobiernos de Guerrero y de Oaxaca.