OAXACA, OAX., abril 25.− De visita en esta capital para la presentación de su más reciente libro, “El cerebro de mi hermano” (Seix Barral), Rafael Pérez Gay (ciudad de México, 1957) expone que “un escritor no quiere militar en una causa ni formar parte de un partido político, porque su deber es escribir, retratar” una realidad que tiene enfrente.
De ahí que, a pregunta expresa de E-Oaxaca, sostenga: “a veces creo que Elena Poniatowska, más que lectores, tiene seguidores”.
El también periodista −Premio Mazatlán de Literatura 2014 por “El cerebro de mi hermano”, una descarnada, emotiva y cómica [en el sentido que le da Schopenhauer a la vida vista de cerca] obra sobre la “larga y penosa” agonía de muerte de su hermano José María Pérez Gay− presenta su libro al mediodía de este 25 de abril en la Facultad de Medicina y Cirugía de la UABJO y luego, a las 19:00 horas, en el Foro de la Proveedora Escolar (avenida Independencia 1001, Centro).
A 28 grados centígrados en la Ciudad de Oaxaca, el ambiente está calientito como para hacer una pregunta con nombres y apellidos a Rafael Pérez Gay, quien luego de responderla, entre esas carcajadas suaves que caracterizan su humor de siempre –aquel que toda la vida compartió con su hermano−, señala: “ya sacaste la nota para que me crucifiquen”.
−Alguna vez, el argentino Ernesto Sabato dijo que los escritores comunistas se volvieron empresarios del libro, ¿no piensas que a Elena Poniatowska le pasó eso: se volvió una publicista política?
−Elena Poniatowska tiene una obra importante como escritora hecha y derecha. Y me parece que el paso que ha dado a la política activa como seguidora y militante del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), que dirige Andrés Manuel López Obrador, le ha quitado, restado, despojado, de lo que un escritor debe ser: independiente y crítico de absolutamente todos los poderes. En ese sentido, a veces creo que Elena Poniatowska, más que lectores, tiene seguidores.
El autor de “Nos acompañan los muertos” (2009) y “El corazón es un gitano” (2010) proviene, como escritor, “para bien o para mal”, del periodismo, de los años setenta, del suplemento “La Cultura en México”, de la revista “Siempre”, que dirigiera Carlos Monsiváis.
Colega y compañero laboral de autores como José Joaquín Blanco, el de “Función de medianoche”; cronista y escritor que siempre trata de responder a la pregunta: “¿cómo se vive en México?, todo el tiempo contrapunteando melancolía con humor, Rafael Pérez Gay se define como producto de una tradición periodística y cultural.
−En “El cerebro de mi hermano” terminas haciendo un retrato intelectual de él, ¿qué tan consciente fue eso?
−Totalmente consciente. Porque, como siempre, el retrato de un personaje es también el de una época.
Mi hermano José María Pérez Gay perteneció a la generación de “jóvenes que vivieron el movimiento del 68. Tuvo el privilegio de asistir a un cambio civilizatorio fundamental: el primero y más notable de ellos, el de la rebelión de la intimidad, cuando las mujeres salen de la casa y se dedican a la vida pública, estudian y hacen política.
“La irrupción extraordinaria de las mujeres en la vida pública hace que las costumbres cambien para siempre”. Viene entonces la “liberación sexual; esa otra corriente tan liberadora que trajo la música, el rock; las primeras experiencias públicas con la droga, y la homosexualidad en la calle”.
José María Pérez Gay estudió filosofía, aprendió un idioma tan difícil como es el alemán, descubrió en la literatura una fuente de imaginación e inspiración para realizar su carrera, luego fue diplomático y después se metió a la política.
Precisa Rafael Pérez Gay: “por honestidad, no podía haber dejado fuera sus últimos años como político activo con Andrés Manuel López Obrador, un personaje de quien yo soy muy muy crítico. Si éste hubiese ganado la Presidencia del país, mi hermano habría sido secretario de Relaciones Exteriores…
“Yo trato de ser crítico con el impresentable priismo, el perredismo lamentable y el panismo de derecha. Me parece que un intelectual debe ser crítico de todas las corrientes. Si uno lo es no puede formar parte de una corriente ni militar en una causa, porque deja de ser eso, intelectual, y se convierte en un político activo –lo cual, por otro lado, es muy respetable−, y éste lo que quiere es el poder.
“Un intelectual, o más todavía, un escritor, no quiere militar en una causa ni formar parte de un partido político, aunque tenga éste principios muy importantes, porque su deber es escribir, retratar” una realidad.