OAXACA, OAX., julio 26.– Ediciones Acapulco publicó, junto con la galería Myl Arte Contemporáneo, el libro “Textil”, de Trine Ellistgaard –con presentación del escritor Michael Sledge y el diseño editorial de Alejandro Magallanes–, el cual reúne imágenes de la obra respectiva de la artista.
La edición fue presentada en la Tienda Q (M. Bravo 109, Centro), donde también se exhibieron esas piezas tan peculiares, no convencionales, de la creadora nacida en Copenhague, Dinamarca, en 1954.
Precisamente, tan peculiares y no convencionales como lo es la casa Ediciones Acapulco, un proyecto de Selva Hernández, diseñadora gráfica de profesión, egresada de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM, y librera de viejo de corazón, de familia, heredera de don Ubaldo López –su abuelo, en realidad–, ese emblema del ramo de la calle Donceles de la Ciudad de México.
Con ella es la charla: “Ediciones Acapulco nació en mayo de 2011 con la idea de publicar tirajes limitados. En lo particular, yo siempre he pensando mucho en cómo se hace un libro, quién lo compra, cuál es su destino, por qué se escribe y quiere publicar”.
En ese tiempo, Selva Hernández había terminado su relación con el despacho de diseño creado por ella y otros colegas y, justa y casualmente, unos amigos se acercaron a su persona para pedirle que les editara sus libros, pues no deseaban que los publicará alguna editorial comercial, sino que fuera de manera independiente.
–Yo ya tenía la idea de un proyecto editorial, y me dije: “Es el momento de hacerlo”– comenta.
“Los libros de Ediciones Acapulco –platica Selva Hernández- son para un público muy limitado. Hay que tomar en cuenta que en México nadie compra libros ni lee: sencillamente no se consumen. Por eso, cuando inicié mi proyecto pensé que había que hacerlo de una forma muy inteligente. Así, la idea fue que cada edición llegara a un destinatario que realmente la quisiera tener. Por eso los tirajes limitados que se venden de mano en mano y no a través de distribuidoras y librerías”.
Hoy Ediciones Acapulco cuenta con un catálogo de 32 títulos, más ocho que están en formación. Entre ellos, el del dibujante oaxaqueño Carlos Franco. Son libros muy bien diseñados; de hecho, el diseño forma parte del contenido. Están agrupados en series a partir de las letras del abecedario: hay una “N”, de narrativa; una “J”, de juegos; una “T”, de textiles, y así.
Lo que “me interesa es que la casa Ediciones Acapulco no se enfoque a un solo tema, sino que esté abierta, que sea como un retrato de todo México”.
–Hubo alguna vez que las editoriales independientes, Verdehalago o Praxis, marcaron toda una etapa, ¿Ediciones Acapulco estaría iniciando una similar?
–Me encantaría decir que sí, pero es muy difícil. Todos los días me levanto y me preguntó si valdrá la pena seguir o mejor pongo una pozolería. Todavía no estoy tan segura. Lo que pasa es que hacer libros constituye una actividad necia, detrás de esto existe una editora que está aferrada a sacar adelante un proyecto. Los libros no se venden, es una realidad que todos enfrentamos. Y las ediciones que conformamos por gusto, muchas veces se sostienen por las publicaciones que resultan ser un buen negocio.
–En ese sentido, sabemos que el mercado editorial es hoy muy voraz, similar al del mercado de papas fritas o franquicias, digamos: ¿a qué apostarle?, ¿a contar con una opción comercial o a ser muy inteligente, como dices?
–Esa es un pregunta súper difícil de responder. Pensé en una fórmula, dado que no habría dos mil personas que fueran a comprar los libros. Repito: planee ediciones muy limitadas, de servicio a domicilio, pero también de librería virtual, que, de hecho, es la que más vende, pues tenemos ya 20 puntos de venta en México y el extranjero. La idea es tener nuestro propio mercado y nuestra propia forma de consumo, pensando incluso en nuevos públicos. A nosotros llegan, por ejemplo, chavos punks, fresas, emos o de cualesquiera otra tribu urbana, de entre 15 o 20 años, que van con sus papás a comprar “Velvet”, de Ashauri López, verbigracia.
–¿Y por qué se llaman Acapulco?
–Estamos en la calle Acapulco de la colonia Roma, muy cerca del metro Chapultepec, es un lugar muy vivo. Ahí mismo tengo mi taller de tipos móviles. Entonces, siempre decíamos: “Nos vemos en Acapulco”, “me voy a Acapulco”. Y pues como ya todos le llamaban así al sitio, le pusimos igual: “Acapulco”.