EXPRESIONES.- Me imagino que ubican ustedes a aquel sacerdote judío que se rasgó las vestiduras en el juicio contra Jesús en el Sanedrin y que tal acción ahora ubica a todos aquellos que se siente incólumes, cuando son engendros de lo mismo.
La referencia viene al caso porque en nuestro Estado es muy común ver sexenio tras sexenio, y creo que más en éste que se autodenomina del cambio, el que los nuevos en el poder arremeten contra los “del pasado” por los excesos cometidos, pero que en realidad no son mayores ni menores que los cometidos por quienes ahora enjuician y que siguen cometiendo a expensas de una sociedad que le quieren hacer entender que “los buenos son los que gobiernan y los malos son los que gobernaron”.
No se trata de exculpar a nadie ni de ser cómplices de la corrupción generalizada que ha imperado y que sigue imperando en un ámbito de por sí infectado, como es la política y el ejercicio de la función pública, pero si es necesario recalcar que obsesionarse en el pasado y no actuar en el presente con la solvencia necesaria para dar la pauta de que las cosas son diferentes, es doble engaño hacia una sociedad que votó por un cambio verdadero, no por remedos que después serán medidos con la misma vara.
Suena aberrante lo uno y lo otro, porque los rasgados de vestiduras actuales han sido reiterativos en una entidad que vive un presente prisionero de su pasado y sin mejores perspectivas para el futuro.
La justicia debe ser pareja, sin duda, pero sobretodo no omitirse o hacer como se aplica para que todo siga igual; limpiando el establo para seguirlo ensuciando bajo otros tintes, los tintes de un cambio que todavía está por verse, que se desea, pero que causa incertidumbre, porque quienes se están erigiendo como responsables de ello, adolecen de las mismas fallas.
Los “caifases” oaxaqueños, ahora mismo, están en todo su apogeo.
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