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Murió Alí Chumacero, el poeta de la brevedad y el sentido amoroso

MÉXICO, D.F., octubre 23.- El poeta mexicano Alí Chumacero Lora fallecido este viernes en Ciudad de México a los 92 años de edad.

Dejó en vida una obra breve que, sin embargo, fue ensalzada por su sentido amoroso, su elogio de las mujeres y su perfección formal, especialmente en el poemario “Palabras en reposo”.

Además de maestro de la lírica, Chumacero (Acaponeta, Nayarit, 9 de julio, 1918-Ciudad de México, 22 de octubre, 2010) fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1964, editor, corrector, crítico y tipógrafo vinculado durante varias décadas a la editorial pública Fondo de Cultura Económica (FCE).

“Para mí no ha habido nada como lo que es propiamente el arte. Más que la ciencia, más que la explicación del mundo, me gustan mucho más las formas sintéticas del mundo”, explicó Chumacero en un documental sobre su vida producido por la editorial Pentagrama presentado en 2010.

En 1938 se dio a conocer con “Poema de amorosa raíz”, donde desarrolló la idea platónica del amor antes de la existencia.

Fundador de la revista “Tierra Nueva” en 1940, redactor del diario “El hijo pródigo” y del suplemento “México en la cultura”, en la década de los 50 sería becario del Colegio de México (Colmex) y del Centro Mexicano de Escritores, por donde pasarían figuras como Octavio Paz y Juan Rulfo.

Al último de estos escritores, Chumacero llegó a reprocharle, en una nota crítica, el uso del tiempo en la obra “Pedro Páramo” (1955).

De niño Alí Chumacero fue enviado a la ciudad de Guadalajara para complementar sus estudios de primaria, y permaneció ahí hasta concluir la preparatoria.

Después viajó a la Ciudad de México, en junio de 1937, y se instaló con sus hermanos en una vivienda de la calle Costa Rica.

Poco después ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

De la obra del escritor nacido en el estado de Nayarit resaltan, sobre todo, ensayos contenidos en “Los momentos críticos”, particularmente los dedicados a Ramón López Velarde y Xavier Villaurrutia, así como los poemarios “Páramo de sueños” (1944), “Imágenes desterradas” (1948) y “Palabras en reposo” (1956).

Entre los poemas de esta obra sobresale “Responso del peregrino”, que comienza con la estrofa “Yo, pecador, a orillas de tus ojos/ miro nacer la tempestad”.

Precisamente de ese último poemario llegó a decir el también poeta José Emilio Pacheco, Premio Cervantes de Literatura en 2010, que era “una obra maestra impredecible e irrepetible que por sí sola explica y justifica el posterior silencio de Chumacero”.

Por otro lado de él llegó a decir el crítico mexicano Emmanuel Carballo que sus versos habían sido escritos “en voz baja, para ser leídos en la intimidad más estricta con voz apenas audible”.

El filósofo mexicano de origen catalán Ramón Xirau llegó a definirle como el poeta “del goce y del gozo del instante”, según recuerda el crítico Christopher Domínguez, quien le consideró “uno de esos extraños hombres que callan por alegría”.

Asimismo, el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz consideró a Alí Chumacero como “mago y maestro de los poetas modernos de México”.

Entre el conjunto de sus poemas destacan “Losa del desconocido”, “Amor es mar” e “Inolvidable”.

Entre otros premios recibió el Xavier Villaurrutia en 1984, el Alfonso Reyes en 1986, el Nacional de Ciencias y Artes en 1987 y el Belisario Domínguez en 1996, la máxima distinción que otorga el Senado en México.

Amor por la poesía y los libros

Alí Chumacero Lora dedicó su vida al amor por la poesía y los libros, con generosidad y devoción. De un lado, con una obra breve pero concentrada y poderosa; del otro, cuidando por más de medio siglo la edición de escritores imprescindibles como Octavio Paz, Alfonso Reyes, Juan José Arreola, Carlos Fuentes y Juan Rulfo, entre muchos otros.

Su obra poética está compuesta de tres libros: Páramo de sueños (UNAM, 1944); Imágenes desterradas (Editorial Stylo, 1948), y Palabras en reposo (FCE, Letras Mexicanas, 1956). Además publicó “Los momentos críticos” (ensayos, 1987) y en 1997 se editó el disco compacto “En la orilla del silencio” y otros poemas en la voz del autor.

Entre los reconocimientos que recibió resaltan: el Premio Xavier Villaurrutia de Literatura (1984); el Premio Alfonso Reyes (1986); el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura (1987); el Premio Estatal de Literatura Amado Nervo (1993); la Medalla Belisario Domínguez del Senado de la República (1996); en 2008 recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes en un homenaje por sus 90 años.

Cuando se anunció el programa del homenaje nacional en su honor, Alí Chumacero dijo ante periodistas:

“Quiero que a la hora de la hora, cuando me vaya con la música a otra parte, me recuerden como un hombre venido de un pueblecito pequeño que se llama Acaponeta, de un estado pequeño que se llama Nayarit, buscando un sitio propio”.

El mago de las letras mexicanas

“He escrito poco. No me arrepiento es mejor dejar una línea perdurable, que un grupo de libros que se tire al cesto de la basura”, respondía el poeta cuando se le interrogaba por su silencio después de haber publicado sólo tres libros de poesía.

Editor y corrector estricto y habilidoso, oficio al que consagró más de medio siglo, Chumacero poseyó un gran sentido del humor que le permitía tomar distancia de su propia obra.

““Escribí siempre de noche. Redactaba el poema, corregía, lo pasaba en limpio, lo volvía a corregir. Puedo mostrar que un poema mío tiene hasta sesenta o setenta versiones corregidas. ¿Cómo los terminaba? Un poema no da más hasta que, leído en voz alta, el poeta cree que no le falta ni un punto ni una coma. No era raro que me tardara hasta un año en cerrar un poema”, le confió en entrevista al escritor Marco Antonio Campos, publicada en la revista web Letralia. Tierra de letras.

En otra parte de la conversación, agregó: “El defecto de mi poesía es que no es plástica: es sugerente, impresionista. Es una copia de trasfondos: hay algo detrás y detrás… Mi concepción estética, si pudiera llamarla así, sería la de la rosa que cae (‘A una rosa inmersa’): escribir cosas que dicen otras cosas que dicen otras cosas… Eso obedece a una manera de percibir en poesía como lo hacía en la música Claude Debussy… Yo he buscado una poesía que diga algo, que no sólo emita la emoción, el gusto por la vida y por la muerte, sino que tenga un sentido”.

La edición, la crítica

Después de trabajar en el Fondo de Cultura Económica (FCE) por 58 años, Chumacero es sin duda el corrector, redactor, tipógrafo y editor por cuyas manos han pasado algunas de las obras más importantes de la literatura en México, pertenecientes a autores como Octavio Paz, Alfonso Reyes, Juan José Arreola, Agustín Yáñez, Carlos Fuentes y Juan Rulfo.

“No soy un intelectual, yo trabajo como un albañil, viendo papeles y anotando. No acarreo ladrillos, pero tomo la pluma para hacer trabajo menor. Nunca dejaré de ser un obrero del libro”, declaró a Reforma en 2008.

También en ocasión del homenaje nacional por sus 90 años, señaló: “Me han dicho el ‘pastor de la palabra’. Soy un hombre que se ha dedicado a los libros, a los que se va a dedicar hasta el último momento. Y cuantas veces se me ha pedido o insinuado que cambie de profesión, siempre he esbozado una sonrisa: no cambio de profesión ni a la hora de la muerte, quizá de país, pero no de profesión”.

Además, Chumacero ejerció la crítica literaria —a la que aludió como su primera vocación en las letras— por muchos años en diversos suplementos y revistas literarias. Gran parte de esta labor se halla en la colección de ensayos “Los momentos críticos” (FCE, 1987), que reúne 30 años de reflexión apasionada y rigurosa, compilados por el investigador Miguel Ángel Flores.

“Cuando empecé a escribir creí, a pesar haber publicado ya algunos poemas, que mi destino en las letras sería la crítica literaria. Escribí crítica, con suma constancia, de 1940 a 1970: en Tierra Nueva, en otras revistas y en los suplementos culturales de El Nacional, Novedades y El Universal”, le dijo en entrevista a Marco Antonio Campos.

En los años cuarenta, Octavio G. Barreda, a quien Chumacero conoció en Letras de México, lo invita a formar parte de un nuevo proyecto literario: “El hijo pródigo”, que buscaba reunir a los escritores dispersos de otras publicaciones ya desaparecidas como Contemporáneos, Taller, Tierra Nueva y los que había traído el exilio español a tierra mexicana.

“El hijo pródigo ha sido probablemente la mejor revista literaria mexicana. Preocupada más por la calidad que por mantener una posición ideológica, cumplió debidamente sus propósitos. La única salvedad propiamente dicha fue que no admitió en sus páginas a escritores extranjeros que hubieran participado al lado de los ejércitos fascistas. Salieron 42 números y todos tuvieron un valor estético similar. Barreda supo aglutinar a escritores de diversas corrientes y tendencias. Era hombre culto y generoso. A nadie debo tanto en mi formación literaria como a él”, narró a Marco Antonio Campos (letralia.com).

Poeta del amor

Muchas han sido las influencias reconocidas por Chumacero para elaborar su obra poética. Se habla de la “deuda” con la lírica de Xavier Villaurrutia y también de su cercanía a la obra de José Gorostiza, aunque de los autores de Contemporáneos sólo trabó amistad con Gilberto Owen.

Como lector compulsivo, Chumacero se acercó a muchas y variadas literaturas, fue lector de la Generación del 27, de Rafael Alberti y Federico García Lorca, esencialmente, también de Luis Cernuda y los clásicos españoles. También tiene una marcada influencia de Amado Nervo, Neruda, Vicente Huidobro, César Vallejo y autores en otras lenguas como Paul Valéry, Rainer Maria Rilke y T. S. Eliot. Otra de sus lecturas favoritas siempre ha sido la Biblia, aunque se declara ateo.

Al respecto comentó: “Yo me he formado mucho en las páginas de la Biblia, en particular en las del Antiguo Testamento. O más concretamente, todos los libros del Antiguo y momentos del Nuevo. Ha sido esencial como afición de lectura y como oficio de escritura. He aprovechado —me he fusilado— muchas frases de la Biblia, y las he disfrazado de tal manera, que parecen y aparecen en mis poemas como mías. Esas frases reflejan mucho de lo que pienso de la estancia del hombre en la tierra y del destino del hombre, de la significación del mundo, del paso del tiempo y del más allá. Temas no de lo diario sino de lo imperecedero”.

Sobre la labor del poeta, expresó: “He cultivado la poesía muy parcamente, sólo he publicado tres obras en las que he dejado la tristeza y la melancolía. Considero que fue suficiente para dar a conocer mi personalidad”.

Y agregó: “La idea que he cultivado en mi poesía es el amor. Recuerdo que cuando era niño hice un poema en el que ya hablaba de esto. Con el tiempo y tras el estudio de la filosofía me he ido complicando. No hago una poesía alegre, que cante; más bien soy pesimista, por eso nunca seré un poeta popular”.

Y efectivamente, su primer poema reconocido y publicado fue Poema de amorosa raíz, del cual refiere con asombrosa precisión haberlo escrito un 15 de abril de 1938, en la Biblioteca Nacional, tiempo después apareció publicado en el primer número de Tierra Nueva.

Y aunque el autor se reconozca, un poco como “poeta del amor”, su obra va más allá de lo epidérmico y se compenetra con las preguntas esenciales de la naturaleza humana: el sentido de la vida, la soledad del hombre y la muerte. “Yo busco siempre el fundamento de las cosas —reconoció en una entrevista—, el cual no es alegre. Hago una poesía reflexiva, buscando siempre lo hondo, lo imperecedero, porque, a final de cuentas, qué es lo eterno. Dicen que Dios es eterno, pero es sólo una idea.”

Para Chumacero el secreto de su voz poética está en la palabra porque ésta —le dijo a la periodista Susana Garduño del Club de Lectores— “es, sigue y seguirá siendo siempre la que sobrecoge, la que lleva en sí el temblor de la emoción. La emoción del escritor es la misma que todos sentimos… Un amor, un odio, la ira, la belleza, en fin, todas las pasiones e ilusiones, están dentro del alma de todos; pero tenemos siempre la antena del escritor que sabe recoger aquello y transformarlo en palabra. La palabra es lo que diferencia al escritor del que no lo es”.

Maestro sin aula, el “hombre de la carcajada”, como lo llama su amigo el crítico Emmanuel Carballo, ha dado cátedra desde su reflexión literaria en revistas y suplementos; también en el cuidado de la obra de otros autores y, además, en la amistad y en charla frente a una copa de vino.

“He gozado de la vida —reveló durante la celebración de sus 90 años—, ha sido muy celebrada mi forma de ver las cosas; he procurado no pelear con nadie, le he dado por su lado hasta a mis hijos; he sido un hombre que, sin buscar el aplauso, ha vivido espléndidamente; porque, señoras y señores, es bien sabido que he sido un hombre pobre, pero tacaño”.

Se rió de su avanzada edad (“voy a vivir 500 años”, dijo) y se daba el lujo de bromear con la muerte porque “es un accidente pequeño porque es rápido. Ya ejecutada, es largo, parece que no tiene vuelta. Lo importante es la vida y por lo que hay que luchar es no por ser feliz. Son felices los tontos. Una persona no tiene porque ser feliz, tiene que luchar, ver el mundo. La felicidad es la muerte. Hay que estar siempre contra la felicidad”, declaró a Reforma.

“Quiero que a la hora de la hora, cuando me vaya con la música a otra parte, me recuerden como un hombre venido de un pueblecito pequeño que se llama Acaponeta, de un estado pequeño que se llama Nayarit, buscando un sitio propio”, dijo el poeta durante el Homenaje Nacional de 2008.

Su Poesía completa fue publicada en 1980 por Premiá Editora. Poesía reunida se publicó en 1993, donde aparecen nuevos poemas. Manantial de sombra, (Aldus, 1998). En el Fondo de Cultura Económica se puede encontrar Poesía. Alí Chumacero (2008), la reedición de Palabras en reposo (2007) y Los momentos críticos (1996), entre otros. El libro Pastor de la palabra, Alí Chumacero, publicado por Alfaguara en 2004, reproduce su iconografía.

Despedida a Chumacero

La presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Consuelo Sáizar, encabezó una guardia de honor ante el féretro del poeta Alí Chumacero, acompañada de Joaquín Díez- Canedo director del Fondo de Cultura Económica, Luis Chumacero, hijo del poeta fallecido, y los poetas Eduardo Lizalde y Jorge Ruiz Dueñas.

Entre los intelectuales que despedían a Alí Chumacero se encontraban Juan Gelman, poeta; Marisol Shultz, editora; Claudia Guillen, escritora; Huberto Batiz, maestro y periodista.

 

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