MI OPINIÓN.- Entre todas las profesiones la de maestro es el pilar fundamental del desarrollo social de la comunidad. No concebimos el progreso del hombre en sociedad sin la edificante labor de los maestros de educación básica, quienes preparan el terreno y depositan las cepas para que posteriormente los mentores especializados en las altas esferas de las ciencias y del conocimiento humano universal complementen su labor intelectual trascendente.
Este 15 de mayo, Día del Maestro, me permito hacer algunas reflexiones sobre esa humanitaria profesión. Dentro de mi círculo de amistades tengo la fortuna de contar a varios maestros y maestras; para todos ellos sea mi sincero reconocimiento, pero sea mi más profundo agradecimiento para aquellos maestros ahora ya jubilados que me guiaron la mano, y esclarecieron mi mente para que aprendiera a garabatear y a leer mis primeras letras.
Ejerciendo mi carrera, tuve la oportunidad de observar de muy cerca el trabajo y la entrega de los maestros en el medio rural.
Allá en las rancherías donde no hay los servicios urbanos que tenemos en las ciudades es donde podemos evaluar y apreciar en su justa dimensión el sacrificio de esos hombres y mujeres que con limitaciones de toda índole se lanzan a realizar su tarea con el propósito de llevar luz a sus semejantes con esa flameante antorcha que se llama alfabeto.
Al ver la entrega de muchos de esos hombres y mujeres, de todas las edades, trabajando en el medio rural, me di cuenta de que no hay labor más humanitaria y solidaria que enseñar a leer y a escribir a un semejante.
Esas experiencias también me enseñaron que los maestros, y especialmente los que trabajan en los poblados más apartados y en condiciones verdaderamente adversas, merecen mi admiración y mi respeto.
En las comunidades pequeñas, apartados e incomunicadas, el maestro es un verdadero líder social, que por la naturaleza de su profesión se hace responsable de otros asuntos que trascienden su obligación inmediata de cubrir el programa de estudios que las autoridades de educación le indican.
Y al ver la eficacia que tienen en esas labores comunitarias que van más allá de su mera obligación de burócrata del gobierno, ha hecho que mi admiración por ellos sea mayor.
En esas comunidades, el maestro o la maestra aparte de dar clases, los he visto desempeñarse entre otras cosas como: consejeros familiares de primer orden.
De acuerdo con las circunstancias y por solicitud de sus vecinos, el maestro se desempeña además como abogado; otras veces le toca el papel de juez de paz, de secretario de actas, de enfermero, parteros, de albañil, de pintor de brocha gorda, de cocinero, carpinteros, radiotécnicos, mecánicos en automotores.
También son correo entre la ciudad y los habitantes del rancho donde trabaja, gestores y asesores del Comisariado ejidal.
En casos más graves los he visto de sepultureros y de policías, casi, casi, procuradores de justicia.
Yo me pregunto ¿Quién sirve tanto a su comunidad por tampoco sueldo? Sólo un profesionista de la enseñanza lo hace. Por eso, pocos servidores públicos me inspiran y merecen tanto respeto y admiración que ahora reitero, como los maestros.
Es mi opinión. Y nada más…