Bolívar, el general en su laberinto
Primera parte
SIN DERECHO A FIANZA.- Si Gabriel García Márquez hubiera usado de modelo a Madero para personaje de su libro “Cien años de soledad”, al principio de esta obra se leería:
“Veintisiete meses después de ser elegido presidente de México, frente a los esbirros de Victoriano Huerta, Francisco Ignacio Madero recordaría la serie de errores que lo llevaban a la muerte”.
Si el padre de la Revolución hubiera estudiado historia en lugar buscar soluciones con el espiritismo, tal vez el país se habría ahorrado otra década de guerras.
Los espiritistas le dijeron que llegaría a ser presidente, pero no mencionaron que, por su necedad, en poco tiempo todo se haría humo.
Tal vez era mucho pedir que leyera la historia de Grecia y de Roma, pero pudo estudiar la vida de Simón Bolívar o, si tan sólo preguntara cómo le hizo Porfirio Díaz para eliminar a sus enemigos y permanecer en el poder más de 30 años, la sangre de cientos de miles, tal vez, no se hubiera derramado.
Entre El Libertador y el necio Apóstol de la Democracia, hay muchos paralelismos en cuestión de errores.
Simón Bolívar, los sueños de libertad
Quien sería llamado con justeza “EL libertador” fue bautizado como Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blanco. Nació en Caracas en 1873. Fue el elemento más importante para la independencia de Venezuela, Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá y Perú.
Quiso crear una sola potencia americana que no tuviera rival contra ninguna otra del mundo.
Tal vez sea el general más grandioso de la historia de América, pero no fue más allá: al nivel de estadista.
Perteneció a una familia muy acaudalada, riquísima. Su madre fue la marquesa de San Luis. Toda su inmensa fortuna la puso al servicio de la independencia y se negó a recibir un peso al final.
Así murió en 1830, sin un peso (se dice que se tuvo que pedir ropa decente para amortajarlo), víctima de un trastorno hidroelectrolítico (todos los historiadores señalan que fue por tuberculosis, pero el pasado 15 junio se certificó —después de hacer una exhumación ordenada por Hugo Chávez— que la muerte de Bolívar se debió a los problemas que le dieron sus riñones).
Con casi 20 años en la lucha (con descansos entre exilios, huídas o paz relativa), Bolívar murió como un fracasado por ser muy confiado, por dar prioridad a los buenos sentimientos y por no creer que en la guerra, perdonar a los traidores y enemigos, es causa de derrotas.
El poder se obtiene para usarse, si no, no sirve. O se delega. Muchos reyes gobernaron así en el pasado. Bolívar no hizo esto, lo que provocó que otros ambicionaran ese poder.
Bolívar, como Madero, no atendía a los informes de su equipo de espías. Creía que su sola presencia era suficiente para componer todo, en lugar de crear solvencia en sus estados.
Es cierto que abrevó de los pensadores franceses y se cree que hasta leyó a Maquiavelo, pero en la práctica no se notó. Hizo demasiado uso de lo que sabía hacer bien: dar batallas y organizar militarmente (aunque no estudió en escuela militar), y no buscó a colaboradores capaces para administrar, porque él no tenía habilidad financiera, ni aprendió las artes para las victorias políticas.
Bolívar no recompensó a sus soldados (como Madero), que lo seguían sin esperar recompensa, pero bien pudo, al triunfo, disponer de recursos, ya que tuvo los más importantes, las minas, las tierras de la América sureña y los bienes del Clero y de los realistas, y no dispuso de algunos para sus tropas.
Esa falta también colaboró a la mala economía de la república, ya que se perdió lo que se generaba en impuestos. Como haría Madero, hizo caso omiso de sus amigos e ignoró a sus enemigos, creyó que lo querrían por perdonarlos.
Cuando quiso recompensar al ejército unificado en el Perú se pidió prestado a Inglaterra, que le dio sólo el 25 por ciento, pero se tuvo que pagar todo, más los réditos.
Otro error incomprensible fue el restablecer, en 1826, el “Tributo indígena” en el Perú; esto es, la contribución que debían pagar los indígenas peruanos por el sólo hecho de ser indígenas, “estableciendo su reducción al monto que se pagaba en 1820″.
Este impuesto había sido abrogado por José de San Martín en 1821 (en 1822 Bolívar se peleó con San Martín, supuestamente por el crédito en la independencia de Perú, por lo que éste regresó a Argentina).
Al contrario de México, donde la independencia la ganó la Iglesia novohispana, con Iturbide como representante, Bolívar no hizo nada contra ella, por lo que la Iglesia con tanta penetración en los iletrados, siguió su labor contra Bolívar.
Alejandro Magno dejaba sus generales a cargo de los lugares conquistados. Si Bolívar hubiera hecho eso no habría tenido tantas revueltas como las tuvo.
Para él, alguien merecía la muerte sólo en el campo de batalla. Si hubiera fusilado a su vicepresidente (tenía pruebas de su traición), Francisco de Paula Santander, éste no hubiera puesta al pueblo en su contra, lo que provocó su exilio final.
El 25 de septiembre de 1828 en Bogotá, quienes ya no querían al dictador (Bolívar había eliminado la figura de presidente) intentaron asesinarlo. Lo salvó su esposa Manuela Sáenz. Como en otras ocasiones, Bolívar intentó perdonar a los implicados, pero fue convencido de someterlos a la justicia castrense. Santander también estaba involucrado en el atentado.
Las revueltas continuaron. Perú se declaró en contra de Bolívar y su ejército invadió Guayaquil. Venezuela se proclamó independiente en enero de 1830 y José Antonio Páez, el nuevo presidente, desterró a Bolívar.
Con esos errores y con tantos años de luchas, hasta sus amigos y su ejército lo desconocieron y se tuvo que ir. Partiría a Jamaica y luego a Europa, pero ya no pudo.
Madero: el ingenuo
La caída de Porfirio Díaz fue relativamente fácil. En noviembre de 1810 comenzó la lucha y terminó con la renuncia del general en mayo del año siguiente. Seis meses tardó en caer el dictador que gobernó más de tres décadas.
Todo inició porque Madero quería ser vicepresidente. En 1907 conoce a los Flores Magón que lo contagian con su ideario. Después de eso comienza con el libro “La sucesión presidencial en 1910”, en donde se establecía que el pueblo debería recobrar su libertad para ejercer la democracia e impedir la nueva reelección del presidente Porfirio Díaz, o dejarlo un período más, siempre y cuando éste se comprometiera a permitir la libre elección del vicepresidente, senadores, gobernadores y diputados.
Madero consideraba que Díaz cumpliría lo que había declarado al periodista James Creelman de “The Pearson’s Magazine”, de que permitiría la apertura democrática y la creación de partidos opositores.
En 1909 Madero se entrevistó con el dictador y salió convencido de que Díaz “no está muy de acuerdo con la práctica de la democracia”.
Madero, como Bolívar, también vendió algunos bienes para recorrer el país. En abril de 1910 don Porfirio se dio cuenta del agujero en su poder. En San Luis Potosí, Díaz ordena que Madero y seguidores sean aprehendidos.
Para las elecciones del 10 de julio el Partido Nacional Antirreeleccionista postuló a Madero y a Francisco Vásquez Gómez. El 21 de agosto Díaz y Corral fueron proclamados presidente y vicepresidente.
En septiembre Madero consigue escapar de la cárcel, huye a Estados Unidos y proclama el Plan de San Luis (5 de octubre). Ese plan, a diferencia de muchos otros, no contenía ninguna reforma de carácter económico o social.
Los errores de Madero comienzan desde aquí. Porque en el artículo séptimo del Plan, ingenuamente decía: “El día 20 de noviembre, desde las seis de la tarde en adelante, todos los ciudadanos de la república tomarán las armas para arrojar del poder a las autoridades […] los pueblos retirados […] lo harán la víspera”.
¿Qué pensaba Madero? ¿Qué Díaz se sentaría a esperar a que llegaran todos los desarrapados a sacarlo a patadas de su silla tan querida?
Nomás faltaba que pusiera en el Plan los nombres y direcciones de sus seguidores. “Genial insensatez del plan revolucionario “, dice José Fuentes Mares.
Con ese mensaje, los espías de Porfirio no necesitaban torturar a nadie. Por eso, desde la víspera de “la víspera” los esbirros del dictador comenzaron a apresar y a asesinar a los revolucionarios en cierne, mientras Madero esperaba sentado en San Antonio Texas a que llegaran las seis de la tarde del 20 de noviembre.
Manuel González Cosío, el secretario de Gobernación, maniobró eficazmente y las células maderistas fueron descubiertas en la capital y en todo el país.
En Puebla, los soldados asesinaron a Aquiles Serdán: “resultó víctima no de los esbirros de la dictadura, como dicen los oradores oficiales, sino de una cruel inocentada”: Fuentes Mares.
Los crímenes aumentaron el resentimiento contra Porfirio y se sucedieron los levantamientos. Madero, desde USA, mandaba cartas alentadoras a los revolucionarios.