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La derrota del PRI en Oaxaca

Ni en sus peores cálculos preveía el PRI el resultado del 4 de julio. No sólo perdió la gubernatura, sino también 16 de 5 diputaciones de mayoría, y los principales ayuntamientos de la entidad.

¿Cómo explicar que ante unas pobres campañas políticas, permeadas por las descalificaciones y la guerra sucia, antes que las propuestas y la generación de alternativas, la ciudadanía haya participado masivamente?, ¿y por qué lo hicieron por Gabino Cué y la alianza opositora?

Como se ha demostrado en diversos trabajos, un factor esencial para la derrota del PRI es que la contienda se defina no entre el voto duro, pues el de los priistas es superior, sino que participen aquellos ciudadanos no identificados a priori con algún partido político.

La participación del 56 por ciento, la más alta en comicios estatales en Oaxaca, así lo confirmó.

Para que saliera la gente a votar se conjugaron diversos factores. El más importante, según se desprende del análisis por municipio, fue la concurrencia de los comicios municipales con los de gobernador.

Los primeros son más altos en cuanto a participación, promedian el 54 por ciento, y los de gobernador, 50 por ciento. Ahora, en algunos municipios la participación se elevó hasta el 70 por ciento.

Un segundo elemento fue la polarización entre dos opciones: el priista Eviel Pérez Magaña contra el opositor Gabino Cué Monteagudo. Ello permitió que en el imaginario colectivo se estableciera la certeza de que había posibilidad real de disputar el poder y ganar.

El tercero fue la construcción de la viabilidad de dar un voto de castigo al régimen ulisista. El 2006 dejó honda huella en los oaxaqueños. La resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que estableció la responsabilidad lisa y llana del gobernador del estado en la violación de derechos humanos, y la persistencia de esas prácticas autoritarias, generaron un resentimiento que, combinado con los factores anteriores, encontró en las urnas la vía para castigar esos excesos.

Por supuesto, los candidatos también aportaron. Al arrancar el proceso electoral el más conocido de los aspirantes era Gabino Cué; superaba a priistas y opositores.

Su campaña para gobernador en 2004 y la de senador en 2006, le habían permitido mantenerse presente en la memoria colectiva. Y la incursión que hiciera en 2009 acompañando a Andrés Manuel López Obrador por los municipios oaxaqueños, le dio presencia y solidez en las zonas rurales. Circunstancia que ayudó en la definición.

Más si consideramos que en todos los casos fue hostigado por el Gobierno estatal; hubo un clima de persecución que lo victimizó y con ello se granjeó la simpatía de muchos.

En contraparte el PRI eligió a quien sus propios correligionarios llamaban “el rival más débil”. Eviel Pérez Magaña era el menos conocido de los aspirantes priistas, con una exigua carrera política. Y fue evidente que no tenía vida propia. Estaba limitado no sólo por el gobernador Ulises Ruiz, quien se convirtió en el coordinador de su campaña, también era acotado por los personeros de éste.

Así, la estrategia de centrar la campaña en una especie de referéndum respecto al gobierno ulisista, se logró porque Eviel Pérez no logró asumirse como el candidato fuerte, independiente y que toma distancia con su antecesor, una regla elemental del sistema político.

Esa imagen de debilidad se hizo más evidente al ser desplazados los candidatos a las presidencias municipales más cercanos a él: Jorge Sánchez en Huatulco y Jaime Aranda en Tuxtepec. Y por cierto, no por mejores, sino al contrario, por otros que obedecían a intereses caciquiles y que tenían un claro repudio en esas poblaciones.

El apabullante triunfo de la coalición “Unidos por la paz y el progreso”, se debió entonces a un proceso que caminó en dos sentidos. En muchos casos la definición de los candidatos a las presidencias municipales fue decisiva para aportar votos a la causa de Gabino Cué.

En Huatulco, un bastión priista, la imposición del candidato provocó una ruptura; la militancia se fue a la alianza opositora y ganaron casi 2 a 1.

En Tuxtepec, la diferencia fue de casi 15 puntos. En otros, la votación a favor del candidato a gobernador fue determinante para ganar los comicios municipales.

Unos más tuvieron una votación diferenciada, en Tlacolula y Matías Romero, por ejemplo, la elección a gobernador fue ganada por Cué y las presidencias municipales por el PRI.

En uno y otro caso, quienes se beneficiaron fueron los candidatos a diputados, quienes sin hacer campaña y en muchos casos siendo auténticos desconocidos, ahora ocuparán una curul en la próxima legislatura.

Fue evidente que a lo largo de la campaña muchos dirigentes del PRD y del PAN trabajaron en contra de la alianza. Acostumbrados a las prebendas del viejo régimen sin embargo, tampoco consideraron que sus bases son exiguas y se reducen ante una ciudadanía que sale a votar.

En lugares en que el PRI ponía un mal candidato, ellos ponían otro peor. Huatulco es también ejemplo, pues el encargado de la plaza, Raymundo Carmona Laredo, se empecinó en poner a un desconocido, incluso recurrió ante los tribunales ante la decisión de la coalición de designar a Lorenzo Lavariega, a la postre el ganador.

Como ese se repitieron muchos casos; ni siquiera pensaron que esos candidatos ganarían. Sólo en algunos, como con la designación también amañada que hizo el PAN en Tlacolula y Matías Romero, les votaron de manera diferenciada.

La maquinaria electoral existe, por supuesto. Recursos públicos y la estructura gubernamental estatal trabajaron a tope en favor del PRI; el órgano electoral cooptado. Sin embargo, llegaron a excesos y descuidaron las formas. Buscaban incondicionalidad antes que convencimiento.

La prueba está en los trabajadores de confianza del Gobierno estatal, obligados a trabajar en favor del PRI. El resultado es que muchos se convirtieron en promotores del voto anti PRI. Y los mismos mecanismos se emplearon con autoridades municipales y organizaciones priistas. O la burda asignación de los programas electorales (documentación, boletas, monitoreo y el PREP) que hiciera el IEE, que no lograron sino evidenciar su sumisión y, de paso, atraer la atención de medios de comunicación y observadores electorales para vigilar sus sospechosos pasos.

El gobierno federal también intervino para apoyar a la alianza, los recursos fluyeron, si bien con una estructura y capacidad operativa menos eficiente. Pero tuvieron su impacto. Lo más evidente, sin embargo, fue la presión del gobierno federal para impulsar a la alianza.

Está claro que no hay maquinaria, mañas, prácticas fraudulentas, ni recursos que alcancen para comprar el voto, ni presiones para coaccionarlo, ni organismo electoral manipulado, ante una ciudadanía participativa.

Previo a la jornada, basados en el comportamiento histórico de las tendencias electorales, afirmábamos que una participación menor al 50 por ciento favorecería al PRI; si se superaba ese tope, el balón estaría en la cancha opositora. Y superando el 55 por ciento permitiría que la alianza ganara sin muchos problemas.

Por eso también habrán de cuidarse de falsos triunfalismos; de los excesos que ya aparecen entre los nuevos iluminados, o la cargada que es evidente. En el cierre de campaña aliancista, como en las primeras celebraciones de la victoria de Gabino Cué, el grito recurrente fue “Ya cayó, ya cayó, Ulises ya cayó”. Habría que recordar entonces que muchos de los votos que le dieron el triunfo fueron en contra de alguien, antes que a favor de nadie. Y esa lejos de ser una carga negativa, implica la responsabilidad de legitimarse en las decisiones previas a su asunción y, por supuesto, en el ejercicio de gobierno.

Así que ¿ahora qué sigue?

vicleonjm@hotmail.comEsta dirección de correo electrónico está protegida contra los robots de spam, necesita tener Javascript activado para poder verla

(*) Investigador del IISUABJO.

 

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