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¿Transición en Oaxaca? ¿Hacia dónde?

Los resultados de las elecciones Estado de México, Nayarit y Coahuila, nos llevan nuevamente hacia las preguntas ¿Cómo podemos entender la transición? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cómo incidirán esos resultados en el resto del país y en Oaxaca, en particular?

La primera señal que recibimos este 3 de julio es que el país no se ha movido, que estamos como hace 30 años y que podríamos discutir lo mismo, como un abstencionismo superior al 50 por ciento de la lista nominal, elecciones de Estado, de carro completo, de aplanadora, que más que elecciones se trata de aclamaciones como las que ocurrían durante el sexenio de José López Portillo, que la diferencia entre el primero y el segundo lugar es de 30 o 40 puntos.

Además, que los opositores electorales realizan la denuncia de una larga relación de inequidades como árbitros parciales, del clientelismo, corporativismo y todos los ismos del viejo régimen, que al parecer no ha terminado, sigue siendo viejo y no hemos visto el nuevo.

¿Qué está pasando en el país? Particularmente en el Estado de México, que concentra una de las listas nominales más numerosas, más del 10 por ciento del electorado de todo el país, y eso está llevando al debate de que ese resultado anticipa lo que vamos a observar en el 2012.

Esta referencia es importante porque el escenario de campañas anticipadas y operación de redes clientelares, con todos los vicios que ya conocemos, no sólo constituyen el telón de fondo en el que se desenvolverá el primer gobierno de alternancia en Oaxaca, desde ya, sino que prácticamente es el camino por el que habrá de transitar.

Será difícil que las actividades del gobierno estatal puedan mantenerse al margen de la ebullición electoral que ya empezó.

No podemos limitar la discusión de la transición a lo que ocurra en nuestra tierra, a nuestra pequeña alternancia, sin considerar procesos históricos y espacios más amplios.

No se trata de pensar que lo nacional determina la política local, sino más bien que se trata de intercambios entre diferentes niveles, en donde lo nacional explica lo local, pero también donde lo local reconfigura lo nacional.

Así, podríamos observar que en las elecciones del Estado de México, no solamente se ha decidido el cambio de gobierno en esa entidad, sino que se marcará la correlación de fuerzas partidistas para las elecciones del 2012, puesto que sus resultados incidirán en el futuro de los gobiernos estatales y en el realineamiento de las respectivas corrientes políticas locales.

El Estado de México se perfila como el eje de articulación del PRI nacional en torno a la figura del gobernador Enrique Peña Nieto, como virtual candidato a la Presidencia de la República.

Seguramente desde esa entidad se emitirán instrucciones para la reorganización de los comités estatales del PRI, incluido el de Oaxaca.

Buena parte de los ciudadanos de todo el país están más atentos de las acciones de los gobiernos de alternancia de las entidades y desean conocer hechos concretos que le permitan orientar su decisión en el momento de emitir su voto.

Por ello, lo que se haga o se deje de hacer en Oaxaca en estos momentos, lo que se hizo y se dejó de hacer en estos primeros siete meses, son determinantes para los siguientes reposicionamientos políticos. Lo acabamos de observar con los resultados del Estado de México.

No se trata solo de ganar sino también de saber a dónde se va. Pensando en el peso de la temporalidad electoral, el gobierno de alternancia en Oaxaca podría reducir su margen de maniobra de seis a dos años; aunque sería lamentable que después del 2012 los oaxaqueños observáramos la asfixia de un gobierno durante los cuatro años que le resten, presionado por un priismo que ya se encuentra en reorganización.

Esto nos lleva a plantear que la alternancia no es una meta sino únicamente se trata de uno de los pequeños peldaños de un proceso complejo en donde se entrecruzan las posibilidades del cambio político, pero también en donde existen entrampamientos y caminos que van a ninguna parte.

No podemos quedarnos con la idea ingenua de que avanzamos y lo que encontramos es una trinchera de dinosaurios, no solo por la presencia de viejos personajes sino por el predominio de mentalidades verticales.

Mentalidades en las cuales el cambio no importa, puesto que observan al poder político para el tráfico de influencias y al aparato estatal como una gran agencia de colocaciones para toda la parentela, familiares, compadres y demás subordinados.

Una corriente de politólogos refiere que la etapa de transición democrática quedó rebasada, que ahora hemos entrado a una etapa de consolidación de la democracia en donde prefieren hablar de calidad. Suponiendo que ocurre así, ¿Qué clase democracia es esta?

Si seguimos las concepciones estrechas de la democracia, de un ciudadano un voto, la situación de desigualdad socioeconómica que prevalece en el país nos lleva a comparar el voto de Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del planeta cuya fortuna se multiplica cada minuto, con la de cualquier campesino de la sierra de Oaxaca, que sobrevive en condiciones de hambruna y miseria similares a las de Haití o de países africanos.

¿Es posible la democracia en estas condiciones de desigualdad extrema? Siguiendo los términos acotados de la democracia electoral, ¿es posible su existencia cuando existen ricos comprando votos y pobres en disposición de venderlos?

*Fragmento de participación en el Seminario Ciudadanía y transición democrática, organizado por las organizaciones civiles EDUCA, IDEMO, CONSORCIO, SER, CODIGO DH y el IISUABJO. 6 y 7 de julio de 2011.

(*) Investigador del IISUABJO.

 

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