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Los jóvenes y las luchas emergentes

Los veneros del movimiento del 68 siguen fluyendo. Las formas son distintas, los alcances también, los momentos son otros. Los actores son muchos y diversos. Las estrategias son distintas, aunque el anhelo de un cambio democrático parece común.

En algunos casos se muestran atisbos de que se pueden generar defensas colectivas y pacifistas importantes cuando existe la solidaridad entre quienes participan, como en el caso de los estudiantes politécnicos.

En otros casos, cercados en un ambiente de criminalización de la protesta, los estudiantes resienten la brutalidad de algunos operadores del sistema, como en Ayotzinapa, Guerrero, donde se escribe otro de los capítulos negros de la historia del país.

Leer las experiencias siempre constituyen oportunidades para identificar algunas lecciones que podrían ser de utilidad para los movimientos, organizaciones y gobiernos de todo el país que aspiran a cambios democráticos.

Las experiencias permiten identificar de manera puntual lo que debe hacerse, pero también lo que no, como el artero crimen de normalistas en Iguala Guerrero.

Por una parte, la derogación del nuevo reglamento del IPN por la presión estudiantil, queda como gran lección para la clase gobernante en su conjunto, no únicamente para la ex directora de ese instituto, en el sentido de que los cambios no pueden promoverse e impulsarse únicamente desde las cúpulas de poder, en lógica vertical sin considerar las voces de quienes son afectados.

La acción de los politécnicos puede parecer específica y efímera, aunque habrá que seguir con atención la ruta que los estudiantes están marcando con el anuncio de que llevaran la respuesta del gobierno federal al análisis y deliberación en sus asambleas internas.

De entrada este anuncio es importante en tanto implica un ejercicio de dialogo y reconocimiento entre los estudiantes sobre asuntos que tienen que ver con su presente y su futuro.

Seguramente la experiencia dejará huellas entre los jóvenes involucrados y lecciones para movimientos, organizaciones y gobiernos de todo el país sobre lo que se puede lograr con la cohesión y la solidaridad para defender un proyecto en el que la comunidad de estudiantes cree y defiende, sin recursos de violencia.

La respuesta inmediata del Gobierno federal tampoco es gratuita y no se trata de condescendencia pura. Más bien podría explicarse por el temor al escalamiento de las movilizaciones, puesto que tienen el antecedente del movimiento #soy 132, que marcó la última campaña presidencial.

Además, por el riesgo de que un movimiento creciente que involucrara a otros actores, podría afectar las reformas neoliberales en curso.

Quienes gobiernan deben aprender que la atención no se debe centrar en la aprobación de los jefes de la burocracia y de los dueños del dinero, sino que es importante emprender proyectos participativos, entendiendo que los gobiernos se deben a los pueblos.

Que toca sensibilidad para entender con detenimiento los movimientos del subsuelo, en los lugares recónditos, precisamente allí en donde ellos no quieren ver.

No se puede minimizar la protesta o las expresiones de rechazo a las imposiciones, tampoco descalificarlos como pretendía la ex directora del politécnico, quien finalmente renunció víctima de su propia soberbia y torpeza.

El recurso de “fuerzas extrañas que manipulan” recuerda la expresión de Díaz Ordaz en el 68, en sus referencias al fantasma del “comunismo desestabilizador”.

Para los gobernantes quedaría la lección de que las acciones impositivas, como un reglamento, un proyecto e incluso una ley, puede tener como destino el basurero, si es que no se consultan las opiniones de las personas que son afectadas.

Cuando la gente se organiza es capaz de frenar las imposiciones, de cambiar la ruta, de exigir información, de reclamar consulta y respeto a las decisiones colectivas.

En el fondo, la movilización politécnica podría observarse como rechazo a la regulación de la educación superior con criterios mercantiles y como uno de los acontecimientos para la defensa del bien común, la educación pública superior.

Además, como la posibilidad de un enlazamiento de muchas luchas para detener el despojo del patrimonio del país.

Sería saludable que los vientos pacifistas permitan la renovación de luchas y el aliento de la creatividad de los protagonistas en un ambiente que es adverso; que la fuerza de esos vientos rompa con las barreras autoritarias del régimen, que acabe con la criminalización de la protesta y que el país pueda entrar a un régimen de justicia y legalidad.

Recordar el 68 debe ser también una oportunidad de purgar al fantasma de Díaz Ordaz, que está dejando una estela de crímenes en Guerrero en manos de caciques de horca y cuchillo, quienes deben recibir la aplicación de la ley y asegurar la presentación con vida de los desaparecidos.

No se puede dejar de observar que el recurso de la violencia, regularmente se implanta desde los poderes establecidos con el propósito de desalentar la participación de los ciudadanos y deslegitimar las causas de las luchas sociales.

*Investigador del IISUABJO

sociologouam@yahoo.com.mx

 

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