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Hablar con eufemismos

LIBROS DE AYER Y HOY

El eufemismo es darle vueltas a una situación y presentarla en palabras de una manera agradable. Es lo que hacen los políticos mexicanos cuando disfrazan la cruda realidad que vive el país presentándola de color de rosa, envuelta en datos que la cotidianidad no confirma.

eufemismo

Hay quienes llevados por el conservadurismo cambian un término que consideran ofensivo, por otro que se parece, “está cañón”, en lugar de “está cabrón”. Pero en otros sectores, con ánimo de paliar situaciones que agreden a un entorno social, han cambiado términos que dan un enfoque más amable a esos problemas.

Los ejemplos son muchos, los niños de la calle, son ahora niños en situación de calle, las mujeres que ejercen la prostitución son ahora conocidas como sexo servidoras. Y eufemismos se aplican a las trabajadoras domésticas, a los homosexuales, a las personas con capacidades diferentes, a los indígenas, a los marginados, etcétera.

El problema del eufemismo es que esconde una realidad que no siempre se llega a profundizar. Se cambia el vocablo, es importante rescatar la dignidad y censurar la discriminación, pero el problema sigue. El caso del trabajo doméstico, por ejemplo, tan cacareado, no ha podido ser resuelto en una ley y el de los niños que deambulan en la calle expuestos a todos los peligros, se agudiza ahora con la trata que pone sus ojos en seres marginados que no tienen apoyo.

Y qué decir de los indígenas orillados cada vez más a perder su identidad, su lenguaje y sus escasos bienes. De los niños en la calle como también los configura la UNICEF cuando tienen algún lazo familiar, no hay datos concretos. Se habla de 20 mil en la ciudad de México, de más de cien mil en el territorio, de  casi dos millones de huérfanos en el país, que ha aumentado la cifra de niños callejeros -otro término- en las ciudades.

El problema, que va en aumento por la situación de crisis que vivimos, se vincula  a los miles de niños que trabajan, a los que no estudian, a los niños migrantes que llegan de otros países y de otros estados a las grandes ciudades. Se les podrá decir de otra manera, pero el problema se torna grave, sin verdadera solución,  para un país que  cifra su futuro en la niñez.

No fue muy dado a los eufemismos Gabriel García Márquez cuando escribió  Memorias de mis putas tristes como tampoco lo fueron aquellos grandes escritores que se solazaron con jorobados, tuertos, mochos,  mancos, muditos, como  aquel personaje de José Donoso en El Obsceno pájaro de la noche. Memorias de mis putas tristes ( Grupo editorial Norma, Mondadori 2004), en otras publicaciones se habla de memoria y no de memorias, es una novela corta que recoge la escritura de un anciano que al cumplir 90 años ha decidido regalarse una noche con una adolescente.

Es una obra puntual en el desarrollo de un Nobel como Garcia Márquez, quien recibió no pocas críticas por tan sorpresivo libro final. Eso no evitó su traslado posterior al cine. En realidad haciendo a un lado las escaramuzas que lo llevan a un anhelo no logrado y el fondo poético que describe la cercanía con la adolescente, el libro es el recuerdo de los viejos andares cercanos a Cartagena de Indias, la vida y milagros de los pueblos y el transcurrir de esas solterías que se nutren de la moral pública  y la inmoralidad secreta.

Un último suspiro con un deseo que se expresó en este  libro -amar a una niña a los 90 años-, que el Nobel dio como postrer recuerdo a Colombia, su verdadera patria. Breves páginas, 46, que le dicen al pan pan y al vino vino. Pero si de eufemismos hablamos, nos reconforta saber que a los funcionarios corruptos, ningún eufemismo les queda. Siempre son los mismos, así se disfracen.

laislaquebrillaba@yahoo.com.mx

 

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