LIBROS DE AYER Y HOY
Lo que está sucediendo en Brasil con Dilma Rousseff, golpear con la ley, es lo cotidiano hoy en día. No era raro antes, ya que el derecho es la supraestructura que avala los actos de los estados y por lo tanto de los seres que los habitan.
Pero hay de estados a estados y quienes los usan, en aquel caso una de sus partes el poder legislativo, pueden determinar la vida jurídica de los ciudadanos. Cuando un rey gritaba, ¡que le corten la cabeza!, como lo ironizó Lewis Carroll en su clásica Alicia y en el símil de la reina Victoria, la cosa era peor porque los reyes se asumen de origen divino.
Pero en los llamados estados modernos, las cartas magnas pueden alterarse al capricho del gobernante -y aquí lo vemos a diario-, a partir de mayorías creadas ex profeso -¿para qué, pues, ha servido ese delincuente partidario llamado Partido Verde-, y se utiliza la ley mañosamente para golpear al enemigo y sacarlo del juego o incriminarlo -¿no lo trató de hacer Fox con el desafuero?- o sirve para encubrir corrupción usando las instituciones.
La ley es laxa y prodiga y puede moverse como melcocha. El INE es maestro en eso – remember lo que quería hacer en Zacatecas con David Monreal sacado del juego por formalismos-, y lo avala en ocasiones el Tribunal Electoral y muy cerquita toda la Suprema Corte en diversos asuntos.
La ley está en manos de hombres y si los hombres son corruptos y vulnerables, la aplicación del derecho no puede ser de otra manera. Los Porkys se fugaron porque se dio un lapso prudente para que lo hicieran. Véanse los casos de Ayotzinapa con una PGR sentada en una verdad creada a modo, los casos Tlatlaya y todos los acumulados en los últimos años; y florece el 98 por ciento de impunidad que señala la CIDH.
¿Para qué asombrarse de Brasil? Es como los que comentan las herencias perniciosas en otros países como la de la hija de un delincuente como Fujimori, en Perú, por ejemplo. ¿No se mueve acaso Murat el candidato priísta como pez en el agua en Oaxaca? ¿no se mueven muy giritos los familiares, amigos y descendientes -los Bibriesca, entenados de Fox, los Yunes en Veracruz otro ejemplo-, ¿no se alza como precandidata la señora Zavala después de haber usufructuado un papel que no está legislado, con miras a llevar a Los Pinos a quien llenó de cadáveres el país?
Son cosas que permite la ley. Lo que asombra del caso Brasil es la persecución inicua a que ha sido sometida una presidenta electa democráticamente, sin que ningún juez le haya probado hasta ahora un delito (lo mismo sucedió con AMLO en el caso del desafuero).
Pleno de persecuciones, algunas reales, otras metafísicas, es ese largo relato de Julio Cortázar El Perseguidor (Pepsa editores 1976) sobre la historia de un jazzista que a través de alucinaciones provocadas por la droga, percibe un tiempo irreal que le hace sospechar que hay algo más allá del espacio en el que vive.
Al parecer el escritor argentino nacido en Bruselas, se basó en la vida de un jazzista estadounidense, Charles Parker, para crear a un personaje complejo, insufrible llamado Johnny, con cierto talento para tocar, que al final muere de repente en medio de ese entorno de contradicciones que él mismo se ha creado.
Los críticos vislumbran en él al perseguidor que le da título al libro por la búsqueda que realiza en sus propios viajes con la droga. Aunque también le ponen el mote al crítico y autor de su biografía, Bruno, por la persecución de sus propios intereses al tratar de escribir un libro sobre Johnny, que al final, ya impreso, se traduce a muchos idiomas.
La obra de Cortazar, incluida en varias compilaciones, fue llevada al cine en Argentina, en 1965. Los perseguidores actúan, como ahora lo hacen los que acosan a Dilma, para hacer como dice la solapa del libro, un cuento que es “un mundo cerrado, con leyes propias en el que puede suceder cualquier cosa”. Como en Brasil.
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