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Fernando García Portada

Amor y fotografía

Al pie de una foto

Tengo una foto en sepia

con los ojos llenos de agua

y una flor en los labios

Natalia Toledo

Al igual que la gran Natalia tengo entre mis dedos una foto. Esta cartulina torcida, gruesa hoja de papel fotográfico en tonos sepia ha sido rescatada del extenso desierto del olvido en el que navegaba escondida en una vetusta, ajada y polvosa caja que conserva nombre y etiquetas de la marca comercial: Agfa brovira speed.

Suspendido en la palma de mis manos este pálido, inerte espejo del hastío, lámina de fibra vegetal nutrida, pulida y alumbrada con cristales de sales metálicas microscópicas, me transporta de nuevo al momento de su creación y pienso de manera inexorable en la importancia de las cosas, en lo fundamental de los objetos diarios, en la sólida materialización de muebles, libros, un plato con tortillas, una ventana, un rebozo y todos los objetos que de repente han dejado de existir invisibilizados por una época donde lo virtual y su fugaz devenir han dejado sin significado nuestra propia corporeidad y existencia cotidiana. Hoy solo habitamos en los pulsos de las redes sociales y la nube.

En los últimos años he acumulado decenas de miles de imágenes en la nada, en discos de almacenamiento digital que solo se manifiestan en el espacio al conectarlos a la computadora, solo se pueden apreciar las fotografías que contienen en la fútil trascendencia de lo inmediato, en el centellear de los diodos de la pantalla, en cambio esta imagen impresa hace más de 30 años en los cremosos tonos castaños sobre el grueso papel tiene la elocuencia de lo real sin más ambages y me remite a los recuerdos como un faro en la noche brumosa.

Hago tortillas del tamaño de un corazón
de masa es mi mano,
pongo el comal sobre la lumbre
tuesto semilla de calabaza
para espesar la alberca de los camarones
oreados y rojos:
Maquillo con achiote la boca de los sabores

Escribió Natalia Toledo en su poemario Olivo Negro Guie´yaase´ libro galardonado con el premio Nezahualcóyotl de literatura en lenguas Indígenas en 2004. Y es que acudo muchas veces a meditar bajo la sombra de la poesía, me acurruco al arrullo de sus trinos en busca de la cordura que trae la paz, arribo a sus páginas con ansias de sosiego, con el alma demente y vehemente.

Las imágenes poéticas me dan la certeza de existir en un cosmos de infinitas posibilidades, porque mi naturaleza es la de la duda constante, vivo suspendido en mi propia vacuidad, así la creación fotográfica se convierte para mí en una forma de vivir anclado en la imaginación y al mismo tiempo en la realidad desafiando el caos del tiempo. La imagen fotográfica tiene como cualidad fundamental un poderoso nexo con la realidad. Este cabo indestructible con la materia que retrata le hace pertenecer a la categoría semiótica del Índex y no a la de las representaciones icónicas como la pintura.

La fotografía contiene también en su texto, en su estructura de construcción visual deseos inconscientes, al ser un lenguaje diferente a la pintura, escultura o escritura capta a su manera las emociones, los instantes, los gestos, los lugares. Captura para poseer, para detener el paso del tiempo, para preservar incluso la intención del fotógrafo. La imagen poética y la imagen fotográfica son hermanas gemelas que conviven en paralelo y se miran desdobladas a sí mismas en el papel.

Pensar la poesía es pensar también en uno de sus temas fundamentales, el amor. Soñar el amor y sus casi infinitas posibilidades de representación han sido las motivaciones inscritas en sales de plata de mi mundo fotográfico que se ha manifestado de manera natural en las diversas edades creativas que he atravesado. Por ejemplo, la imagen que acompaña estas letras es una muestra tomada de una época específica, al principio de la década de los 90 con una cámara, técnica y materiales análogos, era en la que al menos para mí el amor seguía siendo como hasta ahora una cuestión fundamental en la constante búsqueda de la verdad y la belleza.

¿Se puede aludir al amor sin tocar la realidad de los objetos mundanos?, o al contrario se debe estar inmerso en el fango de lo humano para desentrañar la naturaleza de un sentimiento casi indescifrable. Platón nos dice que el amor es imperfección, pues para él esta emoción es básicamente un deseo que busca su propia satisfacción y en esa búsqueda imprime sus traumáticas huellas existenciales. ¿El amor se quema en su propio fuego?

El amor es un instinto jubiloso que se comparte de mil maneras, nuestra intención de representarlo en una imagen tan solo es una construcción incompleta, una intención elocuente pero inacabada, dependemos absolutamente del lector para completar la representación al menos parcialmente y de acuerdo con las experiencias vitales de este receptor.    

Comunicamos nuestro amor a través de acciones, gestos, palabras, signos y símbolos. En mi caso he tratado de expresar a través del lenguaje indexado de la fotografía mis reflexiones del mundo y existencia, el soporte físico-óptico-químico (Análogo) que representa la hoja de papel con haluros de plata revelados es una evidencia, un fragmento documental de vida.

En todas las épocas ha sido peligroso tocar con sinceridad las fibras más íntimas de las emociones, cada época tiene sus demonios y sus exorcismos. Varias veces he sido censurado por exponer en mis fotografías el cuerpo humano desnudo. Estos atentados a la libertad de expresión han sido cometidos por autoridades de toda laya, por sempiternos líderes morales de criterio puritano que ante las representaciones del cuerpo desnudo sienten amenazado y cuestionado su precepto moral de lo correcto, sordo mandato que no es otra cosa más que el tufo putrefacto de los despojos de la ignorancia y la hipocresía yaciendo juntos.

¿Cómo luchar con los fantasmas de cada época? Mi respuesta es sencilla, creando sin ataduras. Hoy, he rescatado para ti una fotografía cuasi decimonónica que pretendía ser un pequeño poema visual sobre el amor cotidiano y terrenal, el amor a mis orígenes enraizados en el campo, una plácida metáfora de la gracia, la pureza y la delicadeza, la romántica escenificación del ángel madre naturaleza revestido apenas de elementos simples dimensionados y deconstruidos por un contraluz irrumpiendo en el encuadre. El eterno femenino con alusiones a nuestras antiguas culturas originarias de esencia agrícola, con sabor a tortillas de maíz, olor a barro y tierra fértil.

Es también un verso de lo aprendido y reinterpretado con algunos grandes maestros del arte mexicano, como el admirado fotógrafo Enrique Segarra a quien conocí en el Club Fotográfico de México en los 80 del siglo pasado, quien además de honrarme con sus enseñanzas en conversaciones muy entrañables salpicadas de anécdotas me aceptó como colega del conocido espacio del Jardín del Arte en la plaza de San Jacinto en San Ángel Ciudad de México.

El desnudo fotográfico que te he compartido está inspirado también en la obra del maestro Enrique Segarra pues los muy logrados virados a diferentes tonos fueron una constante que caracterizó sus producciones, pues el fotógrafo gustaba de la alquimia y en su laboratorio lograba esos acabados artesanales de muy sutiles gradaciones con altas luces de transparencias únicas en sus imágenes.

Algún filósofo contemporáneo afirma que “el orden terreno se compone de cosas duraderas que crean un entorno estable para habitar. Yo estoy de acuerdo, la fotografía tomada e impresa al blanco y negro en papel y posteriormente sometida a un proceso de virado con ferricianuro de potasio que le dará estabilidad atómica y una permanencia a la imagen de al menos 100 años me ha devuelto la certeza de mis recuerdos y ha restaurado mi confianza en lo vivido al darme con esta evidencia la convicción de lo tangible y lo rememorado.

Rescatando mi extraviado retrato del amor he descubierto que es cierta la sentencia filosófica, “al desaparecer las cosas desaparecen los recuerdos, las cosas son lo verdadero porque ahí habita la firmeza del ser”, el acto amoroso perpetrado hace décadas sobrevive latiendo en la estructura atómica de esa fotografía atrapada una y otra vez por tus ojos.

Fernando García Álvarez

Nací enamorado de la luz y desde muy joven decidí ser artesano de sus reflejos. He sido aprendiz y alumno de generosos mentores que me llevaron al mundo de las artes y la comunicación. Así he publicado mis fotografías y letras en diversos foros y medios nacionales e internacionales desde hace varias décadas. El compromiso adquirido a través de la conciencia social me ha llevado a la docencia.

Colaborador desde el 10 de diciembre de 2021.

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