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Fernando García Portada

Año nuevo en Chichicastenango

Al pie de una foto

Para mis amados Padres

“Pide que el camino sea largo, que muchas sean las mañanas de verano en que llegues ¡con que placer y alegría!  a puertos nunca vistos antes”, dice en su memorable poema “Itaca” el grande poeta griego Konstantino Kavafis; en mi caso a finales de la década de los 80 del siglo pasado, el puerto nunca visto era la colorida ciudad de Chichicastenango en Guatemala.

En el místico y enigmático pueblo de Santo Tomás de Chichicastenango fue encontrado el original del Popol Vu o libro del consejo que nos presenta una versión mitológica de la creación del mundo y los fenómenos de la naturaleza, el documento fue escrito hacia 1550 por miembros importantes de la nobleza del reino Maya Quiché que dominaban esa región del altiplano guatemalteco a la llegada de los españoles.

El invierno apenas empezaba junto con el reto de atrapar en el lugar un poco de la esencia de la vida de su gente y su espíritu ancestral en el complejo lenguaje del blanco y negro con mi cámara fotográfica, una reluciente Olympus OM 10 recién salida de su caja y comprada por mis padres especialmente para mí en la desaparecida tienda Astor de la calle de Isabel la Católica en el centro del entonces llamado Distrito Federal hoy Ciudad de México.

El viaje había surgido desde el fondo de mi corazón cuando niño leí ensoñado el libro Viaje por el istmo de Tehuantepec, 1859-1860 del espía francés Charles Brasseur y que narra el periplo del autor sobre la ruta marcada por el proyecto estadounidense para construir un canal interoceánico por el istmo de Tehuantepec similar a lo que sería años más tarde el canal de Panamá.

Mi viaje, insólitamente largo para los criterios actuales había iniciado desde la Ciudad de México con 3 días de trayecto por tren hasta Tapachula Chiapas: El primer día salir de la Estación de Buena Vista atravesando el país para llegar al puerto de Veracruz a la mañana siguiente, de ahí cambiar a un tren bastante rudimentario de vía más angosta llamado El Centroamericano que de nuevo atravesaba el país en sentido inverso por el Istmo de Tehuantepec hasta la costa del Pacífico y seguía a lo largo la zona del soconusco hasta Tapachula Chiapas.

Luego de manera ilegal crucé la frontera occidental del país delimitada por el rio Suchiate en una improvisada canoa de tablas podridas sobre cámaras de llanta, dejando atrás Ciudad Hidalgo y desde Tecún Human seguí el trayecto en autobús por un día másrodeando el lago de Atitlán y sus pueblos indígenas hasta Panajachel, ya a pocas horas de Chichicastenango.

Había pasado la noche del 31 de diciembre en Panajachel en un lugar para mochileros llamado El Chapiteau Circus como solo se hace en los años dorados de la juventud, bailé con mujeres de muy diversos rumbos del mundo; salsa, punta, merengue y todos los ritmos que tocaron, también bebí como náufrago Quetzalteca un aguardiente muy popular a la par que cervezas Cabro y Gallo brindado a todo lo alto por una nueva década.

Con apenas una leve resaca llegué después de una escarpada ruta a mi destino, era el medio día del 1 de enero de 1990 mi puerto Chichí como la llaman cariñosamente, para encontrar una ciudad vacía y desolada, una especie de camposanto donde el viento ensimismado aullaba incontenible dando vueltas, furioso arañaba todo lo que tocaba a su paso.

El famoso mercado estaba abandonado, sin flores o frutas, vendedores ni compradores, recorrí sus calles como un solitario fantasma que avanzó por 2 mil kilómetros para darse de bruces contra el reflejo de su sombra en el portón de la Iglesia de Santo Tomás, abandonada también por los inamovibles devotos que sahúman los 4 vientos tan solo 364 días del año. 

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado,

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

Entenderás ya qué significan las Itacas. (C Kavafis)

Me refugié entonces entre un montón de cajas vacías de algún portal tratando de encender un puro, la flama del encendedor titubeaba lánguida y descolorida. A lo lejos escuché un rumor que fue subiendo de tono, era un grupo de Kaibiles, los militares pasaron marchando velozmente repitiendo a todo pulmón consignas altisonantes, el trote hacía resonar los tacones de las botas en toda la plaza como una ráfaga de explosiones. Luego con la misma rapidez se volvieron una mancha a lo lejos y después nada.

Entonces, sutilmente de entre las sombras ella apareció sigilosa, como una pantera moviéndose con extrema lentitud hasta quedar inmóvil, como una orquídea en el bosque callado, recelosa vigilaba el horizonte por el que los soldados desaparecieron.

A su diestra cubierto por en rebozo su más preciado tesoro; el cachorro B´alam Agab estaba de nuevo con nosotros para repetir el mundo. Todo cambia y todo permanece.

Fernando García Álvarez

Nací enamorado de la luz y desde muy joven decidí ser artesano de sus reflejos. He sido aprendiz y alumno de generosos mentores que me llevaron al mundo de las artes y la comunicación. Así he publicado mis fotografías y letras en diversos foros y medios nacionales e internacionales desde hace varias décadas. El compromiso adquirido a través de la conciencia social me ha llevado a la docencia.

Colaborador desde el 10 de diciembre de 2021.

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