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Fernando García Portada

Las velas de mayo

Al pie de una foto

Neca zácu xhón má guirá tu ze
Quí zuúyu naa gáte
Aunque creas que todos se han marchado
No me verás morir
Irma Pineda Santiago

Atesoro vívidamente en la memoria el recuerdo de mi última visita a Juchitán de Zaragoza, Oaxaca en la que tuve el honor de ser invitado por la poeta Irma Pineda para conocer y documentar las festividades del mes de mayo conocidas como Velas y que según mi experiencia son las celebraciones más importantes del año. En aquella ocasión distante ya más de tres lustros, un pequeño grupo de amigos de diversos lugares del país, periodistas y fotógrafos compartimos las gentilezas y agasajos de la poeta en su acogedor hogar. Visitamos durante la jornada sólo algunas velas, pues en total son 26 velas entre abril y septiembre, aunque la mayoría se realiza en mayo.

Tan solo rememorar mi visita al istmo de Tehuantepec siento sobre mi espalda y hombros de extranjero, paria y náufrago, la avasallante fuerza del sol invictus de Juchitán, su presencia soberana es el poder absoluto que todo lo domina, todo lo irradia, todo lo muerde, todo lo quema. A doquier que te desplazas en esa tropical llanura tan plana y seca como un comal de barro ardiente, el rabioso sol te acompaña desdoblado en un gemelo tuyo que nace de tus propios pies para seguirte de ser necesario hasta el mismo fin del mundo. Esa sólida sombra que no se te despegará, va moviéndose, saltando, danzando en fractales de tizne y fuego con la más alta inteligencia que nadie pueda soñar. El sol es el ojo sagrado que todo lo ve, su halo de resplandores hirientes como lanzas, como rayos inclementes, crea, fecunda, alimenta y destruye.

Tan pronto me instalé, salí a la calle cámara en mano y al no saber cómo navegar en ese universo pletórico de luz, llama en la que uno arde a fuego lento donde la frescura se resguardaba trémula en los rincones de los jardines más apartados, decidí extraviarme y deambulé casi ciego, con la cámara convertida en una braza ardiente que me laceraba las manos,  avancé con pasos vagos dejándome llevar por el oído hasta topar repentinamente con una blanquísima parroquia de escueta arquitectura en la que una música profunda nacida de una banda de hombres serenos y morenos me contagió de una inocente alegría desconocida, en el atrio una hermosa mujer vestida con todas las galas de la tradición me llamó en su lengua, el diáfano zapoteco para obsequiarme con su transparente sonrisa, pan, tortillas y un mole delicioso. La generosa dama repartía a propios y extraños las exquisitas viandas en paquetes preparados con religiosa minuciosidad y cariño.

Debo precisar que hablar de Juchitán es hablar de la Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo de Tehuantepec COCEI, misma que después de una ardua lucha con una voluntad inquebrantable en 1981 ganó los comicios derrotando al monolítico y tiránico PRI causando la admiración de todo el país al obtener el primer triunfo electoral de la izquierda desde la revolución mexicana. En las décadas de los 70 y 80, ser militante o simpatizante de la COCEI implicaba un alto riesgo de ser sometido a la represión y encarcelamiento, como ocurrió con el secuestro y desaparición forzada del fundador de la COCEI, Víctor Pineda Henestrosa “Víctor Yodo” padre de nuestra entrañable escritora Irma Pineda Santiago llevado a cabo por el 11° batallón de infantería del ejército mexicano el 11 de julio de 1978.

Apoyada por campesinos sin tierra y pequeños propietarios, la COCEI abrazó la causa de los pobres por la propiedad comunal de la tierra. La COCEI hizo plantones, huelgas de hambre y movilizaciones masivas para recuperar el territorio comunal y organizó invasiones. Su fuerza principal radicó en el agrarismo. Enarboló y defendió la causa de los artesanos, la de los pescadores. Protegió a las antiguas tradiciones y culturas.
Elena Poniatowska, periódico La Jornada domingo 3 de junio de 2007

No es de extrañarse entonces que este pueblo zapoteco tan peculiar, una comunidad de poderosa sangre indígena, eminentemente guerrera y solar, comprometida con su historia y orgullosa de sus raíces, al mando del coronel Máximo Pineda el 5 de septiembre de 1866 haya derrotado en la batalla de Juchitán al 91° Batallón francés llamado Cola del diablo, integrado por soldados franceses conocidos como zuavos, austriacos y conservadores mexicanos en la segunda guerra de intervención contra nuestra patria.  

Si para los griegos el dios Helios se desplazaba cada día en un carro tirado por caballos circundando la tierra, para los antiguos zapotecos Tlatlauhaqui era la deidad que encarnaba al sol, el astro rey que desde tiempos ancestrales acaricia, dora y esculpe dulcemente la piel de rostros y cuerpos de la gente en estas latitudes, tiñéndola de los colores de la tierra, sienas, ocres, cobre, oro y carmín.

El emblemático traje tradicional del Istmo resalta la airosa belleza natural de sus mujeres que, arropadas en la suntuosa prenda, un manto real que las enaltece y al mismo tiempo protege como aura profética, las envuelve delicadamente como un capullo de mariposa antes del nacimiento, como una mandorla de terciopelo magistralmente bordada que cuida de un valioso, sublime contenido. ¿Puede ser también símbolo del germen custodiado en el útero?

Resguardado de crisantemos amarillos, rosas y blancos, trenzados en los cabellos la parte superior luce un tocado hecho de holanes, encajes y tiras bordadas llamado resplandor o bidani hro´  que focaliza la atención en el sublime rostro de la mujer, quizá el antecedente de esta prenda sea el Nimbo o aureola de los santos, del latín nube es símbolo de un aurea radiante y que al rodear la cabeza distingue las personalidades sobrehumanas de lo terreno, fue desde hace miles de años fue el medio favorito para expresar la divinidad, en la antigüedad tardía del helenismo ya se representaba a Zeus (Júpiter) Apolo como dios solar y Dionisos (Baco) de esta manera.

En la fotografía realizada a las puertas del templo de San Vicente Ferrer el día del Festejo del santo patrono de Juchitán en 2006, puedes apreciar en toda su exquisita armonía el protocolo de la tradición que enmarca la hermosura de sus doncellas ataviadas con su resplandor. El tocado provoca la concentración de las miradas en el halo de luz, que como destello irradia un poderoso encanto desde el centro del rostro y su mirada a través de los ojos entornados en mística devoción como una alegoría a la divinidad. El resplandor representa así el máximo grado de perfección, intensidad y grandeza dando relevancia a las organizadoras y participantes de las mayordomías.

Las musas fueron engendradas para glorificar cantando los combates heroicos contra los mitológicos titanes, en tierras istmeñas las mujeres investidas en el magnífico vestido de gala fueron creadas para celebrar el delicado primor de su belleza perene, el inmortal talento creativo de quien lo borda para después lucirlo enalteciendo la historia y tradición de un pueblo indómito, vital.

La imagen de una enigmática dama de sonrisa traviesa y dentadura aperlada como mazorca de maíz, ataviada con su resplandor me persiguió desde muy niño cuando mi madrina María me obsequiaba un billete de 10 pesos los domingos. Al centro del billete dominical estaba la dama sonriente y a mí me intrigaba sobre manera ese peculiar atuendo que nunca vi en el centro del país, al paso del tiempo mis viajes al istmo revelaron incógnitas, sorpresas y muchas agradables experiencias, como las de un bárbaro que desembarca en una ciudad mágica de mercados donde las iguanas, armadillos, peces disecados labrados en sal y platillos exquisitos son apenas el principio de la fiesta, las regadas con su desfile de carretas y las ilustres noches de baile con deliciosas cenas de las Velas en los diferentes barrios y congregaciones.

… he conservado celosamente en la memoria y que me basta evocar para tener la felicidad de recuperarla entera, maravillosamente absurda, como se dio con su clave, la única que me importa, y que es la fiel aparición de un pequeño ángel femenino y serio con su resplandeciente armadura. Mi deseo es que nunca desaparezca ni el renuevo de nuestra emoción ante tanta gracia encarnada ni el respeto que nos inspiró. Hay que amar la noche para que nos ofrezca tales dones.
André Pieyre de Mandiargues, La noche de Tehuantepec

Fernando García Álvarez

Nací enamorado de la luz y desde muy joven decidí ser artesano de sus reflejos. He sido aprendiz y alumno de generosos mentores que me llevaron al mundo de las artes y la comunicación. Así he publicado mis fotografías y letras en diversos foros y medios nacionales e internacionales desde hace varias décadas. El compromiso adquirido a través de la conciencia social me ha llevado a la docencia.

Colaborador desde el 10 de diciembre de 2021.

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