Al pie de una foto
¡Yambambó, Yambambé! Repica el congo solongo, Repica el negro bien negro; Congo solongo del Songo Baila yambó sobre un pie. (Canto negro, Sóngoro cosongo 1931, Nicolás Guillén)
Feroces moscas del verano zumbaban rabiosas apresurando la tarde, la humedad avasallante infiltraba hasta el horizonte todo verde, vibrante y acuoso, como una sinuosa anaconda, por cierto, que era agosto y la lluvia pendía a goterones de hilos plateados como telarañas radiantes, algunas libélulas estáticas chisporroteaban en cromo lapislázuli. Disparé la Hasselblad varias veces deteniéndome un poco para dirigir la pose. Ella toda suavidad y terciopelo musical se dejaba mover junto a la maleza por una briza firme cargada de electricidad y armonías de grillos. Su imponente presencia de abenuz, como un árbol danzando en la ventisca, era una delicia para los ojos, cada paso, giro, flexión, salto o gesto se convertía en una sinfonía de rituales.
Ante su petición hice un alto en la faena reposando la cámara en bandolera. Retiré la vitola, corté con la diminuta guillotina y encendí un gran puro de tabaco aceitoso y obscuro que hizo braza y humo al instante, era un trabuco entre belicoso y gran corona que de pronto ya matizaba el paisaje con sus profundos perfumes de limo, vapores suaves y especiados de hierba amarga, madera añejada y sal gema.
Extendiendo su mano con uñas como uvas, ella me pidió una calada de tabaco y sonrió con frescura en una blanquísima dentadura más pura que el sublime aleteo de una paloma, conversamos como si nos conociéramos desde siempre, bromeando se rio también de la hipócrita tradición de lo políticamente correcto – No soy gente de color- me dijo – soy una negra bien negra- afirmó viéndome fijo a las ojos con su mirada de nácar y tormenta después de soltar el humo como si fuera un largo suspiro, para agregar – y tú un blanquito culi rosado- reímos a carcajadas un buen rato interrumpiendo a los grillos y cigarras.
Tu vientre sabe más que tu cabeza y tanto como tus muslos. Ésa es la fuerte gracia negra de tu cuerpo desnudo Signo de la selva el tuyo, Con tus collares rojos, tus brazaletes de oro curvo, Y ese caimán oscuro nadando en el Zambeze de tus ojos. (Madrigal, Sóngoro Cosongo, 1931 Nicolás Guillén)
Tomamos un respiro entre las volutas salpicadas de olores a clavo, canela y chocolate, el cigarro iba de mi boca a la suya en un vaivén sin remilgos o dudas, su piel quemada y requemada en sí misma se doraba con el resplandor del fuego en la punta del tabaco. El cuerpo nudoso y firme manaba destilando sudores de comino y pimienta. Afluente de voces profundas su boca de orquídea violácea con labios de ciruela pasa pronunciaba frases de ecos cavernosos con ideas propias de su natural concepción de un mundo insólito que nos había reunido casi por azar en un remoto y desconocido lugar de tibias colinas con vetas tropicales, pantanos solitarios y afluentes terrosos para tratar de fundirnos en la creación fotográfica.
Una vez terminado el habano (cosa de una hora o quizá un poco más) con el crepúsculo ya pisándonos los talones continuamos la sesión en medio del ábrego mixturado con una luz muy directa, rasante y dulce que sazonaba el cuerpo magro de la diosa de negruras hirsutas, su piel de melaza refulgía dúctil y maleable atenuando el vigor de la impecable musculatura tallada en ébano vivo, era ver y vivir ahí mismo con los últimos fulgores de sol el prodigio de una pantera jugueteando en las insondables sombras tersas de la espesura inescrutable. Un milagro que contradecía mi escéptica conciencia tan mundana.
Un abrupto manto de tinieblas nos cubrió, mientras yo secaba guardando en la mochila el equipo ella se vistió con cierta indolencia, me observaba de reojo era nuestra última contemplación absolutamente personal. La intimidad de la desnudez corporal, emocional e intelectual nos hacen cómplices de un sueño compartido, de un abstracto ideal estético apenas gestado en la síntesis de lo diferente, ella languidecía entre las penumbras y pensé en una flor de melancolía, una peonía de latidos tristes. Caminamos platicando entre el barro y la soledad umbría de la incipiente noche.
Pese a su mal español y mi pésimo inglés, estuvimos de acuerdo en que las corrientes ideológicas dominantes nos mantienen atrapados en un laberinto de viejos prejuicios y nuevas concepciones tan sesgadas como falaces, lo políticamente correcto como mascarada pusilánime, retórica efectista de mentecatos, caricatura y farsa que encubre la falta de compromiso en una época en que ha desaparecido la otredad para dar paso al hedonismo más perverso y virulento.
Quizá nuestras convicciones auténticas o la romántica inocencia de fin del siglo XX nos libraron de caer en dicotomías antagónicas absurdas, hombre-mujer, negro-blanco, gringo-mexicano, etc., para crear un puente de encuentro donde el respeto y el reconocimiento armonizaron nuestras propias identidades en la aceptación total del otro sin estigmatizaciones o discriminación.
Ahora que recuerdo con nostalgia después de tantos años aquella sesión fotográfica que fue también un encuentro de opiniones con puntos de vista muy cercanos respecto a la manipulación de que somos objeto, pienso en los cambios que han transformado las corrientes de pensamiento hegemónico hasta los albores de un nuevo orden planetario, lo que parece ser el fin de la globalización y el inicio del mundo multipolar.
El sol achicharra aquí todas las cosas, desde el cerebro hasta las rosas. Bajo el relampagueante traje de dril. andamos todavía con taparrabos; gente sencilla y tierna, descendiente de esclavos y de aquella chusma incivil de variadísima calaña, que en el nombre de España cedió Colon a Indias con ademan gentil. Aquí hay blancos y negros y chinos y mulatos, Desde luego, se trata de colores baratos, (WEST INDIES, Ltd 1934, Nicolás Guillén)
El filósofo contemporáneo Byung Chul Han en su libro La expulsión de lo distinto se plantea la pregunta ¿Aún existe el otro? Esta pregunta es importante en una sociedad globalizada que fomenta el miedo al futuro, exacerbando a su vez la inseguridad y la promoción del odio dentro de una aparente pluralidad en la que a simple vista no se advierte la sistemática violencia de lo igual, coacción que nos uniforma hasta en la intención de tratar de ser diferentes.
Para Byung Chul se acabaron los tiempos en que existía el otro, se extinguió “la otredad” dejando el camino libre a la “positividad de lo igual” que prolifera en el mundo como el COVID, el terror de lo igual alcanza todos los aspectos vitales de la cultura donde “todo es lo mismo”, como en las redes sociales con su infinita avalancha de datos anónimos, la televisión de paga con sus eternas series de formato clonado y los patrones gemelos de consumo masivo.
En el exceso de datos de la comunicación actual, el uso de la inteligencia artificial para crear comunidades digitales de lo igual y donde se generan vínculos con quienes piensan y sienten lo mismo se niega la posibilidad de la diferencia al ignorar lo desconocido y distinto, solamente se reproduce el yo en una coerción narcisista que aniquila nuestro horizonte de experiencias vitales en lo diverso. Los cuestionamientos profundos se han disuelto como la sal en el océano de la aprobación masiva de la opinión pública replicada en el espejo de lo inutil.
Lo distinto produce malestar, transformación y cambio, lo singular es la imposibilidad de la reproducción de un sistema de consumo de lo igual, lo distinto impide el intercambio acelerado de dinero, bienes y servicios en el orden global excluyente y depredador, a la inversa lo igual no duele, no provoca sufrimiento, la ausencia del dolor da paso al “me gusta” y el “me gusta” es la materia prima de la uniformidad, de lo igual eternizado ad infinitum por lo numérico, la cascada de información digital que nos ciega convirtiendo la realidad virtual de la post verdad en hechos incuestionables pese a su lejanía de la verdad y lo auténtico.
Nuestra moderna sociedad de consumo del siglo XXI ocasionalmente apunta a las diferencias, pero solo a las diferencias que pueden ser comercializables al posicionarlas en nichos de consumo, hoy todos queremos ser distintos a los demás y en esa pauta impulsada desde el poder nos mimetizamos en un todo idéntico que se autoanula en su egoísmo desmesurado.
El parásito de lo políticamente correcto ha germinado en el pensamiento narcisista pues “nadie es mejor que yo que me he formado con mis manos” y lo peculiar o diferente es reconocido desde el centro hegemónico tan solo para ser aceptado, engullido, transformado, asimilado, etiquetado y uniformado, masificándolo como un producto más de consumo para la “comunidad” de la pluralidad. La vindicación de muchas causas justas me parece, apenas es sinónimo de su exterminio.
Fernando García Álvarez
Nací enamorado de la luz y desde muy joven decidí ser artesano de sus reflejos. He sido aprendiz y alumno de generosos mentores que me llevaron al mundo de las artes y la comunicación. Así he publicado mis fotografías y letras en diversos foros y medios nacionales e internacionales desde hace varias décadas. El compromiso adquirido a través de la conciencia social me ha llevado a la docencia.
Colaborador desde el 10 de diciembre de 2021.
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