Al pie de una foto
“¿Hambre? Come calambre, mata un mosquito, chupa la sangre y guarda el mondongo para el fiambre.” Refranero popular
El reloj marca las 3:56 de la madrugada y tengo hambre, el refrigerador contiene algunas cosas interesantes, pero eso de interrumpir la escritura para cocinar no me convence ¿te ha ocurrido algo semejante amigo lector? Después de repasar mentalmente las noticias más recientes mis pensamientos discurrieron hacia una nota de prensa que llamó particularmente mi atención: Hay un restaurante en el Zócalo de la Ciudad de México, ubicado para ser exactos en el edificio que está frente a palacio nacional y que se ha convertido en una auténtica cueva de ladrones, referente de los peores actos que pueden perpetrarse a los hambrientos, sedientos y peregrinos inocentes, bueno supongo que Ali baba y sus 40 bandoleros tenían más decencia que los delincuentes que regentean este antro de estafa.
Los que habitamos este país, esta muy noble y leal Ciudad de México, sabemos que la realidad rebasa siempre la ficción, sí señor aquí sucede lo imposible y se materializa lo inimaginable, “el más pelón se hace trenzas y el más tullido es trapecista”, dicen. Y es que muchas veces caminando las calles de cualquier ciudad, pueblo, ranchito o caserío mi estómago ha tenido la burguesa, mala costumbre de recordarme que es necesario comer si no 3 al menos una vez al día, por lo que con ese prodigioso olfato periodístico que se ha pervertido con el pecado de la gula, se puede decir que me especializo en la búsqueda de lugares donde se pueda comer con decencia a un precio que esté a la altura de las circunstancias porque los árboles que en lugar de hojas reverdecen con billetes de 500 pesos no crecen aún en mi jardín.
Hace muchos años, antes de la terrible pandemia de COVID, llegué por azares fotográficos al antro de marras, pues buscaba un ventanal, azotea o punto alto para tomar una panorámica de cierta manifestación política, iba yo acompañado también por todo el apetito de los huérfanos de la novela Oliver Twist de Charles Dickens así que mi estómago me mal aconsejaba suplicando me quedara de una vez a comer, -aunque sea un taquito- me murmuraba a veces, otras más gritaba picándome el ombligo, era como tener alacranes punzando el estómago. Tan sólo subir las escaleras guiado por un mozalbete con jeta de exconvicto que me ofreció en la calle “la magnífica vista desde la terraza y la cerveza al 2X1” desconfié como pavo en vísperas de navidad. Me senté en el balcón y mientras me llevaban la carta tomé a toda prisa las fotos necesarias y luego escapé con elegancia, casi de puntitas seguido de media docena de meseros rabiosos que entre amenazas y maldiciones me exigían una cifra estratosférica por el pago de mi estancia de 5 minutos en el balcón.
Mucho tiempo después apenas hace unas semanas, platicando con un familiar muy decente y bien portado salió el tema a colación mientras degustábamos un manjar suculento hecho especialmente para la ocasión por su esposa e hija. Me contó no sin cierto rubor que en aquel maldito restaurante de los balcones al Zócalo había sido estafado, amedrentado y esquilmado con lujo de violencia sin que él pudiera hacer algo pues temía por la integridad de su familia ahí presente. ¿Cómo es posible que este latrocinio continúe al paso de los años? Si hasta los más duros, avezados caminantes y colmilludos viajeros caen en esa trampa perversa ¿Qué será de paseantes y ciudadanos honestos que buscan un poco de descanso y alimento en un sitio tan turístico y presuntamente seguro como el primer cuadro de la ciudad? ¿Cuántos cientos, miles de personas han sido robados, extorsionados y humillados frente a la sede del poder político mexicano? La respuesta no es tan sencilla, aunque tampoco complicada pues no necesitamos un experto en física cuántica para develar el hediondo misterio, y aunque se le suelen achacar hasta los terremotos y veleidades del clima al sr presidente que despacha ahí enfrente, no va la cosa por ahí.
La caterva deleznable que engulle la riqueza colectiva, que lucra enquistada en todos los rincones del país, prospera con la necesaria complicidad de ciertos agentes de la autoridad en sus muy diversos niveles, en este caso los omisos, corruptos funcionarios públicos corresponden a la Alcaldía Cuauhtémoc, casualmente gobernada por la estridente C. Sandra Cuevas, polémica militante del Partido Acción Nacional, acusada de ser socia de temibles mafias, acérrima enemiga de la cuarta transformación y pupila del senador Ricardo Monreal también ¿por coincidencia? exalcalde de la Cuauhtémoc, conocido por sus incomparables machincuepas mediáticas, su insaciable sed de poder y fama de traidor a las justas causas del pueblo.
“…todas nuestras locuras proceden de tener los estómagos vacíos y los cerebros llanos de aire…” afirma un personaje del cuento “la casa de los locos de Sevilla” narrado por un barbero a don Quijote de la Mancha, en la conocida novela de Cervantes. Quizá nuestra hambre de Justicia tiene que ver con los cerebros vacíos de muchos dirigentes políticos deslumbrados por la ambición que encarna también una de las peores y más tirana de las hambres. El diabólico apetito funesto imposible de saciar.
Comer hasta matar el hambre es bueno más comer por cumplir con el regalo hasta matar al comedor es malo La templanza es el mejor galeno lo demasiado siempre fue veneno Francisco Gómez de Quevedo Villegas, El Parnaso Español, soneto 1648
Así el hambre manifiesta de mil formas en el cuerpo, alma y mente es una llama que alimenta y se nutre de lo vivo y muerto, del aire, la tierra, el agua y el viento, en su dialéctica universal también mata, corroe, pudre como esos pantanos que sin afluentes de salida se ahogan en su propio cieno.
La estafa como método, la escuela del fraude en la sociedad del engaño donde los depredadores, cazadores de incautos, conocen nuestras debilidades naturales las más poderosas, necesidades urgentes, flaquezas humanas que nos hace vulnerables, ellos acechan en las junglas de concreto, desde los ríos de asfalto, en las extensiones de luz neón áridas y despobladas, son legión acostumbrada a sacrificar, despojar, golpear y abusar. Ahora disfrazados de restauranteros, mañana de empresarios, policías, jueces políticos, funcionarios públicos, tenderos. Es lo normal se justifican -el pez grande se come al chico.
En este momento se escucha el triste, famélico silbato del velador que la cámara de seguridad capta para que yo vea en la pantalla del teléfono cómo un fantasma ciclista seguido de algunos perros silenciosos trotando, la aurora está cercana y el hambre sigue haciendo guardia por ahí en un huequito del estómago pero no hago caso, es domingo previo a la Celebración de Día de muertos, sé que en pocas horas las calles se llenarán de carros, triciclos y puestos de comida, grandes botes vaporosos con tamales y atole, enorme jarras y vitroleros con jugos y aguas frescas, termos y cafeteras rebosantes de aromático café para despertar al mundo, largas mesas con vitrinas de barbacoa cobijada por pencas de maguey, enormes cazos de carnitas y crepitantes chicharrones de cerdo, canastos de tortas y tacos, comales humeantes en los que se fríen quesadillas y gorditas, churros, gelatinas y pasteles para nutrir a los hijos del hambre y para recordar también a nuestros muertos y sus gustos, visitantes del más allá que llegarán hambrientos después de un largo viaje desde el Mictlán, guiados por el fulgor de los pétalos del cempasúchil, el danzante resplandor de las veladoras y los humos profundos del copal. Hay que prevenirlos de no llegar hasta la ofrenda del Zócalo, no vaya a ser la de malas y queriendo refrescarse con una cervecita también se los chinguen.
Se va la muerte cantando Por entre las nopaleras ¿en qué quedamos pelona, me llevas o no me llevas? La muerte, corrido de Francisco El Charro Avitia
Fernando García Álvarez
Nací enamorado de la luz y desde muy joven decidí ser artesano de sus reflejos. He sido aprendiz y alumno de generosos mentores que me llevaron al mundo de las artes y la comunicación. Así he publicado mis fotografías y letras en diversos foros y medios nacionales e internacionales desde hace varias décadas. El compromiso adquirido a través de la conciencia social me ha llevado a la docencia.
Colaborador desde el 10 de diciembre de 2021.
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