Diario Ejecutivo
Quienes éramos niños en la década de los cincuentas del siglo pasado fuimos testigos de una lucha a muerte. (Casi tan cruenta como la polarización que se vive hoy entre quienes están en favor de la IV Transformación y quienes odian con odio jarocho a Andrés Manuel López Obrador.)
La pelea era por una simple pregunta ¿Quién debía traer regalos a los niños en la noche del 24 de diciembre? ¿El Niño Dios contra Santa Claus?
El Niño Dios representaba la tradición cultural de la religión católica nacional, mientras Santa Claus significaba la modernidad apoyada por la mercadotecnia y los medios de comunicación, con la Televisión aún en blanco y negro y no en la mayoría de los hogares mexicanos.
(Confieso que en mi familia la guerra me hacía terminar la cena de Nochebuena con cara de “what”, pues no sabía quién me iba a traer los regalos que amanecerían junto al nacimiento: la parte paterna era fiel seguidora de la tradición del Niño Dios y la materna era simpatizante del viejito barbón llamado Santa Claus.)
(En cualquiera de los dos casos había que portarse bien, por lo que hipócritamente los niños intentábamos no hacer enojar a los mayores, por lo menos en esa fecha.)
También había una confrontación entre lo rural /en 1950, casi 70 por ciento de la población mexicana vivía en localidades de menos de 10 mil habitantes/ y las megaurbes que comenzaban a gestarse. El Niño Dios prevalecía en el ambiente campesino y Santa Claus representaba la “modernidad” de las ciudades.
En los extremos, la guerra de El Niño Dios contra Santa Claus también fue un enfrentamiento entre el nacionalismo y la invasión extranjera.
Incluso en una entrevista a la doctora Susana Sosenski, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM/ difundida por la Dirección General de Divulgación de la Ciencia/ señala que la llegada de Santa /de la mano de una compañía refresquera /Coca-Cola para más señas/ se relacionó con el american way of life, que a mediados del siglo pasado se consideró como el ideal de la modernización mexicana.
“La asimilación de este símbolo cultural estadounidense por los niños y las familias mexicanas fue consecuencia de una mayor apertura de México a políticas e intercambios culturales con Estados Unidos, así como de la relativa facilidad de los mexicanos de clase media para retomar tradiciones culturales provenientes del exterior”, señala la especialista.
Y añade que sin embargo, en la década de 1950 este personaje fue visto como un extranjero indeseable, portador de una cultura ajena y una modernidad vinculada estrechamente a la sociedad de consumo, por lo que diversos sectores de la sociedad se pronunciaron contra Claus, enarbolando las banderas de El Niño Dios.
“Cuando llegó masivamente la figura de Santa Claus a México fue considerado una representación de la cultura estadounidense, centrado en el consumo y un símbolo del materialismo adquisitivo y la comercialización de la Navidad. Por ello, en ese momento la disputa que se vivía por el personaje se centraba en la defensa de las tradiciones católicas mexicanas”, dice la doctora Sosenski.
De hecho Santa Claus, de alguna manera fue el creador del consumismo infantil, tan en boga en estos días. “Se vinculaba estrechamente con los regalos, sobre todo con los juguetes; de tal forma que, además de los argumentos nacionalistas, católicos y antiestadounidenses contra Santa Claus, su presencia en México conforma el proceso de construcción de los consumidores infantiles”, señaló la especialista.
Y añade que para lograr que Santa Claus se volviera parte de las tradiciones navideñas de los mexicanos fue posible gracias a distintas estrategias culturales que se usaron para promocionarlo. Por ejemplo, los medios de comunicación, que tanto habían atacado su llegada, fueron fundamentales para incrementar su presencia en México. “Agencias publicitarias, la industria cinematográfica, la radio, la televisión y la prensa utilizaron una y otra vez la figura del popular personaje para atraer a los niños a las tiendas departamentales”, explica.
“Las transformaciones económicas que vivió México en la década de 1950 y su incesante búsqueda de modernidad propiciaron un terreno fértil para el surgimiento de esta nueva tradición. Santa Claus se convirtió en un espacio de disputas religiosas e ideológicas, pero también en un espacio de reflexión y discusión sobre lo nacional y lo propio, en un país que se veía enfrentado a la cada vez mayor trasnacionalización de rasgos culturales”, concluyó la universitaria.
La realidad es que el Niño Dios perdió la guerra y hoy casi nadie lo recuerda como el personaje que traía regalos a los Niños en la Nochebuena. También la realidad es que el México rural también perdió y las cifras se invirtieron. Y el nacionalismo, fue otro de los grandes perdedores en esa guerra cultural.
Hoy, Santa Claus es el amo y señor de la Navidad, por sobre el nacimiento de El Niño Dios que solo se recuerda, si acaso, después de abrir los regalos, esos sí, navideños.
Dice el filósofo del metro: Los mexicanos tenemos a Santa Claus hasta en la sidra.
Roberto Fuentes Vivar
Columnista y periodista fundador del UnoMásUno y la Jornada. Estudió Periodismo en la reconocida escuela Carlos Septién García y cursó la Licenciatura en Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente es periodista independiente, conocido como “El Filósofo del Metro”.
Colaborador desde el 6 de marzo de 2022.
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