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Razones para votar

No hay que ciudadanizar la política,

sino politizar a la ciudadanía.

Pierre Rosanvallon

¿En qué momento se jodió el Perú?, hace decir Vargas Llosa a uno de los personajes de “Conversación en la catedral”, pregunta que se ajusta a la situación por la que atraviesa ahora México, que hace rato está en crisis económica, política, social.

Y en Oaxaca la crisis alcanza sus expresiones más graves: una economía fracturada, cada vez más personas en pobreza; una continua movilización social que se traduce en marchas, bloqueos de carreteras y calles; un aumento de la violencia en todas sus expresiones: criminal, política, intrafamiliar, inter e intracomunitaria, etcétera.

Crisis que, en parte, es causa y efecto de la falta de institucionalidad. Las instituciones son endebles, y la cultura política existente aprovecha esa debilidad y aún más, prefiere las medidas de presión antes de buscar canales institucionales o el diálogo y la negociación como mecanismos de resolución de conflictos.

Característica que describe por igual a partidos políticos, organizaciones sociales, sindicatos, e incluso, en muchos casos es parte del actuar cotidiano de la ciudadanía.

Existe, además, una indolencia de la clase política; una distancia cada vez mayor entre sus burbujas de cristal y la realidad.

Sus excesos y limitaciones han sido exhibidos una y otra vez. Y ahí los colores partidarios se pluralizan. Actúan por igual unos y otros. Una situación que, llevada al extremo, ha propiciado un desencanto de la ciudadanía no sólo de los políticos y sus partidos, sino también de las elecciones que llevan a esos personajes a posiciones de poder y aún de eso que llamamos democracia.

Desencanto que lo mismo produce abulia e indolencia ante la “política”, que franco rechazo. En uno y otro caso ha propiciado que el ciudadano se aleje de las urnas, no le interese votar pues, qué más da, si todos son iguales.

Una situación que lo único que ha logrado es crear las condiciones para la reproducción de esa clase política parasitaria, a la que no le interesa dar resultados, ¿para qué si los ciudadanos no los premian ni castigan por ello?

Saben que en época de elecciones bastará con la compra del voto a su clientela convencida: los desprotegidos que lo cambian por una despensa, un bulto de cemento o algún bien; o en el mejor de los casos, por una obra pública o un servicio, que es obligación gubernamental atender. O quienes serán beneficiarios de programas y recursos, empresarios, organizaciones y demás.

En todo caso, estos ciudadanos saben que la época electoral es la única oportunidad de obtener algo a cambio de su sufragio. Esta militancia convencida, que sigue a morir a sus líderes o colores partidarios, sin embargo, es una minoría.

Minoría con la que se la juegan los partidos. Por eso no buscan convencer al amplio espectro social del electorado, sino aumentar su clientela cautiva. Es el voto duro de los partidos el que legaliza su permanencia en el poder y los puestos de representación.

Si esto es posible es porque la mayoría se abstiene de participar. Por las razones que sean, su decisión de no votar en los hechos convalida la decisión de esos pequeños grupos. De facto, son ellos, los abstencionistas, los que están defendiendo y decidiendo la permanencia de esta clase política en el poder.

Y las consecuencias las sufrimos todos con crisis como la que hace rato vive Oaxaca. Con un marco jurídico desfasado que a los diputados no interesa actualizar. Con una administración pública que hace un manejo patrimonialista y se enriquece con los recursos del erario. Con una seguridad pública a la que tememos ante que confiamos, un aparato de justicia que antes que aplicarla es garantía de impunidad. Con organismos autónomos (IEE, CEDDHO, IEAIP) subordinados al Ejecutivo.

¿Cómo cambiar este estado de cosas?

Decir simple y llanamente que con el voto, sería reduccionista y simplista. Hay muchas más cosas que anteceden y trascienden el ejercicio del sufragio. Pero ejercerlo es una condición imprescindible para ello.

Más allá de idealismos, de resistencias y rebeldías, actualmente el voto y las elecciones, son los mecanismos concretos con que contamos para incidir en la definición del rumbo de los gobiernos, de la toma de las decisiones que nos afectan.

¿Que tienen limitaciones y son endebles? Cierto, y es válido plantear la necesidad de construir nuevas alternativas. Pero en la que éstas llegan, dejar de votar o rechazar a las elecciones por esas razones, no hacen sino marginarnos de incidir en la toma de decisiones, de defender nuestros derechos, de abandonar nuestro destino en manos de unos cuantos.

Es ahora tiempo de asumir la responsabilidad con nosotros mismos, nuestra familia y nuestra sociedad. La disyuntiva es dejar que continué el estado de cosas, la descomposición social, las crisis recurrentes, o constituirnos en una ciudadanía activa, que lucha por y defiende sus derechos.

Los males y problemas que ahora nos aquejan no concluirán en automático al ejercer el sufragio, pero es un inicio para ello.

Por estas razones es importante, esencial, este 4 de julio, salir a votar.

(*) Investigador del IISUABJO.

 

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