TLACOLULA DE MATAMOROS, Oaxaca., noviembre 1.- El olor a copal, a flores y a comida se mezcla en las festividades de los Días de Muertos y Fieles Difuntos en el mercado de Tlacolula de Matamoros, a 20 kilómetros al oriente de la capital oaxaqueña se vive en una religiosidad más allá de la vida, donde se conservan cada una de las tradiciones.

Colocar el alta de muertos no es tan fácil cuando se conocía de los difuntos sus gustos y sus sabores, la mezcla de una copa de mezcal con un pan de marquesote acompañados por supuesto del chocolate y de un buen taco de barbacoa.

El cempasúchil, la borla y la margarita se sigue vendiendo en el mercado, los grandes puestos de estas flores le dan un bello color a toda esta población comenzando con su iglesia.

Aquí, donde se mezclan los mixtecos con los zapotecos, donde se funden las costumbres del trueque que es el intercambio de productos, “para que regrese sin nada”, como exclaman las vendedoras, es lo que le da la tradición a Tlacolula.

La plaza se extiende por varias calles, no caben los comerciantes para expender todo lo que se utiliza en los altares y sin querer los precios no son tan altos como en el mercado de Abasto, quizás porque son los campesinos quienes han llegado con flores, con jícamas, el frijol y la mazorca directamente del campo.

Ese olor a barbacoa contagia hasta a los perros que están atentos para cualquier huesito que se desprende de esa carne de borrego o chivo que alguna marchanta no quiera. Es carne enchilada cocina en hornos en tierra. Es poner un plato de menudo, un taco de barbacoa o costillita lo que se ha colocado en ese lugar que este jueves llegarán a degustarlo los seres que llegarán ansiosos de probarlo.

Las velas, veladoras, incienso, copal y aceite es utilizado para alumbrar el camino de los nuestros, los precios altos por la temporada se dejan ver en estos productos que son utilizados en el altar como en los sepulcros que previamente se han limpiado y que tienen vida nuevamente.

Esto es Tlacolula y su mercado, esta es la vida del campo, del indígena, del soñador viviente que se acerca hasta lo más profundo del alma para recordar aquellos con quienes algún día los tendremos nuevamente cerca.